El cuento por su autor

Este cuento viene de la nada y va hacia la nada. Creo que es una de las mejores cosas que escribí. Tardé 25 minutos en dactilografiarlo. Salió de un tirón. No lo corregí. Pero creo que estas cosas que salen así de rápido, en realidad, uno las estuvo cocinando toda la vida. En la tierra de los sueños y entre las máquinas de la vigilia. Uno escribe solo. Pero también escribe acompañado por los espíritus de las cosas que leyó toda la vida. De todos modos, quisiera destacar a dos grandes autores argentinos que tuve presente mientras manufacturaba esta teoría del abanico. Uno es Sebastián Jaka, un genio secreto que vive en Tandil. Lean en Facebook su novela por entregas que viene publicando: Lombardi. Algún día tanto este texto como su novela Faster ocuparán un lugar en la literatura mundial. El otro es Mario Arteca ¿poeta? Me parece que Arteca es algo más que poeta. Es una imprenta loca absolutamente cuerda que no deja de sorprender con lo que escribe. Busquen sus libros. Lean Perros e ingleses, que publicó Caleta Olivia.

Uno dice dos. Pero no hay dos sin tres. Lean también a Diego L. García. La editorial Pixel acaba de publicar un tremendo libro suyo que entre otras cosas es un homenaje a la literatura norteamericana y, por qué no, al rock and roll. El libro se llama Unos días afuera y es una antología de otros libros suyos y, creo, que también tiene algunos poemas inéditos.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches, compañeros.


Teoría del abanico

1

Busco como si supiera lo qué estoy buscando. La renguera me hace fácil de identificar. Todos me conocen por mi nombre en esta zona. Bah, por el nombre que me pusieron hace unos cuantos años. ¿Apodo? Los apodos suelen tener más fuerza que los nombres que nos ponen cuando nos asomamos al mundo. Así que la palabra “apodo” no le hace justicia a… (Sepan disculparme, los resortes de mi mente saltan sin que yo se los ordene). Bueno, la cosa es que me agarraron con las manos en la masa. Sí, ahí mismo, en el almacén de ojos: EYES S.A. Sí, claro, una mega óptica internacional. Pero empecemos por el principio: yo estaba cansado y harto y chifladísimo por andar arrastrando hambre como un puto chimango por el cielo de las calles y me encontré con Huguito Villarroel alias El Verdugo y él me pasó el dato. Pero lo peor no es que me pasó el dato. Lo peor es que yo le creí. Como siempre que te pasaba un dato, terminó su perorata con su clásico: vos fumá.

***

Yo brillé. Supe brillar. Pero, las cosas se terminan. Volvamos al tema del nombre: mi nombre (el que me pusieron cuando nací) es Julián. Pero me siento identificado con el otro, el que me puso el mundo: Cuñado. ¿Y por qué me pusieron así? Porque resulta que yo fui terrible. Ordenemos la cosa: tengo tres hermanos: Carlos, Juan y Norberto. La voy a hacer corta: yo fui amante de las mujeres de mis hermanos. Así nomás. Punto. No más detalles.

***

Otro tema: ahora soy pobre. Pero fui muy rico. Tuve mucha plata, más de la que se puedan imaginar. Y también fui joven.

Y ahora, mi teoría del abanico: yo puedo cavar todo el día. No es una metáfora. Hablo de usar una pala y darle sin apuro a la tierra hasta que los ojos del que queda en el borde del pozo se pierdan en la oscuridad húmeda del pequeño abismo que yo voy haciendo cada vez más profundo. Una vez, en el Chaco (en otro momento voy a contar qué estaba haciendo en esa hermosa provincia), estaba haciendo un pozo. Me habían pagado por adelantado para que lo hiciera. De esto no hace mucho, cuatro o cinco años. Decía: yo estaba haciendo un pozo en las afueras de la ciudad de Castelli. Estaba anocheciendo. Yo estaba cansado pero feliz. Y me podría haber quedado toda la noche cavando, aunque no hiciera falta. Bueno, estaba dando las últimas paladas pensando en el queso picante que me esperaba en la habitación de la pensión en la que estaba parando, cuando sentí que con la punta de la pala toqué algo que no era tierra. Me detuve y me agaché para ver a qué le había dado con la pala. Un abanico. Primero no supe qué era. Habré estado unos cuantos segundos con el objeto en la mano analizándolo. Lo limpié y lo abrí. ¿Cómo había ido a parar ahí esa reliquia? Lo abrí y le saqué la tierra y me fui a mi pieza. Lo terminé de limpiar y lo contemplé maravillado. Entonces sí: entendí todo. Y, cuando entendés todo, esa agonía lunar en la que estamos deja de ser un lago y nos transformamos en entes furiosos (es así). Luego, bastante después, vemos que el aire es EL AIRE (es así). Bueno, amigos, yo soy un hombre que repite. Y no quiero esto (ni para mí ni para ustedes). Pueden, entonces, completar la teoría del abanico sin mi ayuda. Sí, eso va a ser lo mejor.

