Hacia fines de 2003, trabajaba en un estudio de diseño en una situación bastante precarizada. La llegada de un nuevo gobierno me daba esperanzas de conseguir algo mejor. Mi búsqueda había comenzado tímidamente y fue así que bien a comienzos de 2004 me propusieron participar de un concurso cerrado para dirigir el área de diseño de Malba. Un sueño en ese momento por todo lo que el lugar significaba -y aún significa- en mi universo de variados intereses. Desde chico, la visita a los museos siempre fue un plan conmovedor, un paseo que me estimulaba de sobremanera. Una sensación muy vívida. De adolescente, empecé a visitar todos los museos de la ciudad y a medida que crecía, y más cuando empecé a cursar diseño en FADU-UBA, el arte fue mi interés principal.
Mi papá fue quien siempre me estimuló para que visitáramos juntos el Museo de Bellas Artes, el Museo de Arte Moderno o el Larreta, otro de sus favoritos. Un paseo de sábado, la más de las veces. Una recorrida que hacíamos los dos solos, mientras mi madre perdía horas y horas en la peluquería. Tengo muy presente su emoción cuando le conté la posibilidad de trabajar en Malba.
La “prueba” que me habían solicitado para evaluar era el diseño de todas las piezas de la muestra “Dadá y Surrealismo en la Colección Vera y Arturo Schwarz”. Una alegría y una suerte, ya que la influencia del dadaísmo en el diseño gráfico moderno es fundacional y es de larga data mi admiración por las piezas diseñadas por Tzara, Hausmann, las obras de Man Ray y Marcel Duchamp, entre otres, que son fundamentales en la formación, por lo que, en principio, era un material que tenía conocido e investigado. Fueron días de nervios y disfrute al armar las piezas e ir leyendo el material que me habían facilitado para diseñar, textos y algunas imágenes de las obras que llegarían con la muestra a inaugurarse en marzo (ya trabajadas por el diseñador a quien yo reemplazaría).
¡Qué muestra maravillosa! En la cima de mi fanatismo: Marcel Duchamp. Y ahí estarían tantas piezas canónicas. Que las tres propuestas que tenía que presentar, la obra que especialmente protagonizaba mi propuesta preferida era: “Bicycle Wheel” (1913), la pieza que se distingue de los ready-mades al ser uno de los primeros ejemplos de arte cinético, una rueda girando sobre un taburete conformando una pieza morfológica y artísticamente atrapante. Duchamp decía: “Ver que la rueda giraba fue muy relajante, muy reconfortante. Me gustó la idea de tener una rueda de bicicleta en mi estudio. Disfrutaba mirándola, igual que disfrutaba mirando las llamas bailando en una chimenea. Fue como tener una chimenea en mi estudio”.
Luego de presentar las propuestas al director y al curador en jefe -mi admirado Marcelo E. Pacheco-, a los pocos días me enteré que había sido seleccionado para el cargo. La felicidad y la incertidumbre sobre la dinámica de trabajo o algunas cosas protocolares fueron especiales en los primeros días. Las dinámicas en los museos, previas a las inauguraciones, son muy interesantes ya que muchas son las personas que se ponen en movimiento y le dan dinamismo a la puesta, más aún cuando las muestras son itinerancias internacionales como en ese caso, en el que había que seguir algunos procedimientos de tratamiento de las obras o de montaje. Ver llegar las cajas que contienen las obras y comenzar su apertura es una ceremonia que disfruté mucho cada vez que pude, pero esta era la primera vez que presenciaba tremendo acto de intimidad con la puesta en marcha de una exhibición.
Un día, cuando ya había comenzado el montaje en la gran sala del segundo piso, subo a tomar unas medidas para los ploteos y veo una caja grande cerca de la entrada que estaba a punto de ser abierta. No dudé un instante en quedarme a ver el “descubrimiento”. Se corre la tapa y ahí estaba ella, la rueda de bicicleta recostada sobre virutas. El jefe de montaje traía de la otra punta de la sala el taburete en sus manos y en unos instantes la magia había sucedido y la pieza que tantas veces había visto en los libros, que hacía pocos días había manipulado digitalmente para hacer mi prueba estaba delante de mí. Esta versión databa de 1951. Qué hermosa y extraña sensación la de estar frente a una obra de estas características, con ese peso histórico y personal (el aura y esas cuestiones, lo sabemos). Fue la primera pero no la última que pude vivenciar esto en mis ocho años de trabajo en el museo. Sin dudas, por ser la primera, por ser esta obra, es un hito, un momento seminal de mi relación con el diseño en el mundo del arte.
Fabián Muggeri trabaja hace 30 años como diseñador gráfico. Dirigió durante 8 años el área de diseño de Malba; estuvo a cargo del equipo de diseño del Centro Cultural Kirchner. Fue docente en FADU-UBA y UNLa. Realiza trabajos de diseño editorial y comunicación para distintas instituciones culturales, también de imagen corporativa. Dicta clínicas y talleres de diseño en distintas entidades culturales del país. Editó el libro Diseño gráfico argentino 2000-2020 en su editorial Muchos Libros Felices, publicación decretada de Interés cultural por el Ministerio de Cultura de la Nación. En 2022 recibió el diploma al mérito del premio Konex por lo realizado en el período 2012-2022. www.fabianmuggeri.com