Hace aproximadamente un mes, en la víspera del ballotage y en la puerta de entrada de lo que hoy es básicamente un intento de golpe de estado, esta cronista escribió una nota que generó controversia en ciertos sectores. Dicho artículo versaba sobre la experiencia que atraviesan miles de argentinxs que advierten, con tristeza de duelo, que sus familiares eligen votar en su contra. Es decir que gente que uno ama vote a un candidato que promete echarte de tu trabajo, aumentarte la prepaga, dolarizarte el alquiler, legalizar el trabajo no registrado e instaurar un régimen de represión y terror, que barra no solo cualquier derecho ganado, sino que se también se administre desde la tiranía y el cipayismo más servil. Algo que estamos viendo ahora, con su vocación absolutista de gobernar como Luis XIV.

Dicha controversia surgió desde la observación de que los gorilas no siempre son, necesariamente, “malas personas”. Eso es válido, pero esa creencia encierra el eje del pensamiento gorila: una mirada individualista sobre la vida. Es cierto que hay gorilas que pueden ser, en su núcleo más cercano, buenos padres, madres atentas, jefxs considerados. Hay abuelas gorilas entrañables que te reciben en su casa con masitas, hermanxs colaboradorxs que te cuidan al gato cuando te vas de viaje, gorilas que adoptan perritos de la calle. Pero el gorilismo trasciende esa dimensión moral personal: es una decisión política frente a lo colectivo.

El escultor, docente y reconocido artista Roberto Fernández, ganador del FNA (salúdenlo, que se va) y peronista vitalicio categoriza simplemente al gorila como quien vota en contra del peronismo. Una definición llana que, sin embargo, puede también desgranarse en distintas dimensiones culturales. Porque no se trata solo de una elección política cada cuatro años, sino de un ethos. Un ethos meritócrata, antipopular, clasista y acomplejado de su condición de sudaca, que descree de la lucha popular como motor de cambio porque considera, en última instancia, que la buena fortuna depende del esfuerzo personal y el sufrimiento abnegado. Lo único que moviliza al gorila es su interés personal, por eso salió a protestar contra la cuarentena, caceroleando con cuidado de que no se le abolle la Essen. 

El estratega y filósofo chino Sun Tzu, que nació casi 700 años antes de Cristo, describió que parte del arte de la guerra implica conocer bien a tu enemigo. Dado que el neoliberalismo a nivel global (a nivel local encarnado por los Mileis) está librando su exasperante y disparatada “batalla contra el marxismo cultural”, que busca aniquilar cualquier discurso o gesto que lo desafíe, no está de más revisitar las distintas expresiones del gorilismo actual para comprender mejor su forma de pensar. Y, de esa manera, tener más herramientas a la hora de complejizar el debate. Aunque el debate no sea más que discutir a las 4am con @KevinGuerreroDeMilei_2006 o con @showroompalermo en un posteo e Infobae.

En la naturaleza hay muchos tipos de gorilas. En la Argentina están lo que no se autoperciben como tales y tuitean desde cuentas anónimas. Gustan de limpiar baños en Holanda siempre que puedan volver a su dpto de Caballito. 


El gorila no se autopercibe gorila

Mientras el peronista se considera, con orgullo, kircho, peruca, “K” o peroncho; o el votante de izquierda trosko, el gorila jamás se autopercibirá gorila. Seguramente crea que es “socialdemócrata”, “radical”, “de centro” o simplemente no le interesa quien gobierne, porque “todos son lo mismo”, “todos roban igual” y mañana igualmente setiene que “levantar a trabajar”, gobierne quien gobierne. El peronista vota desde el amor; vota porque el abuelo vio al mar por primera vez con Perón, por Néstor bajando el cuadro de Videla. Porque cree en un Estado presente y en la justicia social. El trosko también vota desde el amor; el amor del recuerdo de luchas en las calles, experiencias formativas, asambleas estudiantiles, el amor por la construcción colectiva.

El gorila siempre vota en contra. Su voto es no-positivo y es desde el odio. Sobre todo, el odio irracional a la Kretina, que en las últimas elecciones los llevó a votar a un monstruo con tal de sacarla (aunque no había ningún “K” en el binomio presidencial). Sospecha cuando los pobres son felices. No podemos decir, ni siquiera, que siempre vota en favor de sus propios intereses. Muchos gorilas viajaron a las playas uruguayas de San Ignacio con CFK y volvieron de Miami con las valijas llenas de ropa de Forever21 del Sawgrass Mills durante su gobierno KK. Para, luego empobrecerse con Macri, a quien votaron en masa (y se empobrecerán aún más con Milei). 

Eso no lo consideran: su elección en las urnas responde a un deseo aspiracional de pertenecer o compartir los valores de una clase social (de la que quizás ni siquiera son parte). Que no se confunda: el gorilismo es un espectro. Los hay más nostálgicos de la dictadura, como más demócratas. Más feministas o más conservadores. Más o menos ricos. Más o menos progres. Más o menos cipayos o nacionalistas. Los hay patricios sojeros como también oficinistas que son explotados por esos mismos patricios sojeros. Lectores de La Nación u oyentes de Baby Etchecopar. Gorilones de alcurnia y chacra orgánica que todavía tienen la espina de que Perón puso a Borges a trabajar de Inspector de Aves de Corral. O gorilas con el mismo buen gusto que Yanina Latorre, que tiene la delicadeza estética que una remera de morley.

