Por estos días en Netflix hay dos “spokon” sobre los que vale la pena poner un ojo. ¿Qué es un “spokon”? Simplemente: un animé sobre deportes. A falta del clasicazo Slam dunk, que la plataforma dio de baja hace poco, o del mítico Captain Tsubasa (o “Los supercampeones”, que forjó iusiones en estas tierras allá por la década del ’90) en la N roja hay dos títulos interesantes, más aún cuando se los contrapone. El primero es Kuroko no basket (o “El basket de Kuroko”) y el segundo es Hajime no Ippo. El primero es –obviamente- sobre basket y el segundo sobre boxeo.
En los títulos de ambos están sus protagonistas, Kuroko e Ippo, pero no por eso son los dos relatos de gloria deportiva individual. Aunque cumplen con algunos preceptos del manga/animé de pelea –aparece un rival más fuerte que pone al/los protagonistas en aprietos/superan sus debilidades/lo derrotan-, hay un trabajo interesante en la narrativa que permite remontarse hasta la disyuntiva entre el héroe individual de Homero en La Ilíada y La Odisea, y la fuerza colectiva que narraba Heródoto sobre los espartanos de las Termópilas. Ippo sólo sobre el cuadrilátero, está esencialmente sólo ante los puños de su rival. Kuroko, en cambio, es un jugador intrascendente por sí mismo. Tanto que a veces los rivales ni siquiera notan su presencia en la cancha. Y ahí está su gran ventaja. Su equipo (el de la secundaria Seirin) triunfa así: como equipo.
El relato en ese sentido es previsible: tanto Ippo como los de Seirin aspiran a la gloria deportiva a nivel nacional. Pero en esta lógica individuo vs. Colectivo hay margen para los matices y las sutilezas: Ippo llega a ser quién es porque tiene amigos y un equipo de entrenamiento que lo banca, lo apoya, lo estimula y le enseña. Seirin triunfa cuando lo colectivo estimula y hace florecer a los individuos. No es una tensión ajena ni siquiera a clásicos del manga y el animé, como Saint Seiya (o Los caballeros del zodíaco) o Dragon Ball. Si bien muchas veces esta clase de relatos se presentan bajo la pátina de la meritocracia (y no sorprende en ese sentido que el discurso de Javier Milei calara primero en el fandom otaku, donde reclutó a la diputada cosplayer Lilia Lemoine), una lectura más atenta de esta clase de relatos revela otra cosa. Por ejemplo, Dragon Ball, que es la quintaescencia del género, deja bien claro que el mayor poder de Goku es la “genkidama”, que sólo puede conseguir con el aporte voluntario de energía de miles de personas. Al mal se lo derrota entre todos. La voluntad se sostiene en el ring porque alguien te banca en la esquina. Y saber comerse el banco de suplentes por el bien del equipo también tiene su mérito en la victoria.
Kuroko no basket tiene tres temporadas y una película corta (que transcurre después de los acontecimientos de la serie). Es de 2012 y los casi 12 años encima no se notan en su animación, que es llamativamente buena. Toda la historia gira en torno a Seirin y su encuentro con ex jugadores de la “generación de los milagros”, un grupito de chicos hiper talentosos e imbatibles dentro del campo de juego. Hay pasajes y movimientos claramente inspirados en Michael Jordan y de un modo u otro referencia constantemente a la calidad del basket norteamericano por encima del japonés (hay una llamativa baja autoestima nipona en esto, que también se replica en Hajime no Ippo). Kuroko maneja muy bien el desarrollo de una galería de personajes muy extensa y en ese universo coral se las arregla para colar una buena cantidad de duelos deportivos entre distintos personajes.
Hajime no Ippo recorre el típico arco narrativo que va del muchachito pusilánime hasta el tipo que triunfa en lo más alto de su disciplina. Tiene otra gran galería de personajes secundarios –que el manga publicado por Grupo Planeta en la Argentina desarrolla todavía más-, pero también un protagonista cuyo crecimiento consiste básicamente en ganar confianza. Si en Kuroko’s los personajes aprenden e incorporan cosas, Ippo no deja de ser nunca el tipo humilde y laburador: ni las luces del triunfo (ni los repetidos intentos de sus compañeros de gimnasio por convertirlo en mujeriego lo apartan de su camino). Así todo, es un animé cautivante de 75 capítulos que trasciende la prueba del tiempo: se estrenó originalmente en octubre del 2000 y algo de la técnica de entonces se trasluce en los trazos de lápiz visibles en la animación (sobre todo de la primera veintena de capítulos).
Más allá del basket, el boxeo y el fútbol, hay cantidad de otros animés deportivos disponibles en distintas plataformas. En Netflix por ejemplo también está Rising Impact (golf) y en Crunchyroll.com, una plataforma especializada en animé, hay un montón, desde Kaze ga Tsuyoku Fuiteiru (sobre maratones) hasta Free! (de natación). Tambíen ahí está Haikyuu!!, uno de los más relevantes y populares del género, en torno a uno de los deportes donde el equipo siempre es más que la suma de sus partes: el voley. Porque nadie puede recibir, armar la jugada y cerrarla con un remate en soledad. Los puntos llegan, siempre, con todos juntos. En el animé como en la vida.