El calor se potenciaba en el amplio salón del Instituto San Fernando Rey, porque estaba repleto, con mujeres sentadas en sillas pero muchas más en el piso. En el taller de mujeres y pueblos originarios había muchas que venían desde sus pueblos, desde el Impenetrable, ese espacio entre las provincias de Chaco, Formosa y Salta que la tozudez y el trabajo de la comisión organizadora penetró durante meses para ir a convocar al Encuentro Nacional de Mujeres. Cuando pidieron la palabra, algunas hablaron en qom, moqoit (mocoví) o wichi y la coordinadora traducía. Había también otras que estaban ahí para hermanarse. “Algunas tienen la piel blanca, pero todas tenemos la misma sangre”, dijo una de ellas. Y María Rosa Vidal Ñancucheo, mapuche, también trazó un puente para “dejar de llamarlas huincas, o blancas, para decirles hermanas criollas”. Fue la misma María Rosa que luego argumentó en el escenario de cierre para llevar la sede a Chubut quien convocó a reclamar por Santiago Maldonado pero también por los 114 desaparecidos de pueblos originarios en la lucha por los territorios.
Algunas tomaban la palabra por primera vez, y cuando lo hicieron contaron de abusos, de discriminación, de violencias, de su lucha para habitar “ranchos sin vinchucas”, de la necesidad de agua potable, de sus urgencias. Lo más notable fue lo difícil que resultaba para algunas levantar su voz para que las escuchen y sin embargo, las cientos de mujeres que estaban en el salón supieron escuchar, con la sabiduría feminista que dice que la experiencia vital es política en tanto pueda urdirse colectivamente con otras experiencias.
El temor de los desalojos, la urgente necesidad de la prórroga de la ley 26160, para impedir que los pueblos originarios sean despojados nuevamente de sus tierras, y un relevamiento para que se puedan distribuir entre sus propietarios ancestrales fueron algunos otros temas de un taller donde escucharse es también abrirse a las palabras desconocidas, a encontrarse en distintas lenguas que forman parte de la identidad heredada de generación en generación.
Algo más se fraguó en ese taller, porque la combinación de experiencias tuvo una expresión poderosa en el escenario del acto de cierre, donde la argumentación de Chubut levantó de inmediato adhesiones de miles de mujeres que quisieron poner bien alto los reclamos de las que traen el grito ancestral “Marichiweu”, cien mil veces venceremos.