2

Una vez más, yo. Despierto al amanecer. En una pieza. La ventana está abierta. Todavía está oscuro. Me duele la pierna mala. Una vez más: yo. Ese es el punto: yo. Muevo la cabeza. Pero, aunque el movimiento diga NO es un SÍ. Porque una cosa son los movimientos que hacemos con el cuerpo, los que se pueden ver, y otra son los movimientos del espíritu. Los movimientos del espíritu son los que cuentan, los que nos definen y determinan nuestro futuro. Hoy es un buen día. No estoy solo. Además, me va a venir a buscar el Paraguayo Méndez. Cuando aparezcamos por la Seccional Norte muchos me van a mirar sorprendidos. Y… claro, yo ya sé lo que les voy a decir: Cambien la cara, chiquitos, hace mucho que no me ven por acá, pero, sonrían, háganme ese favor. Eso les voy a decir. Y ellos van a entender.

3

-No estoy solo, Paraguayo.

-Ya me lo dijiste mil veces. Cortala.

-Te lo dije mil veces, pero parece que no entendés.

-No sé si entiendo, pero no te creo. ¿Sabés por qué? Porque TODOS ESTAMOS SOLOS, aña memby.

-Ja ja ja ja. Aña memby tu mamá.

-No te metas con mi mama. Y ponete los zapatos que no quiero llegar tarde.

-No digas mama, acá se dice mamá, con acento. ¿La viste a Olga?

-Uh, la Olga. Hace como una semana le dije que iba a ir… pero no fui.

-Bueno, después vamos.

Al Paraguayo lo conozco hace más de diez años. Siempre le gustó manejar y a mí no. Llegamos a la Seccional Norte en quince minutos. Le gustaba pisar el pedal de la derecha. El del medio casi no lo tocaba. Muchos no querían subirse al auto si manejaba el Paraguayo. Méndez es Méndez.

4

Entramos. Humo de cigarros, olores mezclados, las pantallas transmitiendo las carreras. Las mesas desparramadas por todo el salón con hombres (pocas mujeres) que se ríen y gritan y gesticulan y van y vienen (al mostrador, al baño).

Con el Paraguayo fuimos atrás, a donde están las gradas de tablones y la jaula donde largan a los perros que van a pelear. Se suelen juntar setenta o más tipos ahí. Todos enloquecidos, apostando, borrachos, drogados. Pero esta vez no había nadie. Bueno, habría unos quince o dieciocho y todos tranquilitos, hablando bajito como si estuvieran en un velorio en un juicio, en el momento previo (minutos más minutos menos) a que el juez dicte sentencia y el protagonista se entere de cuántos años va a estar a la sombra. Bue, me fui al carajo. La cosa es que había poca gente (si es que se le puede decir gente a los que frecuentan la Seccional Norte). Y entonces…

Con el Paraguayo fuimos atrás, a donde están las gradas de tablones y la jaula donde largan a los perros que van a pelear. Se suelen juntar setenta o más tipos ahí. Todos enloquecidos, apostando, borrachos, drogados. Pero esta vez no había nadie. Bueno, habría unos quince o dieciocho y todos tranquilitos, hablando bajito como si estuvieran en un velorio en un juicio, en el momento previo (minutos más minutos menos) a que el juez dicte sentencia y el protagonista se entere de cuántos años va a esta a la sombra. Bue, me fui al carajo. La cosa es que había poca gente (si es que se le puede decir gente a los que frecuentan la Seccional Norte. Y entonces…

-¡¿Qué carajos está pasando acá, culiau?!- dije, como para romper el hielo. Se me acercó Bizcochito y me empezó a explicar. Pero, claro, Bizcochito explicando es como si yo quisiera tocar el violín. Dio más vueltas que la mierda, pero al final pude sacar la idea principal de todo el desquicio de palabras que se le iban apelotonando en la jeta esa de negro abombau que Dios le dio. Resulta que ese día iba a haber una pelea especial. Dos perros malísimos: Diablo y y Satanás contra un lobo.

-¿Y de dónde sacaron al lobo?- pregunté.

-No sé- dijo Bizcochito.

Yo metí la mano en el bolsillo del pantalón y toqué el abanico. Ameritaba tocarlo.

5

Las gradas se fueron llenando. Cuando me quise dar cuenta, ya estaban llenas. Y más que llenas. Incluso había gente desparramada por todos lados. Pero siempre puede haber una sorpresa. Se metió en la jaula un tipo todo vestido de negro, peinado con gomina o con gel o con spray, bueno, eso, era como si tuviera un casco brilloso. Llamaba la atención. Pero el tema es que mientras habló me miró a mí, directo. Me clavó la mirada y dijo: El protocolo de los sábados es tratar de hacer lo menos posible. Incandescente, la memoria, como una manada de elefantes que busca el río nos dice: “Que nunca les falte vino, ni sardinas, ni cigarrillos. Ninguna esperanza blanquea con cal las paredes de mi corazón. No espero nada. Ya hablé de la piedad de la amnesia. Sin embargo, eso es una utopía. Las máquinas que fueron construyendo nuestro prontuario no paran de traernos imágenes para que analicemos, para que nos arrepintamos. El reverbero de los días, dinámicos, efervescentes, y las manos vacías que, a pesar nuestro, esperan una sorpresa, una pequeña absolución en este tinglado discursivo que se mantiene a flote a pesar de su tonelaje histórico. Tengo un asiento reservado en el tren al que voy a subir un 28 de diciembre. No me corresponde estar acá ese día. La inocencia no es lo mío. Lo mejor para mí es, siempre, irse. Cuanto más lejos, mejor”.

