Francisco Vicens, primer bailarín del Teatro Colón hasta el 24 de marzo de 1976, fue mi tío. Renunció en la dictadura y lo justificó en la familia con la siguiente frase “Prefiero que me dé una cornada un toro a recibir un culazo de Liliana Belfiore que llegó a primera bailarina por ser la amante del guardaespalda del Videla”.
Si algo no era mi tío era ser de izquierda y mucho menos peronista como gran parte de mi familia. Sobran las anécdotas que nos contaba de la bacanal que la CGT de Ignacio Rucci le organizó a Perón en su regreso y que tuvo a todo el cuerpo de bailarines del Colón en una fiesta de bienvenida. Mi tío amaba leer a Sarmiento y limpiar su departamento en Avellaneda con la Marcha de San Lorenzo a todo volumen. Él y su novio Jorge, un empleado de una estación de servicio de YPF, pasaban los días de la semana en el departamento y los sábados solían irse a una casita a las orillas de Río Quilmes.
Pasé tiempo con él, el necesario como para que durante una sesión de análisis lo nombrara y mi analista de aquel entonces (años 80) me dijera “nunca lo nombraste” y yo le respondí “pensé que te lo había dado”. Fallido de manual. Mi tío es aún algo muy mío porque adoraba ir a su departamento y a la casa de Quilmes. Amaba estar con sus amigos bailarines, el que más recuerdo lo llamaban Monicar, y charlar de libros que yo apenas comenzaba a leer. Y discutir.
Yo vengo de la rama familiar peronista, sindicalista del gremio aceitero y de la madera. Para mí Sarmiento era un asesino de gauchos, un racista anti nacional. Me llevó tiempo entender que además de serlo, era un buen escritor y hábil político. Recuerdo una tarde hermosa cuando mi tío me preparó un té y me leyó un texto de un escritor francés de la corriente realista, cuyo nombre no me acuerdo. La lectura era un fragmento donde el autor se detenía durante renglones y renglones en la descripción de una rosa blanca. Embobado lo escuchaba, todavía recuerdo la figura que se me armó en la cabeza que más que una rosa, era un tulipán, pero blanco y con rocío abriéndose al sol. El encanto de su lectura no tranquilizó mi anti sarmientismo de aquellos años y volvimos a pelear.
Se dio media vuelta y me dijo “ya lo vas a entender”. Atacaba al peronismo, era votante de la UCR, pero no era anti peronista. Era un liberal que en sus recorridas con el elenco estable que tuvo a él y a Norma Fontenla, hasta su trágica muerte en la caída del avión en el Río de La Plata, recorría museos, compraba libros, aprendía idiomas, paseaba ciudades. Mi tío Francisco era liberal, de derecha, pero democrático. No paraba nunca ni de hacer ni de hablar. Y no temía. El era de esa derecha que liberal que ya no existe y que el capitalismo financiero ya no necesita. Una derecha humanista (y en varios sentidos hipócrita), pero no asesina.
Vale otra anécdota: cuando en 1980 Adolfo Pérez Esquivel recibe el Premio Nobel, Mirtha Legrand lo invita a sus famosos almuerzos. Pero a la señora en cuestión, se le olvidó hacer sonar la campanita como lo hacía con todes sus invitades. Francisco, ni lerdo ni perezoso, agarra el fono, llama al canal y habla con la producción, se presenta, y pregunta si esa señora que comió de la mano peronista y hoy es un gorila sin fisuras se había olvidado su rutina.
Mi tío y esa parte de la familia eran de clase media acomodada, diferente a la gallegada con la que me crié donde mi abuela Juana auspiciaba de matriarca a la que mi viejo se encolumnó por amor y respeto a una expulsada por amor (mi abuela fue madre soletera en Orense y mi bisabuelo Policarpo la mandó a Argentina) que se casó con un purrete doce años menor que ella, furioso peronista y militante sindical. En mi casa faltó el morfi, pero la otra parte de la familia no sacó el cuerpo. Porque estimades progres les tengo una buena y mala noticia: la familia fue destruida, pero no por izquierda, sino por derecha: el neoliberalismo atomizó todo lazo y hasta mercantilizó esas relaciones que nos juntaban domingos por las mañana a amasar ravioles o fideos.
A mi tío Francisco, de clase acomodada, rubiecito, amante de Europa, crítico del peronismo jamás se le ocurrió abandonar a mi viejo en su enfermedad que lo llevó a jubilarse a los cuarenta y cuatro años con la mísera jubilación del gobierno genocida. Mi tío era un exponente de ese liberalismo democrático que persistió en las filas del radicalismo pero que hoy se licuó en su fase macabra: el libertarismo que odia nuestras libertades, es anti humanista, grasa, violento y maldito. El Gobierno de Javier Milei y su elenco siniestro vinieron por todo y muches LGBT+ lo votaron.
Estoy sentado en mi zaguán imaginario porque sé con mucha claridad que nuestros derechos, que se los arrancamos a personajes malos e idiotas como el elenco presidencial/legislativo y judicial de derecha que hoy nos provoca y nos ajusta, van a pasar a la historia como un capítulo infame más y sobre sus ruinas se van a multiplicar plumas y banderas. Y aquelles LGBT+ que acompañaron este tren fantasma pagarán la cuenta doble: la de ser víctimas y victimaries.