BEEKEEPER: SENTENCIA DE MUERTE 6 puntos

The Beekeeper; Estados Unidos/Reino Unido, 2024

Dirección: David Ayer.

Guion: Kurt Wimmer

Duración: 105 minutos.

Intérpretes: Jason Statham, Josh Hutcherson, Emmy Raver-Lampman, Jeremy Irons, Bobby Naderi.

Estreno exclusivamente en salas de cine.

Resulta más que evidente, viniendo de quien viene, que el apacible y taciturno apicultor interpretado por Jason Statham no es ni una cosa ni la otra. Es más, basta que su vecina caiga en uno de esos típicos engaños virtuales para que la sangre vuelva a correr por sus venas (y surja del interior de sus enemigos, desde luego). Que esa anciana bondadosa sea además responsable de un grupo de beneficencia y la cuenta bancaria vaciada pertenezca a cientos de necesitados hace más intolerable la situación. La cosa se pone aún más complicada cuando se apersona la hija de la víctima, una agente del FBI que confunde de entrada al pobre Adam Clay, que así se llama el amante de las abejas, con un posible sospechoso. Aclarada la confusión y pasado el breve prólogo, ahí va el pelado en su vieja camioneta, cargado con dos bidones de nafta y listo para prender fuego el edificio donde se originó la estafa, un call center diseñado para timar a incautos y dejarlos sin un centavo.

A partir de ese momento, Beekeeper: sentencia de muerte, el nuevo largometraje de David Ayer –el director de Escuadrón suicida versión 2016– se erige como un relato de acción convencional en el cual el protagonista se bate a duelo él solito contra varios ejércitos de villanos y agentes de la ley. Es que el muchacho, como se explica fugazmente en los avances, es en realidad un ex Beekeeper, socio jubilado de un grupo de elite súper secreto encargado de reestablecer el orden cuando las cosas se desmadran. Tan secreta es la organización que ni en el FBI tienen noción de su existencia. Así dadas las cosas, la abeja dormida se activa, convirtiéndose en una mezcla mortífera de Rambo, Ethan Hawke y cualquier experto en armas y combate cuerpo a cuerpo parido en Hollywood. El gran villano de turno es un joven magnate que ha amasado una buena parte de su fortuna precisamente gracias a las estafas, protegido directa o indirectamente por el poder económico y político del más alto nivel, entre ellos un empresario y ex agente federal interpretado por Jeremy Irons.

No hay demasiado humor en Beekeeper, más allá de algún gag aislado, y la historia está más jugada a “suspender la credibilidad” del espectador que a jugarse a todo o nada por el disparate. Pero si no se le piden peras al olmo, la película avanza a todo vapor como una seguidilla de secuencias coreografiadas donde la violencia es cruda aunque esencialmente caricaturesca (en cierto momento, visto desde el punto de vista de los sicarios contratados para matarlo y del grupo SWAT que intenta detenerlo, el pelado parece un híbrido mortal entre Jason Voorhees y un alien insaciable). Que “la casta” sea responsable en gran medida del estado de las cosas parece ir bien a tono con los tiempos y discursos que corren tanto aquí como allá, y el cierre alla James Bond promete, si las cosas van bien en términos de taquilla, que el apicultor esté de regreso en una nueva aventura más temprano que tarde.