Hubo un día de estas vacaciones en el que Roi fumó porro, cosa que no la he visto hacer desde hace años, pero esta vez dijo que se lo iba a permitir porque cómo negarse a las flores que la misma Numi había cultivado. Después de todo un prolegómeno sobre la importancia de consumir lo que viene de la propia tierra, dio la primera seca.
Estábamos merendando panqueques con dulce en el departamento que alquilamos y de pronto se acodó sobre la mesa y empezó a repetir entre carcajadas limpias “la deroga es un viaje de ida, decile que no a la deroga”. Se reía con la cuerda desatada por haber convertido en chiste explosivo una amargura que tenía atascada. La angustia la lleva de un exceso al otro a nuestra amicha.
La tarde del 31, estábamos despanzurradas en la arena cuando leyó en IG que iban a derogar 150 leyes sobre las 360 anteriores todavía en suspenso. Una vez más, como le viene sucediendo, estalló de ira. Y por las indirectas que tiraba parecía segura de que las personas que nos rodeaban tomando mate y comiendo los productos del Rey del chipá -que no tiene tanto de monarquía como de monopolio-, habían votado a Milei. Todas, cada una desde su lona, le pedíamos que se calmara por favor porque temíamos que le agarrara un bobazo. Lo mal que se había puesto se le veía en las venas del cuello y eso pasa cuando se ríe o cuando se enoja. La conocemos. Siempre se defiende diciendo que es de las que no desaprovechan ni un viaje en ascensor para sembrar conciencia, pero yo personalmente pienso que reaccionando de ese modo lo que siembra no es exactamente consciencia sino discordia.
Entiendo su estrategia, pero no estaría siendo la mejor. La teoría de Lau, la reflexóloga, la única que acompaña con agua las comidas desde que le subió la presión, es que lo que se le dispara es miedo y que eso le pasa por afectársele los riñones y el hígado en momentos de calentura. Lo juzgo real porque además de haber vuelto al cannabis, en los últimos tiempos Roi incrementó su relación con el vino. Lo que notamos es que viene procediendo más ansiosamente que de costumbre. Por ejemplo, pensando que la devaluación feroz la iba a confinar a la abstemia, por prevención invirtió en algunas botellas de un buen malbec, pero esta política de abastecimiento terminó redundando en consumo precipitado y ahora se queja porque está frente a la realidad de los precios no regulados del mismo modo que si no hubiera invertido.
En la cena de fin de año abrió lo último que le quedaba de aquella mítica compra que hizo en el chino un par de semanas atrás. Nosotras, que hubiéramos querido pasar la fiesta en paz, omitimos hablar del asunto del gobierno para que no se exaltara, pero cada vez que tocábamos un tema, cualquiera sea, se las rebuscaba para volver a la Ley Milei. Ómnibus, opina, es una palabra apropiada por la casta de LLA a la cual prácticamente le fue extraída la acepción de recoger humanos en una terminal y llevarlos de paseo.
Pienso que tiene razón, aunque acá nunca usamos ese término para referirnos a un transporte al que denominamos “micro” (que también, dicho sea de paso, parece haber migrado a otra acepción: la de las “micro” dosis de psilocibina -hongos, en criollo- con la que Muni hizo una cura durante la primavera). De todos modos, volviendo a aquella Ley, es válido preguntarnos si le pusieron así para referirse a una cantidad importante de leyes a las que no le conocemos la cara como los pasajeros de un ómnibus no se conocen entre sí.
Para Roi, con las siglas DNU pasa algo parecido en el sentido de la manipulación del lenguaje. Dice que se parece demasiado a DNI, y esto aplica a que nos quieren inocular un cambio identitario, hipótesis que verdaderamente no está tan lejos de este mundo Black mirror considerando el intento de aniquilación de las bases que nos sostenían real y simbólicamente como sociedad argenta.
Aunque todas nosotras estamos igual de preocupadas, Roi es el chivo expiatorio, la que no puede dejar de manifestar casi de modo constante lo que las demás nos forzamos por mantener a raya en pos del descanso previo a regresar a Buenos Aires y agitar cacerolas. Me acuerdo que en los años de Cristina, cuando nos juntábamos era para hablar del fin del amor romántico, de la transformación de los vínculos, de las parejas abiertas y de la monogamia obligatoria, pero progresivamente el centro de nuestras charlas se fue corriendo hasta que desde las PASO, Peluca terminó ocupando el trono y lo más parecido a las relaciones que se nos aparece es la pregunta por el caché de Fátima.
No podemos seguir así, dije ayer mientras esperábamos para jugar al vóley en Pancho I, ya ni siquiera tenemos vida personal. Numi me miró exasperada bajo su capelina blanca y me reprochó que no podía decir algo semejante, que lo personal es sobre todo político y qué pasó con la feminista que había amado en mí cuando éramos novias. Le respondí que no quería decir eso, que me estaba malinterpretando, que pienso igual que ella, pero que me refería a que, desde que está en crisis la democracia en este país, ya no hablamos más que de esta cuestión.
Entonces fue cuando se metió Lau, que hasta el momento se mantenía calladita, y me dijo que yo estaba minimizando el problema porque no se trataba de una crisis democrática sino de algo más grave todavía: una guerra intergaláctica. No podía creer la dimensión que tomaba la cosa para ella. Y no digo dimensión por el tamaño del asunto, como si fuera una exageración, sino porque según su teoría, el problema no se dirime en las tres que conocemos (ancho, largo y profundo) sino en cinco, es decir en la quinta dimensión, un plano más sutil al que ninguna de nosotras que nos conocimos tomando birra en la vereda de Tasmania en los ‘90, tendríamos acceso así nomás. Detrás de todo esto, nos desasnó, está la Confederación galáctica que reúne a las razas humanoides más bondadosas de los universos para combatir con amor a personajes de la talla de Milei, que es un reptiliano. Los reptilianos, explicó, son seres de un signo totalmente opuesto al de los pleyadianos, que también andan entre nosotros y disfrazados con nuestra apariencia, pero en lugar de operar para el ajuste como les gusta a “los lagartos”, estos buscan brindar su asistencia para que de una vez por todas podamos expandir nuestras mentes y nuestros corazones y así dejar la crisálida mórbida del individualismo.
La apasionada charla que manteníamos las cuatro sobre la arena ardiente quedó trunca en su mejor momento porque terminó el partidazo anterior y nos llamaron a integrar el equipo con dos pibis más para entrar en la cancha. La verdad es que considero que podría habernos ido mucho mejor dado el entrenamiento que tenemos durante todo el año, pero perdimos como en la guerra porque eses dos eran unos quesos y además nos tocó el sol de frente. No importa. Todavía queda tiempo. Mañana lo volvemos a intentar.