“...sólo puedo aspirar a ocupar un lugar en su amistoso recuerdo... esa es la única forma de inmortalidad que conozco”.
Freud, carta a la Princesa Marie Bonaparte.
Desde hace años trabajamos sobre la transmisión activa y el temor a ser olvidado, es decir el miedo a pasar por la vida desapercibido, entendiendo la vivencia de intrascendencia como una de las formas del complejo de castración. La transmisión inviste a un objeto sucesor, que al aceptar los legados se convierte en un anfitrión hospitalario para recuerdos e identificaciones, y un portavoz de la marca dejada en el mundo por alguien que no vivió en vano.
Aun con los descubrimientos científicos del siglo XIX, las expectativas de duración de la vida humana eran muy bajas. Freud había escrito sobre la “existencia doble” en Introducción del Narcisismo, una existencia para sí mismo y otra para su grupo, portador del plasma germinal (hoy ADN), descubierto por August Weimann.
Este descubrimiento como parte constante de la naturaleza viva brindó a Freud la herramienta conceptual para pensar en una trascendencia no religiosa del sujeto, como continuación de su tiempo singular. (Weismann, A, 1898). Freud había definido un sustrato biológico para las pulsiones, insistiendo más tarde en un núcleo instintivo del inconciente, (instinkt), “semejante al que se encuentra en los animales”. (Freud, S.,1938,1939). También había propuesto un núcleo del inconciente de carácter filogenético, a veces del tipo de las protofantasías, generadoras de desenlaces psíquicos, y otras veces como matrices comportamentales, al modo de las emociones. Sin embargo, cuando necesitó una metáfora para explicar el novedoso concepto, biológico, el “mayorazgo”, una construcción social de transmisión cultural: (A.E. XIV, pag.76) .
Su lógica fue simple: en la naturaleza biológica, cuando surge una variante, si no se replica a sí misma no superará una generación. Cualquier creación de la cultura sociofamiliar, si no se replica a sí misma tampoco superará una generación. Entonces la transmisión es la forma de perdurar más allá de la muerte, con algo nuestro aceptado por el otro, convertido en objeto sucesor y delegado identificatorio, como anfitrión hospitalario para alojar nuestro plasma germinal o nuestro legado cultural.
La supervivencia de cualquier especie exige producir, cuidar y retransmitir las réplicas de su memoria genética; la pulsión de conservación de la especie humana presupone la transmisión verbal y la preservación del olvido. La cita de Freud sobre una carta de Ferenczi es un reconocimiento, pues entonces la castración simbolizaría la imposibilidad de transmitir la memoria.
La particularidad humana de pasar un plus de memoria cultural que no cabe en la genética exigió a la especie apelar a la transmisión de los más viejos a los más jóvenes mediante un lenguaje. Todos los ejemplares están genéticamente preparados para ser hablantes y transmisores, con un comportamiento primero de recepción y luego de transporte, de la memoria cultural y de las destrezas adquiridas.
Kaes sostiene que el transporte estructurante tiene un carácter pulsional. (R.Kaes. 1995). P. Aulagnier (1975), propone el modelo del “contrato narcisista” , ...alguna voz proseguirá en cada grupo con el discurso de los que desaparecen. Para Freud la pulsión de vida es “morir cada uno a su manera” (1920), no es difícil pensar también que culmina con “envejecer cada uno a su manera”. Al citar a Ferenczi, reconoce que la amenaza de castración es una amenaza de intrascendencia.
La castración trasciende la anatomía y remite a la transmisión de la memoria, genética y cultural, al objeto sucesor, por esta razón cabe postular que el parricidio de la fantasía edípica, retornado, reeditado y proyectado, es en la clínica una vivencia de destitución, tanto del lugar de modelo identificatorio como del de relator. (Bodni, 2016). "Envejecer cada uno a su manera” implica libertad, un margen de elección, el “elan vital” como un motor que no puede postergar su proyecto vital para un tiempo infinito.
En una expectativa corta de vida los sobrevivientes eran pocos, idealizados como monumentos vivos, en cambio el desarrollo de la medicina ha creado una larga expectativa de vida, con enfermedades clásicas que ya no matan pero pasaron a la cronicidad, y de algún modo también “cronifican” a las transmisiones. En este sentido, hasta los objetos personales son parte de la vida, y a veces se trata a cualquier costo de darles un destino; sabemos que los regalos, la narración, la docencia, la transmisión de recuerdos, el testar la fortuna, son actos de sentido legatario, produciendo la ilusión del futuro imaginario al que se transportarán los rasgos culturales.
Pero al igual que las “modas” lo novedoso se pone al servicio del consumo. El gran cambio --incluida la medicina--, es que el envejecimiento prolongado presenta una paradoja: tras una vida entera la experiencia es muy valiosa, pero si este saber cae en un vacío de obsolescencia, su demanda será cero.
Devaluada la historia, la transmisión intenta sostener el deseo del sucesor convertida en cantidad. Vale decir: la liquidación de los bienes reducidos a un valor monetario soluciona la paradoja, pero al precio de devaluar la historia familiar, sin la transmisión de valores y tradiciones (Bodni, 2013). Un ejemplo cotidiano es la conversión en dinero de los viejos valores de familia, despojados de su historia, así se habla de “vender las joyas de la abuela”.
El factor cantidad y el dinero han sido señalados como temas habituales del discurso en la clínica psicosomática (Lacan, Seminario XI; Maldavsky, 1992) y del mismo modo se presentan en la clínica de adultos mayores. Con frecuencia un pacto familiar de denegación lleva a silenciar el dolor de estas cuestiones.
…”que te borren del libro!” (antigua maldición de origen desconocido).
Desde lo sociofamiliar, el envejecimiento poblacional es relacionado con una tendencia a la confrontación generacional, con los jubilados clásicos ocupando demasiado lugar y los sistemas de pensión en crisis. Esta competencia abarca lo institucional, lo ocupacional y también lo habitacional: la prolongación extensa de la vida constituye un cambio político estructural, con los mayores bloqueando el avance de los más jóvenes, usufructuando bienes, y ocupando lugares que éstos necesitan. (Ban Ki Moon, 2007).
Zigmund Bauman denunció la aceleración de los flujos de cambio en los saberes, que se convierten muy rápido en obsoletos desvalorizando las capacitaciones. Paul Virilio señaló al motor como “el objeto del siglo XX”, con el hombre idealizando la velocidad. Al ritmo de la aceleración del flujo de renovación, la longevidad se instala en una sociedad nueva, robotizada, con caída del trabajo humano en todo el mundo, y millones de personas vendiendo servicios en suburbios de mala calidad de vida.
En este escenario se producen las rupturas del eslabonamiento, compitiendo entre las generaciones sosteniendo el fantasma de la marginalidad, con los jubilados destituidos como parricidio simbólico.
La extorsión del amor es una de las formas más insidiosas de estas patologías vinculares. Poco a poco el sujeto va quedando al margen de la vida cotidiana de la familia, de la institución, de la empresa. Cuanto más marginado, menos comprende los temas que se tratan y menos participa, pero más se esfuerza en un intento de disimulación. Por fin sus esfuerzos se van transformando en una delegación de su poder de decisión, resignando su protagonismo. La propuesta clínica es considerar la fuerte tendencia pulsional a la transmisión legataria, prestando atención al efecto de cierre, como misión bien concluida, de alguien que “no vivió en vano” ( Bodni O., 2013).
Osvaldo Bodni es médico psiquiatra (UBA). Psicoanalista. Miembro titular de APA en función didáctica.