Se despertó. Se sentó en el borde de la cama. Se miró al espejo y pensó “no me veo tan mal, tranquilamente podría pasar por alguien de setenta años”. Y se rió francamente. Acababa de cumplir cincuenta y ocho y era la primera vez en su vida que no tenía nada que hacer. Se frotó la cabeza con placer, fuerte, y miró por la ventana. Desde ahí se veía el viaducto Sarandí del que siempre pensaba “¿por qué le habrán puesto viaducto? ¡Es un puente! Un puente puede servir para muchas cosas. Para que pasen autos, o trenes, o personas a pie o cables y caños de algo ¡Hasta para colgarse sirve! Pero es un puente.” Y estuvo otro rato así, sentado en la cama con los codos apoyados en las rodillas. Mirando el viaducto.
La casa estaba vacía. Adela, su mujer, ya se había ido a trabajar a la pizzería, así que me recibió con el mate listo y en silencio. Solo me contó lo que había pensado a la mañana y su sensación de vértigo frente al día. Para hablar puso algunas condiciones: no fotos, no nombre real, no nombre de la empresa que acababa de despedirlo porque “¿para qué? Después los chicos se preocupan, los amigos comienzan a llamar porque sienten que tienen que levantarte el ánimo y encima andás dando lástima en público. ¡Ni que fuera influencer!” y se ríe fuerte. Pero dura poco. Se mira las manos, mira la foto familiar de colores artificiales hecha hace años en un estudio que quedaba en Avellaneda, y ceba otro mate. No sabe por dónde empezar, así que larga que “esto es un cagadón…y no sé. De verdad no sé. Lo bueno es que mis pibes están grandes y ya tienen su vida.” Y suelta la carcajada de ojos abiertos antes que la ocurrencia: “¡Dos menos para comer, vamos todavía!” pero al segundo se le marchita la sonrisa.
Lo acaban de echar por falta de ventas y otras proyecciones, a él y a nueve más y todavía y por momentos mantiene el humor de inauguración de este nuevo estado suyo. “Ayer cuando nos avisaron nos fuimos los diez a la pizzería de la esquina de la fábrica y pedimos cerveza y festejábamos por el fin de la esclavitud. ¡Parecía esas reuniones de minas donde se juntan a despotricar contra el marido y gritan que son solteras! Pero después, sabemos, cada uno carga lo suyo”. Y el gesto ahora prevé nostalgias de salir a las siete de la mañana y volver “a las siete o a las ocho. Siempre depende del tren, que viene hasta el techo. Pero llegar y tomarte una cerveza con la bruja, que también laburó todo el día, te afloja la vida ¿viste? A veces hasta dan ganas de… bueno, eso no te importa”. Y frena una sonrisa que siente que no corresponde.
Mira para la cocina y dibuja círculos con el dedo donde un cigarrillo tuvo la mala idea de caer sobre el mantel que su hija le trajo de un viaje a Jujuy. Va a cobrar lo que le ofrecieron como arreglo y no va a hacer “ni juicio ni nada. Al dueño se le caían las lágrimas, lo conocemos desde el ´97. Buen tipo, laburaba a la par nuestra. La hizo y la invirtió toda. Y eso que hace años peleamos contra los zapatos brasileros que eran lindos y llegaban a precio de gallina muerta. Y el tipo hizo malabares, pero ahora no le dio. Esta vez no le da. Una vez llegó a los gritos diciendo que Alpargatas había cerrado y nosotros no. ¡somos más grandes que Perón! gritaba. Pero ahora no le da. Pobre hombre…”
Hace una semana, durante la cena, le había comentado a Adela que venían fabricando poco y que no estaban entrando reservas, y que el dueño les había comentado que había otros pedidos pero habían sido suspendidos, y que eso era jodido, porque ya era próxima temporada y había que prever materiales y todo se paraba, y él le había dicho a su mujer que quizá tendrían que comer verduras de estación y “cuando le dije eso me dijo que claro porque eran más baratas, así que le aclaré la cosa: mira vieja, si me quedo sin laburo, ¡vamos a comer las verduras que crecen al borde de la estación Sarandí!”. Y agradecé haber podido comprar la casa en el 2008 porque “venía todo bien y se pudo. Laburabas y se podía. ¿Te imaginás ahora los que alquilan? No… dejáme de joder… ¡es mucho!”
Se cansó de estar sentado y me invitó a seguir con esta charla llena de silencios en la puerta de calle. Mira cada auto que pasa. Mira cada persona que pasa. Y por primera vez cae en la cuenta de que “nadie sabe nada de nadie. Ahora mismo pasa alguien y nos ve y puede imaginar dos amigos tranquilos planificando, no sé, un día de pesca, ponéle, y nos envidia. Y vos estás acá porque te interesa un tipo que acaba de quedarse sin laburo a esta edad y no tiene la más puta idea de qué va a hacer de su vida, además de mirar el puente. Porque es un puente.”
La puerta amarilla algo descascarada, tiene un agujero donde estaba el picaporte que “era un pomo de bronce que se ve que una noche pasó el dueño verdadero y se lo llevó. Hace dos años que digo que lo voy a arreglar y nunca tengo tiempo. Bueno, no tenía tiempo. Ahora tengo, así que voy a pintar la puerta y ponerle algo que no sirva afanárselo.”
Entre sus próximas tareas imagina arreglar la puerta, cambiar la bisagra de la tabla del baño “que siempre queda medio de costado y te quedas con el culo en falsa escuadra”, lijar la hornalla mediana de la cocina, que quema mal, y terminar de matar esos yuyos que crecen entre las baldosas del patio, y ver cómo sigue su vida, porque “haciendo cuentas muy finitas, con lo que me liquidan no me alcanza para un autito decente como para ser Uber o algo de eso, así que no sé. Creo que voy a invertir en latas de atún, como dijo el pelotudo ese. Aunque creo que para eso también es tarde.”
Entre las dudas que ahora tiene tiempo de pensar, no sabe si tendrá que suspender el cafecito del sábado a la mañana en Los 3 Ases, justo a la vuelta de su casa.
Volvemos a entrar y le cambia la montura al mate. Ceba uno y se mira las manos. “No sé, veremos, porque es lindo ese rato del cafecito a la mañana, el sábado. Adela se queda tranquila en la casa, cocina, después yo vuelvo y le hago una picadita como corresponde, con una cervecita… viste como es. Pero bueno, por ahí eso también se acabó, que sé yo. A mí me gustaba ese rato del cafecito mirando hacia allá, hacia el puente, porque es un puente. Y los puentes sirven para todo…”