“La Justicia es como las serpientes, sólo muerde a los descalzos”.
Monseñor Romero, Obispo de San Salvador, asesinado en 1980, canonizado en 2018 por el Papa Francisco.
El registro testimonial de las personas que pasan por determinados procesos en sus historias de vida es fundamental cuando esos procesos son disruptivos con un estar-en-el-mundo amable y feliz para transformarse en una carrera despiadada contra la muerte. Es sobre esas testimoniales de personas anónimas que se va construyendo la historia “importante”, la que queda en los libros, la de los grandes próceres que pasan a la inmortalidad.
Todos los procesos bélicos tienen sus dimes y diretes internos y externos, ya sea que fueren grandes guerras entre estados importantes o guerras intestinas entre diversas facciones de un mismo estado.
Nadie es el mismo después de haber atravesado una guerra, todos lo sabemos, tanto los que volvieron de Malvinas como los abuelos o bisabuelos que estuvieron en la Primera o la Segunda Guerra Mundial, en la Guerra Civil Española, o en alguna otra guerra más. La guerra en Rusia y el exterminio palestino en Gaza dan sobradas muestras de ello.
El libro “Tomamos la palabra: Mujeres en la guerra civil de El Salvador (1980-1992)”, editado por la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”, El Salvador, 2018, condensa 20 testimoniales de diversas mujeres de distintas edades: todas pasaron por la guerra civil salvadoreña y cada una da cuenta, desde su propia biografía de cómo atravesó la guerra, las etapas previas, incluso los procesos de paz, relatando cómo la guerra fue determinando su forma de existir en el mundo.
Algunas eran muy niñas cuando la guerra empezó, otras más grandes, se hicieron madres y esposas en la contienda, perdieron hijos, amantes y esposos durante la guerra, algunas estuvieron de acuerdo y otras no con la firma de la paz, después de eso pudieron reciclarse y adaptarse a la vida ciudadana, estudiar, recibirse, trabajar.
Todas estas mujeres fueron parte de las agrupaciones civiles que participaron en la contienda (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, Fuerzas Populares de Liberación, Universitarios Revolucionarios, Partido Comunista, Partido Demócrata Cristiano, Partido Revolucionario de Trabajadores Centroamericanos, Ejército Revolucionario del Pueblo, Frente de Acción Popular Unificado, Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional, Federación Cristiana de Campesinos Salvadoreños, entre otras), algunas hicieron tareas de cuidado, otras de cocina, otras de salud, otras de radiofonía (la Radio Farabundo Martí se escuchaba en todo el país), muchas combatieron perdiendo la vida en la batalla, otras quedaron con secuelas, muchas tuvieron que emigrar, la mayoría a Nicaragua, algunas a Estados Unidos o a algún otro país.
Muchas crecieron en la guerra. No pudieron estudiar, tener una familia completa y normal, trabajar, habitar un mismo lugar. Algunas entran a las agrupaciones porque sus familiares ya pertenecían, por la escuela o la facultad, o por instinto de supervivencia simplemente, muchas al quedar huérfanas. Todas relatan la gran colaboración de la sociedad civil para con la guerrilla, “cualquier vecino te hacía entrar y te daba ropa de civil, nos hacíamos pasar por las hijas, las sobrinas, las esposas”, “cualquier campesino nos daba refugio si venía la guardia nacional, ellos sabían, nos daban cobijo en seguida”.
Sorprenden testimoniales de fieles de Monseñor Romero, que cuentan su vida con él, cómo cambió todo en el país después de su asesinato; lo mismo la viuda de Roque Dalton (Periodista y poeta, militante del PC asesinado en 1975, premio Casa de las Américas en Poesía y varias veces Premio Centroamericano de Poesía), Aída Cañas, quien relata la pérdida de su esposo y su hijo, su exilio en Cuba, la militancia con Roque y la que siguió después.
El libro en sí es un trabajo de investigación de Margarita Drago (rosarina, exiliada en Nueva York, expresa política de la dictadura, escritora, profesora de lengua y literatura española y educación en la Universidad Pública de Nueva York) y Juana M. Ramos (salvadoreña, profesora de lengua y literatura española en la Universidad Pública de Nueva York) sobre 20 testimoniales de las cuales 17 fueron orales y tres por escrito. Las editoras revelan no haber modificado ninguna de las testimoniales porque lo rico era lo diverso y la pluralidad de voces, rescatar la testimonial pura de cada una de ellas planteando que el narrarse a sí mismas era un acto de urgencia para estas mujeres.
El libro está dedicado “a todas aquellas mujeres que ofrendaron su sangre en la guerra” y tiene por objeto destruir las guerras por la memoria logrando un registro real y propio de los acontecimientos desde las voces de quienes fueron sus protagonistas.
Aparecen frases como: “Yo andaba con una mochila, era mi único hogar, mi cama, mi todo”, “Yo me quitaba lo urbano para ir al combate”, “Yo no me quería desprender del fusil, el fusil tenía la mitad de mi vida; si lo dejaba me quedaba como desnuda, al descubierto, indefensa.”, “Al final me quedé yo sola, allá en el frente, y desde entonces estoy sola.”, “Algo que la guerra me dejó es el compartir y no lo puedo cambiar.”, “Yo tenía miedo con odio por todo lo que estaba pasando”, “Yo tengo una responsabilidad con mis muertos y nunca los voy a olvidar porque, si se mueren en mí, se mueren todos”, “Ellos y ellas murieron, nosotros vivimos queriendo morir para estar con nuestros muertos”, “Nos dábamos cuenta de los asesinados que amanecían en las calles, cuerpos mutilados que veíamos desde las ventanillas de los buses”, “Nunca dejaré de acompañar a mi pueblo, nunca dejaré que nos callen la voz y nunca morirá la esperanza de que las víctimas sabremos conquistar la justicia”, “No es fácil la vida del que se incorpora a la lucha de su país, de todo lo que tiene que sacrificar, como yo, que perdí a mi marido y mi hijo”.
Relatan haber parido los hijos y habérselos dejado a algún vecino o pariente, para poder volver a combatir a la selva… Algunas recompusieron esas historias después de la firma de los acuerdos de paz, otras no tanto… Muchas perdieron al hombre del que se enamoraron en el combate, otras (son muy pocas) pudieron conservar la relación de pareja después de la guerra. La mayoría se había casado. Muchas quedaron viudas muy jóvenes y se volvieron a casar. Todas siguen militando en alguna causa, o en las mismas de las agrupaciones de origen, muchas, como la viuda de Dalton, con los refugiados salvadoreños, muchas estudiaron derecho y terminaron ayudando a la sociedad salvadoreña, sobre todo a las víctimas en la recomposición del entramado social tan destruido después de los años de la guerra. Son varias las que se exiliaron en la guerra y nunca más volvieron pero siguen trabajando para su país, para el pueblo de San Salvador, desde el lugar en el mundo en que se encuentran.
En una Argentina donde la democracia está en riesgo, está bueno, ver, entender, cómo fueron los procesos de pacificación en otros países, qué cosas resignaron y en qué creyeron quiénes estuvieron en el frente desde las agrupaciones civiles… Las verdaderas historias de quienes le pusieron el cuerpo a la resistencia… Por aquello de que nunca morirá la esperanza de que las víctimas sabremos conquistar la justicia…