Hay títulos ya publicados y algunas novedades que llegaron a las librerías en las últimas semanas del año pasado, que vale la pena tener en cuenta para tomar esta época como momento para ponerse al día con lecturas.
La reina del baile (Anagrama), de Camila Fabbri, finalista del Premio Herralde de Novela; la biografía novelada Eva Perón (Marea), de Libertad Demitrópulos; la nueva novela de Inés Arteta, La madre de la noche (Notanpuan), que recrea y amplía el universo rioplatense; La Stalker (Beatriz Viterbo), novela de Raquel Tejerina con una heroína tan “incorrecta” como alocada; la “novelita maoísta” de Cristina Iglesia, Pabellón Rojo, publicada por Nudista; La pizarra mágica (Vinilo), carta de amor a los libros y la lectura de Virginia Cosin; el ensayo filosófico, dramatúrgico y espectral La conspiración de lxs niñxs (Cactus), de Camille Louis, y Ladies. Una antología de mujeres dandis (Mardulce), con prólogo de Laura Ramos y escritos de Lou Andreas Salomé, Colette, Anna de Noailles, Aleksandra Kollontai y George Sand. Y, también, tres poemarios: La dicha del agua (La Ballesta Magnífica), antología de la escritorachilena Rosabetty Muñoz, con prólogo de Graciela Cros; Luz de giro (Baltasara), de Alicia Salinas, ySierpień (Cave Librum), de Paula Novoa.
Diario de una soledad, de May Sarton (Gallo Nero), por Mercedes Giuffré
"Un libro que me conmovió en 2023 fue Diario de una soledad, que ahonda en la necesidad del artista (en este caso, la escritora) de refugiarse en su mundo interior para poder crear; lo que no implica abstraerse de la realidad, sino tomar distancia de la sociedad de consumo, para sintonizar con la naturaleza y el silencio. Al igual que en Anhelo de raíces, traza un paralelo entre la escritura poética y el contacto con los ciclos naturales. Es un libro muy honesto, porque Sarton no se priva de registrar sus vicisitudes y frustraciones como autora frente a la incomprensión de la crítica o los caprichos del mercado, así como la angustia que le produce ceder tiempo a los compromisos que la obligan a alejarse de su espacio bucólico. Tampoco se distancia de la política, y hace análisis inteligentes sobre las mujeres y la sociedad estadounidense de su tiempo. “Tanto tiempo para pensar. Eso es un lujo, de mayor lujo. Tengo tiempo para ser. De ahí mi enorme responsabilidad: usar bien el tiempo y ser todo cuanto pueda en estos años que aún me quedan por delante”, escribe.
Pero aun así. Elogios y despedidas (Random House), de María Moreno, por Laura Ramos.
Recomiendo el último libro de María Moreno, la inventora del cartonerismo epistemológico argentino. Pero aun así parece una sencilla recopilación de artículos (entre los que destellan los que se ocupan de Alfonsina Storni y Virginia Woolf) pero no lo es: se trata del tomo undécimo o duodécimo de ese gran ensayo que conforma toda su obra. Como en sus otros textos, aquí María Moreno contrabandea coloquialismos, refranes populares, teoría feminista, relecturas lacanianas y citas a Lucio V. Mansilla. Todo regido por el positivismo higienista de su madre, doctora en química, un personaje de la picaresca en la gran obra de Moreno, que no deja de escribir, en cada uno de sus tomos, su propia biografía.
Cometierra (Sigilo) y Miseria (Alfaguara), de Dolores Reyes; Vos (Emecé), de Natalia Zito, y Mimadre y las cosas (Paradiso), de María José Eyras, por María Rosa Lojo.
