Jimmy Page, que hoy cumple 80 años porque nació el 9 de enero de 1944, está instalado de intensas maneras en el imaginario rockero argentino. Un imaginario muy zeppeliniano, por cierto. Hay imágenes suyas eternas, principalmente asociadas a The Song Remains The Same, ese film icónico, devastador e infernal sobre Led Zeppelin, que una generación entera vio y oyó en el Cine Lara, durante años negros. Como imagen insignia de aquel show ocurrido el 28 de julio de 1973, en el Madison Square Garden, vuelve una que lo sintetiza más que mil: la que toca guitarra con un arco -habilidad que tomó de Eddie Phillips, guitarrista que estuvo a punto de tocar en The Who- en el pasaje más tenso y onírico de “Dazed and Confused”, “su” tema en la peli, y en la vida. Es el fragmento en que la música viste su escalada por la empinada montaña, en cuya cima encuentra su verdadero ser: el brujo que –también- ilumina la ciudad en la lámina interna de Zeppelin IV.

Es la secuencia que provoca el mito, pues, porque se trata del Page que se constituye a sí mismo a través de un ala misteriosa. Dicen los que creen demasiado que la muerte de Karac, uno de los hijos de Robert Plant, fue producto de un exceso en la magia negra que curtía el cumpleañero. También lo fue el humo negro que brotó de su casa, donde murió el John Bonham, en septiembre del '80. Los que fueron por ese lado, sienten además que Page solía maldecir en idiomas desconocidos y que la palabra ZoSo –la de los signos esotéricos, medievales- quiere decir “Sin posibilidad de buen final”. Con todo, lo único concreto y demostrable en esta línea es que su referente era el poeta ocultista Aleister Crowley, cuya casa frente al lago Ness terminó adquiriendo Page. Claro que no es el único rockero que se edificó a sí mismo –de Dylan a Ozzy, hay para hacer dulce-, pero sí de los que hizo punta en esa progenie, incluso caminando por bordes que otros no hubiesen aceptado.

Bien, puede que esta dimensión que encantó a la generación del Lara resulte "cháchara" en épocas post Peter Capusotto. Pero si hay un motivo certero –y más pesado que el martillo de los dioses- para levantar una copa en honor a Jimmy, es su música, pues. Ese terreno salvador en que los ingleses han picado en punta durante años y que tiene en este guitarrista a uno de sus mayores exponentes. Un maestro. Un alquimista. Un divergente de las etiquetas, que supo construir la suya en clave de eterno binarismo.

De un lado, el vil dinero -también cosa de inglés- y la labor del “Bonzo” Bonham, el baterista carnicero, termodinámico, que bien supo conducir Page, hicieron de Led Zeppelin una banda pionera en eso del rock pesado. Ahí está para comprobarlo el éxito comercial que derivó de relecturas propias, apropiadas, “extremas”, del blues eléctrico que venían proponiendo Cream o Jeff Beck, un añito antes. Ahí está, y no solo en los golpes de Bonham, sino en los psicodélicos alaridos de Plant y, sobre todo, en los riffs llanos, densos y pesados del solitario y callado violero nacido en Middlesex: “Whole Lotta Love”, “Heartbreaker”, “Four Sticks”… ¡Tremendo!

Y del otro lado, la conciencia de que todo ello podía tener un contrapeso, sin perder esencia. De que se podía ir de lo estruendoso a lo suave, y viceversa, en un invariable devenir de suspensos, como muestra el disco debut, justamente concebido, producido e ideado desde la Fender Telecaster que el hombre tocaba a dos manos. Fue Page justamente quien contrapesó con sonidos etéreos, casi pastorales, las heridas provocadas por ese hard carnicero que copó multitudes.

La dimensión acústica estuvo presente en Page incluso desde antes que debutara con Led Zeppelin en el Marquee, en octubre del '68. Proviene de su primitiva admiración por el folk barroco de David “Davey” Graham, maestro que gravitó fuerte en “White Summer”, melodía que Page había compuesto para los Yardibrds en 1967, y que derivaría en la bellísima “Over the Hills and Far Away”. Consensuada con Plant durante los primeros encuentros, la “intransigencia estética” (especie de eslabón perdido entre la Incredible String Band y Pentangle), fue la que determinó el sentido de una banda única, a la que podrán imitar pero jamás igualar, porque el pesado flanco antedicho jamás impidió al guitarrista escalar las altas alturas de “Black Mountian Side”, perla del Volumen I. O serenar el reviente “The Rain Song” mediante. O romper las puertas de occidente a través de “Kashmir”. O encender atmósferas ígneas, como deriva de “No Quarter”.

Seguir la ennumeración terminaría en una enciclopedia. Ochenta años de una vida de mil excede infinitamente este formato. Solo hay que agregar que entre las velas a soplar arde también la del vínculo con la Argentina, que no solo se dio a través del tremendo concierto junto a Plant en Ferro, en 1996, para presentar No Quarter, sino también a través de esa mujer criolla que dijo y lo conquistó, cuando sus pelos largos y canos ya lo asemejaban a Merlín, el mago.

Del Page post Zeppelin-cuesta desatarlo de ahí- también resaltan al paso el abandono de la heroína; un nombramiento como “hijo predilecto” de Río de Janeiro; la vuelta del cuarteto en 2007, con Jason Bonham en lugar de papá John, que jamás tentó a Plant; ambiguas yuntas con Paul Rodgers –The Firm- y David Coverdale, y una vuelta a la semilla como músico de sesión.

Porque eso fue al principio, pero con un pequeño detalle: quienes lo contrataron fueron los Rolling Stones.