Son días de dolor y estupor. El ataque descomunal a todos los derechos ganados en el campo de la salud mental en nuestro país, derechos conquistados a lo largo de días, meses, años y kilómetros de luchas, están en franco peligro. La salud mental entendida como derecho y como territorio en el que se restituye dignidad, está en la mira del DNU que el flamante presidente ni vaciló en escribir. Y la sensación es que esto recién empieza.
No vamos a quedarnos en el dolor, el estupor ni en la resignación. Por eso escribo.
Para quienes nos autopercibimos psicoanalistas más allá del título habilitante que nos designa como licenciadxs en psicología, para quienes dedicamos gran parte de la vida a ese estudio y ese oficio, las formaciones del inconciente de nuestros pacientes (sus sueños, sus síntomas y lapsus) son como piedras preciosas, huellas y eslabones de un trabajo que lleva tiempo, que requiere escucha, y nos conduce a forjar intervenciones en “atención flotante”, intervenciones que muchas veces nos sorprenden a nosotrxs mismxs, que emergen fuera de todo cálculo pero que son fruto de la construcción de un estilo y un saber hacer en este oficio. No voy a hablar --mejor dicho escribir-- sobre ello hoy, sino sobre otros acontecimientos de un análisis, a los que me gustaría llamar: “formaciones políticas de la subjetividad”. Se trata de frases o decires que instauran un punto de quiebre, una decisión afirmativa no prefabricada, también emergen pero no del inconciente sino de una trayectoria que se ve sacudida e interpelada, llevada a encontrarse en un nuevo lugar de enunciación, en un territorio originario de existencia.
Por ejemplo:
--“Fingir demencia es un privilegio”.
--“¿Por qué la gente pide perdón por llorar? A veces lo mejor o lo único que podemos hacer, frente a algunos dolores, es llorar. Yo no me voy a disculpar por hacerlo”.
--“¿Viste que llega una edad en que la gente se resigna y se acomoda? Bueno... yo no lo consigo. No consigo desistir de mí”.
--“Yo quiero que las cosas me afecten. No me interesa la inmunidad ni la anestesia”.
--“Quiero ser la autora de mis valentías y mis cobardías”.
No son puntos de llegada pero sí indicadores de un “prestarse atención”, de una escucha ejercida para con unx mismx y capaz de recortarse, de asumir otro tono, otra cualidad que la distingue del lenguaje ordinario. Las llamo formaciones políticas de la subjetividad porque allí forzosamente nos detenemos, funcionan como un espejo inédito que habilita novedosos modos de reconocerse, apropiarse de una ubicación. Son políticas porque constituyen formas de situarse en el mundo, frente a sí mismx, frente a lxs otrxs. Porque son implicantes en un cierto o determinado camino, porque comprometen a quien las dice. Son subjetivantes: actos de asunción que no permiten escapatoria. Transforman la vida en un territorio de existencia.
Si lxs psicoanalistas y trabajadores del campo de la salud mental podemos escucharlas, recibirlas, resonar en y con ellas, también somos nosotrxs quienes --por añadidura-- nos subjetivamos ahí. Quiero decir: hemos sido parte de ese trabajo, hemos estado allí y seguimos haciéndolo, esas formaciones son la brújula que indica que vamos por buen camino.
Lxs psicoanalistas, desde mi perspectiva y la de tantxs de nosotrxs, no trabajamos únicamente con sujetos del inconciente y sus modalidades defensivas. Trabajamos con sujetos psíquicos que llevan en su interior inscripto el mundo colectivo en el que viven, que habitan, trabajamos con la subjetividad en su dimensión tanto singular como colectiva. Sujetos que --en el mejor de los casos-- tendrán en alguna de las encrucijadas de la vida, de todas las vidas que caben en una vida, de situarse y asumir un particular sitio de enunciación, de verdad, de alivio, de desafío: estx soy yo. No son formaciones orientadas o reorientadas en la perspectiva de una economía del sufrimiento. Es decir, no se trata necesariamente de sufrir menos sino más bien del registro del espesor que da densidad a la trama de una vida.
También es cierto que hay formaciones políticas de la subjetividad que pactan con la indiferencia, que consienten la crueldad, que explicitan o revelan la decisión de no saber, o de saber y que eso nada signifique. También son formaciones políticas al interior de las subjetividades y en el mundo que componen en sus vínculos. Y, por cierto, nos obligan a nosotrxs, analistas, a tomar posición. Nos abstenemos, lo hacemos, pero no somos neutrales.
Para muchos de mis colegas “yo” es casi una mala palabra. Contraseña de un mal ejercicio de la práctica analítica, el indicio que revela que no se está en la buena senda, esa que instaura la hegemonía. Ahora bien, el yo (que hunde sus raíces en el inconciente) es parte de la vida psíquica con la que trabajamos.
Me importan mucho mis pacientes, me importan sus sufrimientos y padeceres, me importan sus alegrías y hallazgos, sus encuentros inéditos dentro y fuera de sus “confines”. No me dirijo únicamente a sus inconcientes, no hablo para entes encumbrados. Les hablo a mortales tan mortales y materiales como yo, tan divididos como yo pero también tan afectados, deseosos, conmovidos, incapaces, decididos, indecisos, perdidos, animados y arrojados a vivir.
En estos días en que la política del país está instalada más que nunca en el corazón de nuestras existencias, tanto que festejar se hace difícil, incluso a veces imposible, quienes trabajamos en el campo de la salud mental tenemos que hablar de política. No transcurre afuera de los consultorios, no transcurre de a ratos nomás, no es apenas una perspectiva como puede haber tantas otras. Incluso cuando escuchamos sueños, cuando trabajamos con síntomas y cuando un lapsus interrumpe el fluir de un decir, siempre nuestra escucha es ético-política. La política está presente no únicamente cuando hablamos “de política”. León Rozitchner escribió y repitió a lo largo de su vida: cada sujeto es núcleo de verdad histórica.
La salud mental también es no acostumbrarse ni plegarse a la violencia ni a la crueldad. Salud mental es insistir, no desistir, resistir, cada vez que ello se escribe con letra propia.
La salud mental es política. La política reclama en los consultorios y en todos los lugares en los que ejercemos, derecho de asilo.
Lila María Feldman es psicoanalista y escritora.