En 2023 me puse al día con Dolores Reyes y sus novelas Cometierra y Miseria (Alfaguara), que establecen una continuidad desde sus protagonistas (dos adolescentes que son cuñadas) y el mundo popular del conurbano en el que se mueven. Escritora potente y original, Reyes trabaja muy bien estas intensas subjetividades femeninas en su entorno, así como la conexión particular de una de ellas con un plano sobrenatural, que le permite localizar a quienes han sido víctimas de violencia. También me gustaron mucho otras dos novelas sobre vínculos filiales. Vos (Emecé), de Natalia Zito, se enfoca en la relación de la narradora, embarazada, con un padre que padece una enfermedad terminal: conmovedor y despiadado, el relato ilumina sin complacencias la vida deuna familia, así como todas las facetas de ese padre imperfecto, profundamente amado por la hija. Mi madre y las cosas (Paradiso), de María José Eyras, aborda con mucha sutileza y don poético la compleja relación madre/hija, a partir de los objetos cotidianos que las conectan y que también las separan.
Porque demasiado no es suficiente. Mi historia de amor con Suede (Montacerdos), Mariana Enriquez, por Mercedes Güiraldes.
Estos días alterno la relectura de Al faro, de Virginia Woolf, con Porque demasiado no es suficiente, de Mariana Enriquez. Absurdamente, me pasa cuando leo a Woolf que me parece infravalorada: no importa cuán famosa y reconocida sea, siento que es menos de lo que merece. Sobre esa sensación que nos produce algo o alguien que nos gusta mucho (la de estar en posesión de una rara joya, oculta a los ojos de los demás) trata el libro de Enriquez, que narra en primera persona su larga historia de fanatismo por la banda británica Suede al tiempo que reflexiona sobre qué es ser una fan (así, en femenino). “Ser fan –dice Enriquez– es tener una relación no solo a distancia, sino con la distancia. Ni siquiera es posible saber del todo quién está del otro lado”. Un libro divertidísimo, inteligente, íntimo, adictivo, pródigo, genial.
Carcoma (Marciana), de Layla Martínez, por Esther Cross.
Siempre me gustaron las casas embrujadas, con sus secretos y personajes conflictivos, y todo ese universo extraño da un giro inesperado en esta novela que rasga el velo entre el terror sobrenatural y el de la vida diaria. Carcoma está contada por una chica y su abuela iluminadas por el deseo de venganza, conscientes de que viven en un mundo injusto y desproporcionado. Patricia Highsmith dijo que el escritor de suspenso dedica mucha atención a la mente de sus personajes criminales, tiene que describir lo que pasa por su cabeza (y la del lector) y Layla Martínez es una maestra del suspenso.
No son vacaciones (Blatt&Ríos), de Olivia Gallo, por Daniel Gigena
Una pareja de jóvenes, Catalina y Juan, viaja al sur con el proyecto todavía incierto de radicarse en esa tierra de lagos, montañas nevadas y bosques floridos. Ella es huérfana de madre y él, que juega de local, de padre. Se alojan en una cabaña al lado de la casa de Laura, la madre de Juan, que tiene un restaurante, hace mermeladas y recibe a Catalina con corrección y frialdad. Decidida a que ese lugar también sea suyo (como imagina que lo es de Juan y Laura), Catalina recorre el lugar, prueba sabores, hace preguntas y, como le reprocha su novio, presta demasiada atención a las cosas. “Si se presta atención, se puede ver”, razona la protagonista. Poco a poco, las señales pesadillescas de amenaza y hostilidad que Catalina, románticamente, atribuía a la grandiosidad de la naturaleza o (absurdamente) a la “depuración” nocturna del sufrimiento asumen forma humana. Es la primera novela de la autora.
Un surtido de recomendaciones, por Ana María Shua
Hay un grupo de escritoras jóvenes (los escritores siguen siendo jóvenes por lo menos hasta los 60) que están cambiando el paradigma de la literatura argentina. Todas son internacionales y no necesitan que yo las recomiende, pero si usted todavía no las leyó, no siga esperando. Voy a mencionar, muy arbitrariamente, algunos de sus libros: Pájaros en la boca de Samanta Schweblin, No es un río de Selva Almada, Cadáver exquisito de Agustina Bazterrica, Las aventuras de la China Iron de Gabriela Cabezón Cámara, Tres truenos de Marina Closs, Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez, Matate, amor de Ariana Harwicz. Por supuesto esto no significa dejar de lado a las escritoras de mi generación, como Inés Fernández Moreno, con No te hagas ilusiones o Perla Suez con Furia de invierno. ¡Entre muchísimas otras!