En la última semana, desde ciertos medios de comunicación y de algunos legisladores, asistimos a una discusión en torno a la cuestión del DNU y la ley ómnibus de Milei que remite a la cuestión formal: se debe modificar la ley de tratamiento del DNU así se podrá abordar de forma específica y aprobar parcialmente. Hay una mezquindad en este argumento que me permito dudar si es consentida o no. La mezquindad es la de creer que el problema importante y de fondo es un problema de forma, no de contenido. Se trataría de un problema de forma que puede remediarse con otras formalidades, las de fragmentar el contenido, parcializarlo, descuartizar el DNU y abordarlo separadamente. La mezquindad de este planteo es que no logran observar la sustancial transformación social que se encuentra contenida en este enorme paquete de reformas y desregulación, la fundación de un nuevo orden social. Es el proyecto de una nueva sociedad lo que se encuentra expresado en esas páginas y que sólo se logra ver en la presentación completa de ese paquete de propuestas. De modo disperso, serían avanzadas parciales sobre nuestros derechos, pero en su concepción holística es la expresión de aquella segunda fundación de la república de la que hablara Ricardo Zinn. A esto, los legisladores semi-oficialistas ¡No la ven!

Ricardo Zinn, creador intelectual del plan de ajuste implementado en 1975 por el Ministro de Economía Celestino Rodrigo conocido como el Rodrigazo, trabajó para la autodenominada Revolución Libertadora, para la Revolución Argentina, asesor de Martínez de Hoz en la Dictadura del '76, reconociéndose como uno de los responsables del plan económico producido por el Grupo Azcuénaga. En su libro La segunda fundación de la república publicado en agosto de 1976 expresa: “...el 24 de marzo de 1976 triunfa el país civilizado y ético sobre la anarquía y el desorden”. También participó en el armado de la Ley de entidades financieras de la dictadura y fue impulsor del CEMA (Centro de Estudios Macroeconómicos de la Argentina) en ese momento, usina de pensamiento del riñón de la Escuela de Chicago. Más adelante Ricardo Zinn será el responsable de diseñar los esquemas para la privatización de las emblemáticas empresas del Estado: YPF, ENTEL y Somisa en los primeros años del menemismo.

En su libro, Zinn encuentra en el golpe cívico-militar de 1976 la segunda fundación de la república, porque entiende que ésta ha ido a lo largo del siglo XX entrando en una acelerada decadencia cuyos responsables los reconoce en el sufragio universal, el populismo, el principio de la mayoría. No es mera coincidencia con lo expresado por Milei cuando no deja de escupirle la cara a la UCR y a sus referentes históricos. Zinn, en principio parece no desconocer la democracia, aunque sí las apetencias desbordantes y participativas que se ven expresadas en lo que llama “populismo”: “…el populismo que ha resultado ser una excelente mímica de la democracia” o “el populismo, deformación de la democracia”. Democracia y populismo parecen no ser lo mismo, sin embargo, se encuentran emparentados, la diferencia entre ellos no es de naturaleza sino de grado, la democracia anida en su seno la participación popular frente a los liberalismos democráticos pacatos.

El autor señala que “la patología de la democracia es el populismo, capaz de convertir el concepto de mayoría en una proliferación desordenada de asentimientos. Si la democracia es el gobierno del pueblo, el populismo es el abuso del pueblo y el abuso por el pueblo, lo que engendrará invariablemente a un tirano”. ¿Pero cuál es el problema del tirano? Un Hayek dirá desde Chicago en Los fundamentos de la libertad de 1959 que “una democracia puede muy bien esgrimir principios totalitarios, y es concebible que un gobierno autoritario actúe sobre la base de principios liberales”. Un Zinn parece temer la figura de un tirano pero asociada a la democracia, mientras saludaba y bendecía a Videla; Milei se pretende arrogar la suma del poder público en los primeros artículos de la ley ómnibus, suspendiendo de facto al Congreso. Entonces ¿cuál es el problema del tirano? Ninguna, el problema no es de forma, es de contenido. El problema no se encuentra en la concentración del poder público, sino en los principios que lo sostienen. El problema está en la democracia. Mientras el poder autoritario recaiga en alguien que dice profesar los principios liberales no existe absolutamente ningún inconveniente.

En la democracia se encuentra engendrado el desorden, el problema que Zinn reconoce es el sufragio universal. Retrotrae la historia al viejo orden conservador, de democracia restringida y profundamente elitista, un régimen más liberal que democrático: “En el campo político los ciclos suelen ser largos. En lo que va de historia argentina como nación orgánica sólo tenemos una gran crisis: la Argentina que crece hasta 1910 y se paraliza con el sufragio universal; y la decadencia que comienza con Hipólito Yrigoyen en 1916, cuya crisis de finalización está aún por producirse”. Se siente con el respaldo político y militar de poner en cuestionamiento la democracia y el mecanismo de la elección: “El sufragio universal, sólo una deidad lateral en países más grandes y poderosos, toma de pronto por asalto el altar mayor. Se adora a la elección por la elección misma”. Por lo que se permite decir con tanta facilidad que “El gobierno del pueblo, frente a la independencia y frente a la organización nacional, es un objetivo de segundo orden. No tiene valor autosuficiente”.