Macri tal vez abarque muchas categorías de gorila mencionadas en esta nota


Tipología gorila

A la hora de hacer una tipología del gorilaje local, hay que empezar por el gorila primigenio. El gorila primitivo de la primera hora nace al mismo tiempo que el peronista de la primera hora. Aunque no hace falta decir que este gorila ya tenía un componente clasista, este sentimiento se exacerba al entender como una amenaza la movilidad popular ascendente, que empieza a ocupar espacios tradicionalmente reservados para la elite, (y que cree que no les corresponden). Ahora, son los mismos que tuitean que hay que ajustarse el cinturón, mientras comen queso brie en el Mapuche Country Club Pilar.

El gorila primitivo no toleró en el primer gobierno de Perón ver que las otrora elegantes playas de Mar del Plata se vieran invadidas por negros grasunes y hoteles sindicales. Las señoras bien de la Sociedad de Beneficencia no aguantaron ver que Eva Perón, una vulgar actriz rubia teñida, que usara vestidos de Dior (como ahora no superan las carteras de Louis Vuitton de CKF) y se ganara el amor del pueblo con sus fundaciones populares. Ese gen gorila, que es parte formativa de una identidad que se identifica con la clase alta y que se traslada de generación en generación, considera que el pobre no tiene buen gusto, no es capaz de apreciar las cosas finas, ni es merecedora de ningún consumo “de ricos”. Así como se quejaban con sorna de que los cabeza usaban el parqué para hacer asado, les irritó décadas después que el plan Conectar Igualdad le ponga en la mochila a los pibes de escuelas públicas una laptop, asegurando que las iban a romper a o cambiar por paco, andá a saber, estos chicos son capaces de cualquier cosa y no es lo mismo fumarse un porro en Palermo que te ofrezcan droga en una villa.

No sorprende que el gorila, al viajar rumbo a Ezeiza para embarcar a su vuelo a Dinsney, comente al pasar por los barrios populares que las casas tienen antenas de Direct TV. O escuchar a la patrona sorprenderse porque la mucama tiene un buen celular: “Tiene un celu casi tan bueno como el de mi hijo, que se lo compré en el free-shop! Y después anda con esas zapatillas todas agujereadas”. Por eso, para diferenciar a la maid de la clase pudiente, le hace usar un delantal en tono pastel y un uniforme para que “la chica que la ayuda en casa” siempre recuerde cuál es su lugar. Este gorila probablemente sea de doble apellido o un new rich enquistado. Como no le gusta saberse argentino porque, como dijo Jauretche, “el tilingo prefiere morir de hambre soñando que es gringo, antes que rozarse con esa fauna que le recuerda su destino sudamericano", le encanta exaltar sus genes europeos y recalcar que sus abuelos llegaron de Europa “con una mano adelante y otra atrás” y toda su fortuna la hicieron tra-ba-jando. 

Aunque tan solo tengan un tatarabuelo italiano, le gusta que le digan “el tano”, aunque es más criollo que un sánguche de miga. Este gorila jamás creerá que es mala persona. El gorila se considera tolerante, solidario y caritativo. Además, de vez en cuando junta algunos bolsones de ropa que deja en el Club House y los manda a Chaco para apadrinar a algún chiquito wichí, al que nunca conocerá pero se asegura de que el nene le mande su boletín de calificaciones para que el pibe tampoco se aproveche. 

Hay otros tipos de gorilas. Está el gorila entrepreneur que se puso una start-up cool, trabaja en un co-work y se tatuó una frase motivacional de Steve Jobs o Bill Gates, que son el epítome del sueño americano (o el argentino tilingo), porque empezaron en un garage. Aunque Steve Jobs efectivamente empezó Apple en su casa, fue a la universidad y se paseaba por el campus descalzo hasta que dejó la facu para “perseguir su sueño” y ser su propio jefe. Para el gorila start-up todos empezamos desde el mismo lugar, no hay privilegios y “si puedes soñarlo, puedes hacerlo”, como diría Walt Disney. Para Milei, siguiendo esa lógica, los millonarios son los mayores benefactores del mundo, porque ellos motivan a la gente a creer que todo es posible. 

Luego está el gorila espiritual new-age, que es bastante parecido al gorila start-up. El gorila espiritual se va de viaje a tomar peyote a la selva amazónica, a fiestas de música electrónica al desierto de California, a misionar al Africa o a hacer rituales de la luna llena en alguna playa del sudeste asiático; donde se deja las rastas, usa un poncho andino y trata de que la señora vietnamita que le alquila la casa le cobre unos mangos menos. El pobre no es pobre porque quiere, sino porque no manifiesta lo suficiente. También existe el gorila cipayo. A no confunir, no es el argentino migrante. El primero es aquel que deja su departamento en Caballito para limpiar baños en Holanda y romantizar su miseria en redes sociales, porque considera que cualquier forma de semi esclavismo es mejor que vivir en este nido de ratas que llama Argentina. Pero, ojo: si le preguntan de dónde es, dice con orgullo que es del mejor país del mundo, la tierra de Messi y Maradona.

Por último, hay una nueva cepa de gorilas junior que hay que mirar con lupa, ya que son el grueso de los votantes de Milei. Gorilas jóvenes precarizados que aspiran con pegarla con los bitcoins y el mundo broker, gim bros machos heridos que cerraron filas contra el feminismo en una secta de Kens que ahora están viviendo su fantasía Mojo-Dojo-Casa-House. Todos sus cañones se orientan hacia las feminazis, que ven como la consumación de todos los males de la subversión social. Con vocación de vendepatria, dan ganas de ponerse del lado de Biondini, que es tremendo gorilón pero, al menos, nacionalista. Sin embargo, siempre hay esperanzas para el gorila de construir una sensibilidad social. Él solito viene para este, sobre todo cuando le empiezan a tocar mucho el bolsillo. Lo esperaremos para cacerolear juntxs. Bienvenido a las fuerzas de la lucha popular.