¡Coco, mocosito del diablo, cuándo te vas a quedar quieto! Me cago en este chico, ¿tu mamá qué te da a vos, que estás cada día más hincha? Hasta la una, que viene tu mamá, si m tenés así, yo te doy un pellizcón que vas a llorar, y si no te quedara la marca… te lo daría, mocosito. En mi casa mi mamá a la Esther le da cada torta que después no escorcha como vos. Vos tenés más suerte que la Esther, que es como si fuera negra, porque vivimos en un rancho, pero qué sarnosos son los negros, y si pasaba de nuevo por allá lejos detrás de la vía me corrían de nuevo, el desgraciado del negro del almacén que me levanta la pollera, siempre con los mocos que se los tira soplando para arriba con ruido. En el asfalto los negros andan sin armar lío pero una cuadra después que empiezan las calles de tierra y las zanjas se las tiran de gallitos y las corren a las negras y a todas las de los ranchos que es como si fueran negras y cruzando las vías están los negros más malos sarnosos con cuchillo. Y la escuela Número 2 que es de los más pobres y son todos como negros. Y yo no quise ir más. Yo no es que sea rubia como la Esther, pero somos bien blancos en casa, y cuando nos lavamos que hace tanto frío debajo de la bomba, y yo me lavo acá, que la Male me deja un poco de agua caliente para mí, o la señora Selma que quiere que me corte el pelo. Claro que si me quedara a dormir siempre en esta casa sería mejor porque está en el asfalto y no viene la tierra, pero si la Male no está con luna, porque si no… Pero en casa papá si viene con la curda qué ganas de darle un escobazo, aunque se despierte la Esther y se ponga a llorar a los gritos con el hambre, una mamadera fría y chau, que si hay que prender la leña para calentar la leche, no se calla más, que sigue llorando una hora. Yo digo a todos que la Esther es hermana mía, pero yo soy tía. Hermana mía es la Lola, guacha desgraciada, que la tuvo a la Esther; y la Titina es chica, que tiene seis años, pero esa sí es hermana. La Titina está más flaca que un palo, con el puchero y nada más que puchero, y no se despierta por nada, a mí me clava los brazos de palo entre las costillas y me despierta siempre. Acá la señora Selma hace las milanesas y yo ese día que al volver a casa le conté a la Titina cómo eran las milanesas puso una cara y ahora no le cuento más, que me puso la mano fría en la barriga para ver si se sentían las milanesas, qué sabe ella, pero las ganas que tiene de huevo frito, mamá le dio una cachetada para que se callara. Y le da mil vueltas al hueso en el plato, como el perro, y no come nada, meta puchero de carne y papas, por lo menos me salvo de pelar todas las papas. Con la Titina nos damos alguna rajuñada, y ella tira del pelo enseguida, y la Lola grandulona no me pega que si no le tiro un cascotazo, porque es grande pero es hermana nada más, mientras que a la Esther le puedo pegar si quiero, que soy tía de ella. Ahora es chiquita pero cuando sea más grande si no me hace caso le voy a dar cada torta bárbara. Y de noche se despierta chillando de hambre y yo me despierto y le tiraría un zapatazo. Por lo menos me salvo de pelar todas las papas, prefiero estar colocada de niñera aunque este mocosito me escorche y lo peor que si la Male empieza a escorchar y no me cree que lo senté al nene a las 10, y empieza a preguntar en qué estaba pensando. Y tiene miedo que me deje levantar las polleras, como si no me diera cuenta que las bobas nomás se dejan. Y no quiero tener novio, que soy muy chica, trece años es poco.
Este fragmento pertenece al texto El desencuentro, una protonovela de cinco capítulos que Manuel Puig fue redactando en el año 1962 y que sería la base de su primera novela, La traición de Rita Hayworth. El desencuentro junto con "La tajada" (su primer guion cinematográfico de tema argentino) integran el volumen Textos tempranos de Manuel Puig que acaba de publicar Ediciones Bonaerenses.