La estatura juega un papel relevante en Pulgarcita, para Andersen hay inferioridad de condiciones en su pequeñez extrema para enfrentar el peligro que acecha fuera de los muros del hogar familiar; un cuento que pudo haber impresionado a las niñas de la época.
Pulgarcita, del tamaño de un dedo, que dormía en una cáscara de nuez y se tapaba con un pétalo de rosa, en un descuido fue raptada por el sapo. Aunque supo afrontar sufrimientos y peligros e infinidad de situaciones difíciles, nunca logró escapar de la vigilancia constante de los topos, sapos y ratones, ni volver a su vida anterior.
Republiquita, de un origen que puede rastrearse en la literatura del siglo XIX, comparte pocos aspectos con su gemela literaria: Pulgarcita y Republiquita coinciden en sus dimensiones, pero esta última vive otro tipo de pequeñez. Republiquita, feliz con su estatura, desarrolla una vida opuesta a la del diminuto personaje de Andersen, siempre batallando para no sucumbir. Republiquita va en buenos coches, disfruta y pasea, acumula vacaciones en playas apartadas ("San Ignacio es un rincón paradisíaco de la costa uruguaya"), duerme en una cama rodeada de almohadas mullidas. Hay fotos. Fotos glamorosas de las distintas performances subidas a las redes. La escena con la bella muñequita, bella de cara y ropa, contó con una producción atenta, cada detalle vale cuando tiene carácter de espectáculo público. Republiquita: una muñeca de piel sintética, su vida artificial bien adornada es fotografiada y publicitada. Protagoniza un libreto ideado por su performer, su diseñadora creó acciones en las que ella y su personaje expresan un modo de vivir. Las dos doradas, unidas por un destino común que se proyecta dorado, codo a codo con las doradas esferas.
Hay entusiasmo, cantidad de espectadores cautivos, demorados en cada performance, para comentarla en los círculos afines; la performer cautiva. Con recursos convencionales: pelos platinados, labios pintados al rojo vivo, al cuello colgado algo tintineante, y en el centro escenas de amor. El abrazo a Republiquita. La diseñadora es la cuidadora, la protectora que señala los peligros, siempre de alto voltaje. Desgrana denuncias en micrófonos abiertos a los cuatro vientos que se apagan solo para juntar los ingredientes necesarios para anunciar lo peligroso próximo. La mayoría corresponde solo a dos o tres personajes, protagonistas eternos que repite a perpetuidad, con parlamentos que impactan por sus efectos tipo tele yanqui. A salvo quedan los personajes de grandes ribetes, oculto lo turbio que los envuelve, nunca nada de lo que pueda perjudicarlos; nada de Panamá papers, nada de escenas de represión, nada de desaparición forzada de persona, nada de detención ilegal de persona, nada de censura, nada de ajuste, nada de nada que los ponga en foco. Lo peligroso se desplaza hacia los acusados de siempre. Los navegantes extraviados escuchan la canción que acuna a Republiquita, la tararean trotando entre la tele y las redes.
Mientras tanto, la República, la de todos los días, la que debe no perder sino ganar derechos para todos sus ciudadanos avanzando en su conquista que jamás debe peligrar, se estrecha, empequeñece, como una prenda de algodón de mala calidad que se sumerge en agua, encoge, se reduce tanto que la república alcanza la estatura de un pulgar.