La idea que suele repetir Álvaro García Linera sobre que la inflación corroe el alma humana aplica en forma lineal para la política. El salto de precios de diciembre a niveles de casi 30 por ciento mensual y cifras que podrían estar en niveles similares para los primeros meses de este año empiezan a generar un malestar cada vez más marcado en la sociedad. Con esto, el ritmo de desgaste del gobierno de Javier Milei resulta impactante.
Los últimos días comenzaron a acumularse noticias que despiertan alarmas en todas las direcciones y el mercado muestra algunas de las señales más evidentes de la tensión. El riesgo país se encuentra otra vez por encima de los 2000 puntos, los dólares financieros volvieron a mostrar una importante volatilidad diaria, la cotización del contado con liquidación se mueve rumbo a alcanzar sus picos históricos y la brecha cambiaria comienza nuevamente a ampliarse.
Las estrategias financieras del equipo económico por el momento no dieron resultados para tentar a los inversores. Una forma de verlo es con los bonos que viene licitando el Banco Central para los importadores. La semana pasada se realizó la segunda colocación de estos títulos. Se buscó capturar el equivalente a 700 millones de dólares, pero sólo se consiguieron 60 millones.
Si bien en diciembre y en los primeros días de enero se compraron divisas en el mercado de cambios a un ritmo importante, la autoridad monetaria perderá casi todos estos dólares por la necesidad de pagar deuda externa en el corto plazo. Es decir, un pago que se hará directamente con fondos de las reservas.
Para ello el Gobierno anunció un nuevo decreto, con el cual se autoriza al Tesoro a usar 3200 millones de dólares que están en las arcas del Banco Central a cambio de un título con vencimiento a 10 años. En otras palabras: un nuevo pase contable que durante los últimos años los consultores de la city se cansaron de criticar y asegurar que era la emisión de papelitos de colores.
Uno de los principales problemas que enfrenta el Gobierno es que su estrategia tenía incluida la posibilidad de sumar nuevo financiamiento externo, pero hasta el momento esa opción parece totalmente rezagada. No sólo no llegaron recursos de Qatar ni de grandes fondos de inversión globales sino que se demoraron otras fuentes de divisas frescas como la ampliación del swap con China.
Con las tasas de inflación disparadas, rendimientos de las inversiones en pesos negativos y expectativas de devaluación que comienzan a acelerarse, los próximos meses de verano resultan una incógnita en términos financieros pero también en términos sociales. El Gobierno no pudo desactivar el paro general ni parece estar con los planetas alineados para hacer pasar el decreto de necesidad y urgencia que plantea desregular fuertemente la economía.
Los precios de los activos bursátiles parecen responder a esta incertidumbre, no sólo por la suba del riesgo país y la caída de los bonos, sino también por las pérdidas de las acciones argentinas en Wall Street. Durante la primera semana de enero se observa también otro detalle importante que adelanta los desaguisados que espera el mercado para los próximos meses.
A pesar de la inflación en niveles record, los bonos que ajustan por CER comenzaron a caer. Si bien estos títulos por el momento operan encima de la par, las especulaciones empiezan a ser de todo tipo. Uno de los puntos que más se escucha es el siguiente: ¿qué pasa si la inflación no se frena? ¿Si las variables se espiralizan? ¿La idea de dolarizar está realmente en el cajón de los recuerdos?