Por mi esposa, mis hijas, mi nieta, mis hermanos, y por la memoria de mis padres. Por mis amigos. Por los asesinados en el atentado a la AMIA, por sus familiares y por todos los argentinos.
Mi delicado estado de salud tal vez no me permita enfrentar hasta su finalización la investigación por traición a la patria y encubrimiento que lleva adelante el juez Claudio Bonadio. Por eso, solicité hace un tiempo, se fije una audiencia en forma inmediata, a fin de poder aclarar los hechos de los que me acusan, en una presentación espontánea. Pero el juez no respondió a mi pedido.
Escribo la presente para que toda la sociedad conozca la verdad.
El llamado Memorándum con Irán, aprobado por ambas cámaras en el Congreso de la Nación, y por el que se me acusa de haber querido encubrir a los culpables del atentado, tenía un solo objetivo: terminar con la parálisis de casi dos décadas en la causa, encontrar y juzgar a los responsables del más cruel atentado del que hayamos sido víctimas desde el retorno de la democracia.
Desde que era joven participé de muchas acciones para proteger los Derechos Humanos en todo el mundo. Pensé que esta misión, impulsar la Causa AMIA, inmovilizada desde hace mucho tiempo, era la más importante de mi vida y que una vez finalizada podía retirarme satisfecho de haber cumplido con mis ideales como persona y mi deber como canciller.
Sentí, con la firma del memorándum, la profunda emoción de encontrar el camino para encontrar y juzgar a los autores del atentado a la AMIA. Es normal que haya desacuerdos en cualquier tema de política internacional, pero nunca me imaginé la reacción que se desataría en este caso. Y, particularmente, el vehemente rechazo de la comunidad judía a la que pertenezco, que me sorprendió y causó un profundo dolor.
En la Argentina no existe la posibilidad de continuar con un proceso penal si no hay indagatoria de los imputados. Dado que varios imputados por el atentado a la AMIA residen en Irán, que por legislación nacional no los puede extraditar, todo lo que nos propusimos era lograr que la Justicia Argentina tuviera la posibilidad tomarle declaratoria a los imputados en su país.
Contra todas las acusaciones sin pruebas, aclaro una vez más que no solicitamos el levantamiento de las alertas rojas. Por el contrario, me comuniqué con el responsable de Interpol para asegurarme que las alertas rojas se mantendrían vigentes.
No negociamos el reclamo de justicia a cambio del acuerdo. Ni el comercio de granos, ni de petróleo ni de nada.
No hubo reunión secreta en Alepo.
Nunca se negoció abandonar la causa de la Amia.
El fiscal Alberto Nisman, al que se le anunció oficialmente y por escrito la existencia de negociaciones reservadas, respaldó el Memorándum con Irán.
Poco después de nuestro fallido intento de mover el estancamiento de la causa con una negociación para mandar a la justicia argentina a Irán, el por entonces presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, intentó un camino de negociación. Firmó –junto con Alemania, Francia, Reino Unido, Rusia y China– un tratado con Irán. En este caso, para detener el acceso de los iraníes a la bomba atómica. A cambio, otorgó el levantamiento de sanciones contra Irán.
Nosotros no cedimos nada, quizás por eso nunca logró la aprobación final en Irán. ¿De qué encubrimiento y traición se me acusa?
Hoy, quienes nos hostigan con una causa sin fundamentos ni pruebas son, paradójicamente, los responsables y cómplices de estos dolorosos 23 años de silencio y verdadero encubrimiento al atentado a la AMIA.
Deseo que un día finalmente haya Justicia. Tal vez yo no esté para verla. Deseo que jueces probos y honestos puedan, después de tanto tiempo, dar respuestas a los familiares de las víctimas del atentado de la AMIA y a toda la sociedad.
* Ex ministro de Relaciones Exteriores y Culto.