Los registros históricos son los mismos, el siglo XIX como el momento de prosperidad político y económico. Milei se inscribe en esta línea, pretende adjudicarse la suma del poder público durante dos años con la posibilidad de auto-prorrogarse hasta el fin del mandato. La democracia es sólo un medio para la captura del Estado, para todo lo demás es un obstáculo que, incluso como le gusta decir, está corroborado teóricamente.

En 1944 Hayek publica en su estadía en Londres, Camino de servidumbre, donde señala que su problema no es el socialismo, tampoco Stalin ni Hitler, el problema es el esquema público de protección social y, concretamente, el Plan Beveridge en Inglaterra. En ese marco afirmaba: “La idea de que no existe límite para el poder del legislador es, en parte, un resultado de la soberanía popular y el gobierno democrático. Se ha reforzado con la creencia en que el Estado de Derecho quedará salvaguardado si todos los actos del Estado están debidamente autorizados por la legislación. Pero esto es confundir completamente lo que el Estado de Derecho significa”. El Estado de Derecho no significa respetar la ley que el Congreso ha aprobado, significa respetar los “principios liberales” aún a costa de desconocer aquella ley. El Estado de Derecho es un Estado que actúa, aún al margen de las instituciones, con el fin de dar cauce a los “principios liberales” que ellos dicen que sostienen. Las fuentes de las que brotan los criterios de comportamiento social no son ni el Congreso, ni las Instituciones Públicas, ni siquiera el Poder Judicial, sino ellos, un conjunto de textos que dieron forma a esos “principios liberales”. Ellos, Hayek por ejemplo, que en su texto de Friburgo de los ’70, Derecho, legislación y libertad, afirmaba que “…el mayor descubrimiento jamás hecho por el género humano fue la posibilidad de que los hombres vivieran juntos, en paz y con beneficio mutuo, sin tener que ponerse de acuerdo sobre fines comunes y concretos, sólo vinculados por nomas de comportamiento abstractas”, es decir, principios abstractos que nadie sabe muy bien qué son pero que todos creemos compartir en tanto seres humanos, nos conducirían en nuestra vida cotidiana y en nuestras relaciones con el resto de las personas, como si no existieran las grandes empresas monopólicas, los grandes oligopolios, las empresas formadoras de opinión, los formadores de precios. El mundo de hoy no está constituido de individuos, sino de holdings, empresas transnacionalizadas, ¡¿no la ven?!

Por eso es que las formas no son importantes, importan los contenidos. Lo que valida un acto no es la forma, sino el contenido. Un acto, según la forma, puede ser legal, pero lo que importa es la observancia de los principios liberales. Milei se permite decir que ante un eventual rechazo del DNU por parte del Congreso lo someterá a plebiscito, porque lo formal es de segundo orden, lo que realmente importa es el contenido presente en el DNU. La respuesta mezquina y limitada por parte de la oposición semi-oficialista o el oficialismo semi-opositor es una respuesta administrativa: transformemos la forma así lo podemos discutir punto por punto. La respuesta que la ciudadanía espera de sus legisladores debe ser política, poner en discusión qué proyecto de sociedad se formula y expresa en esos inmensos paquetes de propuestas que, incluso, son profundamente anticonstitucionales, una mera formalidad para ellos pero con la potencia de desgarrar vidas, destruir comunidades y mercantilizar bienes comunes.

 

¿Por qué Milei no está interesado en el Congreso, al punto que de darle las espaldas en su discurso de toma de posesión? Porque no está dispuesto a poner en discusión los “principios liberales” que sus mamotretos desregulatorios contienen. Descree en la democracia, en sus instituciones, en el debate público y sólo pretende imponer su verdad y, en política, cualquier pretensión de plantear las posiciones en términos de verdad, clausura todo debate. Las posiciones opuestas son entendidas como errores (no como proyectos e ideas diferentes) y los adversarios como ignorantes (no como sujetos políticos). Así, frente al error y la ignorancia, ellos sólo se permiten dos posibilidades: invitarnos a ser parte de la verdad o disciplinarnos con la fuerza. Ante este escenario, los diques de contención del Congreso y de la Justicia serán imprescindibles, con la certeza que también se los resistirá en las calles.

*UNR-CONICET. Director del Centro de Investigaciones sobre Gubernamentalidad y Estado (CIGE).