Eso dijo.

Y yo no entendí nada. Pero la gente lo aplaudió como si fuera un cantante muy famoso. Pero para mí se parecía más a un puto predicador. No hace falta que les diga que a mí los predicadores, los curas y esos chamuyeros no me van para nada.

Bueno, pensé, por fin terminó. Pero no. Las cosas nunca terminan. El tipo bajó del escenario y se fue moviendo entre la gente. Y…. CUANDO MENOS LO ESPERABA LO TENÍA AL LADO MÍO. Sí. Eso. Ahí, paradito al lado mío. Y el Paraguayo aguantándose la risa pero sin ponerle garra a la cosa. O sea: era evidente que se estaba cagando de risa mal. El tipo me hablaba y me hablaba y yo no entendía un carajo lo que me estaba diciendo. La cosa es que lo corté, le dije:

-¿Y vo quién so?

-Ah, perdón, no me presenté: me llamo Estanislao Facundo Amancay Rosario de las Mercedes Maicol.

-Ah, Maicol. Como Maicol Jackson.

-…

-Es un chiste.

-…

-Y dígame una cosa, señor Maicol, no le parece que se le está haciendo tarde. Mire que si se distrae el gato le puede tomar la leche o la tortuga le puede comer la lechuga.

-…

-Vamos, Maicol, rajá de acá.

No lo vi. No sé qué pasó. Tampoco sé cómo pasó. Pero cuando abrí los ojos yo estaba en el piso. Lo tenía encima a Maicol que me apretaba el cuello con las dos manos. Y si seguía lo más probable era que dejara de entrarme aire a los pulmones.

Pero.

Pero.

Pero por suerte existe el Paraguayo Méndez. Y es mi amigo.

El Paraguayo sacó su revólver treinta y ocho (una reliquia, según él) (una buena máquina, según la mayoría) y le metió el caño en la boca al loco que estaba tratando de que el aire dejara de circular por mis agallas.

El tipo me soltó y empezó a tratar de decir algo. Pero, claro, tenía el caño en la boca. No se entendía un joraca. Balbuceaba y movía las manos. Entonces, el Paraguayo le pegó una cachetada y le pidió al Duque, que estaba ahí nomás, que le pusiera las esposas. (El Duque siempre anda con unas Marshall plateadas que son una belleza). Una vez esposado el punto, el Paraguayo Méndez le sacó el caño de la boca y le dijo:

-Ahora sí, espresate pedazo de puto.

El tipo contó una historia que no tenía ni pies ni cabezas. De hecho, no lo dejamos terminar. Lo llevamos al cuartito y le prometimos que más tarde se lo íbamos a dar de morfar a los perros.

5

No me voy a cansar contándoles la pelea entre los perros y el lobo. Resumo. Un perro muerto (Diablo), un perro bastante machucadito (Satanás) y el lobo herido, no mucho, o eso parecía, pero a la media hora chau, estiró la pata, se nos fue.

6

-¿Qué te parece si vamos a lo de Olga?- me dijo el Paraguayo.

-¿Te parece?

-Sí, dale, se va poner contenta. Además por estos días me parece que venía la sobrina.

-¿Cuál, Carmen?

-No, no: Hilda.

-Ah, a esa no la conozco.

-Es un avión a chorro.

-Entonces no nos va a dar bola.

-Nunca se sabe.

-Es cierto: nunca se sabe.

-No, nunca se sabe, ¿sabés?

El Paraguayo manejaba como si la chata fuera una alfombra mágica. Y de repente se pega con la palma de la mano en la frente y dice:

-¡Uy, loco, nos olvidamos al tipo en el cuartito!

-Se salvó. El plan era que se lo morfaran los perros.

-Pero si Diablo se murió y Satanás no servía ni pa espiar.

-Pero no son los únicos perros en la Seccional Norte.

-Es verdad. Tenés razón.

-Y cuando tengo razón tengo razón.

-Y sí, para qué te voy a discutir.

Y ahí fue que el Paraguayo me sorprendió. Me dijo:

-Te tengo que pedir un favor que no sé si me vas a hacer.

-Decí. El no ya lo tenés.

-…

-Dale, Parguayo conchudo, hablá.

-Necesito que me prestes tu abanico.

-¿Qué tomaste? ¿Estás loco o te pica el culo? Vos sabés muy bien que el abanico no lo presto ni lo alquilo. ¿Para qué lo querés?

-No te puedo decir.

-Ya era imposible que te lo prestara… pero ahora menos. Estabas en cero y ahora estás meno diez.

La noche nos estaba envolviendo como una gelatina. La vista empezaba a confundir las cosas. A la vista muchas veces le pasa lo mismo que a la cabeza: confunde todo.