7 - DOGMAN

(Francia/2023)

Dirección y guion: Luc Besson

Duración: 114 minutos

Elenco: Caleb Landry Jones, Jojo T. Gibbs, Christopher Denham, Clemens Schick, John Charles Aguilar y Grace Palma

Estreno en salas

Desde principios de la década de 1990, cuando cruzó el Atlántico desde su Francia natal para continuar con su carrera en Hollywood, Luc Besson solía aparecer en los créditos de no menos de dos películas al año, ya sea como productor, director y/o guionista. Fue así hasta 2018, cuando varias denuncias por delitos sexuales lo obligaron a una pausa. De todas ellas, la que realizó la actriz Sand Van Roy llegó a un juicio que terminó en junio del año pasado con la absolución del responsable de El perfecto asesino (1994), El quinto elemento (1997), Juana de Arco (1999), Angel-A (2005) y Lucy (2014). Imposible saber qué tanto influyó el fallo –si es que lo hizo– en los programadores del Festival de Venecia, pero al ubicar a la película que marcó su regreso a la silla plegable en la Competencia Oficial se ganaron un tendal de críticas que corrió el debate de la pantalla grande a, una vez más, los alcances de la cultura de la cancelación. Y eso que Dogman deja mucha tela para cortar.

Una parábola de redención, un melodrama cargado con apuntes sociales, un viaje a la mente destruida de un psicópata, un thriller de justicieros urbanos, un alegato con olor a confesional sobre la construcción de una identidad y hasta una fábula animal-friendly. Todo eso, y mucho más, es Dogman, que se basa muy libremente en un hecho real que Besson conoció a través de artículos periodísticos y a la que podrán atribuírsele muchas cosas, pero no la de atarse a las estructuras ni a las situaciones hegemónicas en el cine comercial. Tampoco debe confundirse con la película homónima que el italiano Matteo Garrone filmó un lustro atrás. Si allí el protagonismo recaía en un humilde peluquero canino, aquí lo hace sobre las espaldas de Douglas Munrow (Caleb Landry Jones), a quien Besson encuentra detenido y prestando testimonio ante una psicóloga (Jojo T. Gibbs) que intenta desentrañar las causas que lo hicieron ser como es.

Porque el muchacho es un auténtico descastado con ínfulas queers y maquillaje facial borroneado que recuerda al de Joaquin Phoenix en Joker. No es el único punto común, ya que los pesares de ambos encuentran su origen en una dinámica familiar a la que el término “disfuncional” se queda corto para definir. Los largos flashbacks que conforman la estructura central del relato retrocederán hasta una infancia en la que el padre y el hermano mayor de Douglas lo encerraban en una jaula con perros. Fue allí donde el muchacho estableció un particular vínculo con los animalitos, al punto que, ya de adulto, ha conformado una jauría que responde a sus órdenes con una precisión que más de un humano envidiaría.

Junto a ellos, Douglas se irá convirtiendo en una suerte de vengador anónimo dispuesto saldar disputas en favor de los débiles, al tiempo que intentará abrazar la libertad vistiéndose de mujer –y no de cualquier mujer, porque el vestido blanco y su peluca rubia tienen el inconfundible sello de Marilyn Monroe– e imitando a Édith Piaf en presentaciones públicas junto a un grupo de drag queens. Dogman está hecha de retazos, de piezas difíciles de encastrar a las que Besson le otorga sentido a fuerza de creer en la potencia de lo que cuenta. A eso favorece la fe ciega de Landry Jones a la hora de entregarse en cuerpo y el alma a los caprichos, excesos y deseos de un realizador que a lo largo de dos horas pone a convivir escenas musicales con otras sobre la dinámica solitaria de Douglas, algunas de corte más confesional y varias en las que los perritos muestran sus coreografiadas destrezas y que, extirpadas de su contexto, podrían servir para alguna comedia familiar sobre animales revoltosos.

Besson propone una multiplicidad de tonos que abarca desde el humor negro hasta la solemnidad, pasando por el aura ominosa que suelen tener las secuencias donde un desequilibrado mental muestra los hilos internos que lo mueven. La mezcolanza suena un tanto ridícula y por momentos lo es. Pero el francés mira ese ridículo de frente y con cara desafiante, como preludio a embestirlo con tal fuerza y desenfado que se lo lleva puesto como una locomotora sin freno. Son las bondades de tener el control creativo total que le da ser su propio productor.