En el recto de los homosexuales, ya que no en la economía, se juega en estos días, otra vez, la soberanía de Egipto. Aliado a Estados Unidos, cuya ayuda sin embargo no alcanza para hacerlo despegar, el país se bate entre el apego exagerado a la Causa Nacional (una identidad mítica de potencia islámica, siempre amenazada desde adentro y desde afuera) y el amarillismo oficial que denuncia la “avanzada extranjera contra nuestras tradiciones”, y distrae a un pueblo en problemas que va dejando en el cajón de la historia reciente lo mejor de la primavera árabe.
Digo el culo y no otra cosa, porque a los siete chicos encarcelados hace algunas semanas por desplegar una bandera del arcoiris en un concierto de rock alternativo se les practicó el examen anal; una variante de la tortura que develaría in situ el atentado contra el ser nacional. La banda libanesa Mashrou Leila -su líder es un gay comprometido en un país árabe donde existe la única organización lgtbi en Medio Oriente, fuera de Israel- convocó a 25 mil jóvenes, imagino que la mayoría de clases medias y alta. Sus letras de amores prohibidos, la orientación sexual pública del cantante, traducida por la televisión local como “propaganda de desviaciones”, mantiene una vez más entretenido el ambiente político que clama por penas hiperbólicas contra la sodomía local y la soterrada promoción de libertades lgtbi (tan terrible como la del terrorismo, sostienen): si la casa (causa) nacional está en realidad hipotecada, al menos mantengamos el hábito de simular una desinfección de agentes externos. Esa denominación tan compleja llamada pueblo, cuyo subsuelo vive cada vez más sofocado por las penurias, agradecerá el intento de instalar un cuento que le permita soñarse cohesionado.
Culo y terror es una fusión interesante en la semántica de los regímenes patriarcales. He ahí Chechenia y sus centros de detención y exterminio clandestinos; según el Alto Comisionado de la ONU para los derechos humanos proliferan las extorsiones, detenciones arbitrarias, crímenes de odio y de su variante de honor en Egipto, Indonesia, Azerbaiyán. En Siria, donde montadas sobre la guerra civil las potencias mundiales juegan su ajedrez de Medio Oriente, ser puto evidente o descubierto equivale a ser llorado en clave de repudio y de antemano por la familia, porque su muerte en manos de los fundamentalistas o de lo que queda de las instituciones es una obviedad, y no vale la pena dilatar el duelo. El refugio al que aspiran los que no se resignan al hambre, el secreto y las bombas será, para las personas lgtbi, un mecanismo de salvación que precisa la habilidad de los simuladores y el uso audaz de las redes sociales. Hay parejas que huyen vía Turquía y padecen ahí también la crueldad de los homófobos vernáculos o de los que huyeron antes que ellos. En una carta escrita y viralizada por la web, dos sirios gays refugiados en Alemania se quejan de cómo de la solidaridad inicial emerge y crece otra Causa (“Cosa” diría el lacaniano) como es la islamofobia. Si los alemanes que vienen votando a partidos xenofóbicos creen ver más sirios que connacionales en las calles (en los años 30 en Baviera, donde no había una comunidad judía considerable, la prédica nazi prendió mucho más rápido que en el norte, donde sí existía un número importante de judíos), en el Grindr los gays locales mandan sin piedad a los gays sirios de regreso a su país de exterminio. Como diría Milo Yiannopoulos, que hizo campaña por Donald Trump, los progresistas ya no pueden defender a la comunidad lgtbi de una hipotética victoria del Islam. El Islam completo es visto por la derecha homosexual como un enemigo estilo Kaos a batir, que incluye paradójicamente también a las víctimas musulmanas de la homofobia.
En fin, la homosexualidad sigue siendo en el planeta un cuerpo que nos abarca y donde se libran batallas en una guerra política y cultural entre Occidente y el Islam. El activismo lgtbi no puede permitirse ponerse en contra de otras víctimas ni a favor de los curvos intereses imperiales. O terminaremos poblando las redes sociales de violencia xenófoba y las urnas de votos suicidas. No serán precisamente Donald Trump, Marine Le Pen, ni siquiera la política lesbiana de ultraderecha Alice Weidel, quienes se moverán en ayuda de los gays egipcios o sirios que creen en un paraíso de libertad.
La semana pasada recibí un mail de contacto de Facebook interesado en la suerte de un bailarín sirio que busca refugio en la Argentina, cuyo nombre -verdadero o falso- solo circula por ahora en las comunicaciones entre una integrante de una ONG rosarina y funcionarios nacionales. El endurecimiento de las condiciones en el mundo para conceder status de refugiado complica la gestión conjunta. Pero es un buen augurio que al estar alejado nuestro país del brote antimusulmán, una recepción no contaminada por la desconfianza o el odio, como en Alemania, sea posible. Ojalá que la comunidad lgtbi local, buena parte de la cual ha hecho un giro a la derecha, se abrace a un pensamiento internacionalista de los propios derechos y podamos sacar al chico sirio de su atolladero actual. Y, llegado el caso, conversar con él en Soy, erotizados bajo una bandera del arcoiris emancipada de la islamofobia a la europea, la misma a fin de cuentas que desplegaron los homosexuales egipcios transpirando rock libertario.