Pequeño –y merecido– oasis en un desierto. La frase puede sintetizar lo que está viviendo el cordobés Mariano Luque quien, en medio de los conflictos del cine argentino a raíz de las resoluciones del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (ver aparte), logra estrenar no una sino dos películas en una misma semana. Una de estas es el documental Los árboles, que tuvo ayer su première en el DocBuenosAires y que podrá verse en el foco dedicado a Luque que programó la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (ver recuadro). La segunda es Otra madre, que se estrena hoy en el mayor templo cinéfilo de Buenos Aires. Luque filmó su ópera prima de ficción, Salsipuedes –que también se proyectará en La Lugones–, y las otras dos mencionadas en distintos lugares de Córdoba. Pero ya es conocido en Buenos Aires, donde reside desde hace cuatro años. El trabajo de Luque fue muy reconocido en los principales festivales del circuito internacional: Salsipuedes tuvo su première en el Festival de Cannes 2011, en versión de mediometraje, y se reestrenó en febrero de 2012 en la Berlinale, como un largo. A su vez, Otra madre participó en la sección Bright Future del Festival de Rotterdam y luego de la competencia argentina del Bafici.
En 2008, el cineasta comenzó a escribir el guión de Salsipuedes. Y para elaborarlo se basó en situaciones cotidianas de su entorno. Claro que no solamente el más cercano, sino también al contexto social de Córdoba. El film protagonizado por Mara Santucho –también protagonista de Otra madre– abordaba, en clave de ficción, un problemática que ahora está mucho más presente en la Argentina que al momento del estreno de su ópera prima: la violencia de género. En el caso de Otra madre vuelve a mirar el universo femenino, esta vez desde la historia de una madre joven y divorciada, que vive con su hija de cuatro años. Y lleva a cuestas la crianza con dos trabajos: como profesora de natación y en un negocio de ropa. El film tiene la particularidad de convertir en dramática la cotidianidad de su vida, como dando la idea de que aquello que puede resultar común no necesariamente puede ser placentero.
La idea de Otra madre surgió hace cinco años. “Empezó con el personaje principal, esta madre de unos treinta y pico años, con una hija chiquita, y que acaba de separarse de su marido. Entonces, por razones económicas tiene que volver a trabajar a la casa de la madre y tiene que trabajar más que antes. El conflicto es que no puede ver a su hija durante casi todo el día porque tiene que laburar”, cuenta Luque en la entrevista con PáginaI12. “Entonces, el resto de la familia, integrada por mujeres, la ayuda cuidando y criando a la niña. A partir de ahí, empecé a desarrollar micro historias de cada uno de estos personajes”, agrega el cineasta.
–¿Es una mirada triste sobre la maternidad?
–No me parece triste. Es una mirada que busca cierta complejidad, ternura, cariño. Le da más valor a la representación como mujer que como madre. También la película trabaja fuera del estándar de lo que se entiende como madre. Generalmente, en el cine las madres dan todo por el hijo, pero en el caso de este personaje por ahí está cansada porque tuvo que trabajar mucho o también tiene ganas de salir. Y, entonces, tiene que ser mujer.
–El prejuicio social posiciona el rol de madre por encima del de mujer, como si por el hecho de ser madre, se terminaría su vida como mujer ¿La película juega con eso?
–Sí, eso está. Están los mandatos de cómo se supone que tiene que ser una mujer, y cómo ser madre. También parte del proceso de acercarme a este personaje fue darle ciertas capas de complejidad. Me parece que esa es la forma más cariñosa de acompañar al personaje de alguna forma. Y respecto de si era una situación triste, agrego que por ahí el marco es jodido, pero está trabajando para superar sus dificultades. La película propone un estado de superación con la ayuda de los otros personajes.
–A la vez, establece una mirada sobre la solidaridad entre mujeres de una misma familia...
–Sí, me interesaba esa solidaridad como un rasgo de fortaleza. Se ayudan entre sí para pasar el día a día y darle importancia a los temas cotidianos. Pensé cómo hacer para darle importancia a problemáticas que no se reflejan tanto en el cine y que parecen invisibles. Siempre la típica es que son problemas muy densos.
–Claro, porque en la historia lo dramático es justamente lo cotidiano (una nena que no puede ver a su madre porque trabaja todo el día), pero no por eso deja de ser importante.
–Estoy de acuerdo. Y cada personaje tiene una situación diferente. Y se ve cómo se van desdibujando los roles familiares en función de las circustancias más bien económicas que trascienden en esa familia.
–¿Por qué dijo que es una película sobre el paso del tiempo?
–Tiene que ver con la disponibilidad de tiempo, con los ánimos, deseos e intereses de estos personajes en relación a cómo se vinculan unos con otros. Con respecto al tiempo, me interesaba también hablar de las rachas de los personajes. Por ejemplo, Mabel, el personaje de Mara Santucho, pasa una mala racha y en una determinada etapa de su vida está intentando resolver varias cuestiones como la falta de tiempo y espacio. Pero la película intenta transmitir que es una racha que va a poder superar.
–¿Los mandatos familiares pesan más sobre las mujeres?
–Sí, porque toda la carga de la crianza está asignada a la mujer: debe estar en la casa, criar a los hijos. La película propone mostrar esos mandatos y esa carga del sistema patriarcal a través del uso del fuera de campo. Y la fortaleza de la que hablaba antes les sirve a estas mujeres para sobrellevarlo o combatirlo.
–¿Cómo surgió la idea de representar un universo femenino en el que los hombres prácticamente no aparecen?
–No es que me haya planteado: “En esta película no van a aparecer hombres”, sino que fue en términos positivos. Fui haciendo una película en la que sólo aparecían mujeres. Fui complejizando la película y desarrollándola así desde el guión hasta la elección de las actrices. También reconozco que la participación de los hombres es desde un lugar miserable, como sucede con el ex de la protagonista. No me interesaba generalizar la idea del rol de padre sino algo puntual del personaje. Por otro lado, no era mi intención universalizar a los personajes sino plantear cómo cada uno se va desarrollando.
–Sus dos películas de ficción abordan el universo femenino, aunque en el caso de Salsipuedes desde un lugar más extremo. ¿Qué nexos encuentra entre ambas?
–Principalmente, las dos tienen problemáticas que afectan el mundo femenino. Salsipuedes es una película más obvia en el tratamiento cinematográfico que Otra madre. Y me interesaba sofisticar mis nuevas películas quitándole lo obvio y profundizar sobre lo menos visible.
–Si bien la escribió hace unos años, ¿cree que la película cobra mayor actualidad en este contexto sociopolítico al abordar la problemática laboral?
–Sí, totalmente. Cobra actualidad porque lo que está pasando es terrible: están ajustando por todos lados y lo que le sucede al personaje es lo que hoy le sucede a muchísima gente en la Argentina, que se está quedando sin laburo y no consigue ni siquiera changas. Todo esto afecta la reconfiguración de los hogares y cómo se cuidan unos con otros.
–¿Cómo fue la elección de la pequeña Julieta Niztzschmann, toda una revelación al hacer un trabajo muy destacado?
–Es prima mía. El proceso de casting fue lo que más costó. Estábamos buscando una niña y con ella decidí hacer una prueba de cámara. Me pareció genial lo que hacía. Es súper carismática y tiene la capacidad de percibir muy rápido la tarea de actuar. Es muy natural y los primeros encuentros que tuvimos con Mara Santucho, la protagonista, se pudo generar un vínculo, que era mi mayor preocupación. Por suerte, Mara, con todo su profesionalismo y cariño, lo logró a partir de pequeños juegos o cuentos. También para que se adaptara a la situación de rodaje, con mucha gente alrededor más las cámaras, el micrófono y las luces. Al principio, le costó un poco, pero con el correr de los días, le encantó y quedó fascinada. Incluso, con cuatro años logró captar la ausencia de una cronología en el rodaje, donde las escenas se filman desordenadas.
–¿Por qué decidió filmar nuevamente en una ciudad pequeña de Córdoba?
–En el caso de Salsipuedes andaba buscando un bosque. Esa película fue mi tesis universitaria y todavía vivía en Córdoba. En el caso de Otra madre tenía la necesidad de filmar mi lugar de origen, que son las Sierras Chicas de Córdoba, en la zona de Unquillo, Villa Allende, Río Ceballos, por el mero hecho de que son una fuente de inspiración. Ahí están mis lugares, la gente que quiero y, en cierta forma, la idiosincrasia de donde provengo. Quería reflejar las caminatas, las calles de tierra, los pájaros, las casas bajas, los árboles, las vistas de las montañas.
–En cuanto al otro largometraje que presenta, ¿el documental Los árboles es un relato intimista?
–Es un retrato de algunos jóvenes sobre sus momentos de su vida cotidianas y las visitas que le hacen a su padre, que está enterrado bajo un árbol en un campo llamado El silencio, en una montaña llamada Pan de Azúcar, entre Cosquín y Villa Allende. La película los sigue a ellos en la visita a su padre y acompañan el crecimiento de este árbol.
–El padre de ellos es su abuelo, ¿no?
–Sí. Fue un documental de búsqueda que me permitió filmar en este campo, El silencio, que lo forestó mi abuelo, Don Macías, que era paisajista en Córdoba. Es un campo que lo compró en los años 60. Como paisajista hizo la Plaza Colón, en Córdoba, un sitio muy importante. El silencio es una de sus mayores obras. Además de retratar a estos jóvenes, que son sus hijos más chicos, la película retrata el bosque.
–¿Cómo fue la diferencia entre trabajar en el registro documental y el ficcional?
–Fue un trabajo mucho más prolongando en el tiempo porque el rodaje no se concentró en pocas semanas, a diferencia de lo que hicimos con las ficciones, sino que fue un rodaje entrecortado. Filmamos el campo en diferentes etapas del año, su vegetación y fuimos acordando con los chicos en los momentos que ellos podían. Fue un proceso más de búsqueda. Incluso iba editando entre medio del rodaje para ir generando la película. Así apareció un material de archivo en VHS que alguien filmó en los años 90 un día que nevó en el campo. Las imágenes del campo nevado son increíbles.
–Es de los pocos cineastas que puede filmar en su provincia. ¿Es una excepción o Córdoba está ofreciendo buenas posibilidades a sus directores?
–Era algo que se iba a dar tarde o temprano. Hay tres escuelas de cine, hay muchos estudiantes interesados en hacer cine. Hace menos de diez años que se están haciendo muchas películas en Córdoba. Creo que es también por el impulso que se le dio al fomento al cine y también a las series en la gestión anterior. No es casualidad que se empezaron a hacer muchas películas de toda clase y con varios modelos de producción. Incluso independientes, no hay que mencionar sólo las películas que se hicieron con el Incaa sino también las que se han hecho sin la ayuda del Instituto.
–¿Cree que falta una política más federal para la producción de cine argentino?
–Sí, en términos culturales la federalización es un asunto pendiente. Las diferencias son abismales. Ahora se empezó a digitalizar la presentación de proyectos al Incaa. Pero cualquier trámite para poder llevar a cabo un proyecto siempre es mucho más difícil por afuera de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Eso afecta a las posibilidades culturales y de goce que tiene la Argentina.