Más allá de llamar la atención sobre la mentira que Javier Milei planteó en el discurso presidencial respecto a la Argentina como potencial mundial en 1910, considero relevante recordar los rasgos centrales de aquel modelo de acumulación tan admirado por el presidente. Rasgos que son posibles de rastrear en parte de las principales líneas del reciente mega-decreto propuesto por el primer mandatario.
Es indiscutible que en pleno auge del modelo agroexportador pampeano la oligarquía criolla disponía de las instituciones del Estado incipiente para viabilizar su inserción subordinada al capitalismo global. La relación de dependencia económica con la metrópoli imperial británica era casi total para una clase dominante que no podía imaginar, adicionalmente, otra respuesta frente a los reclamos y huelgas de los obreros que la represión y expulsión del país de los considerados “agitadores sociales”.
Los sectores de trabajadores que aceptaban las condiciones de explotación laboral imperantes sin sumarse a las luchas sindicales contaban con la mano asistencial y moralizante de la Sociedad de Beneficencia. Ese modelo económico y social tan añorado por las clases dominantes criollas tuvo su “desvarío” populista-industrialista y desarrollista en los treinta años posteriores a 1946. Son sus logros y conquistas los que pretenden ser “erradicadas” por la alianza política recientemente arribada al poder.
Apoyo a la propuesta anarco-libertaria
A aquel país profundamente desigual de la democracia fraudulenta y restringida pretende conducir a la sociedad argentina el recientemente asumido presidente de la Nación. Para ello intenta implementar por la vía autocrática del decreto y la anulación de las funciones del Congreso una profunda desregulación y desestatización de la economía argentina. No es menor reconocer que cuenta con la legitimidad electoral y, especialmente, con un clima ideológico antiestatal y antipolítico que hegemoniza buena parte de la cultura política nacional.
Los rasgos principales del antiestatismo reinante hunden sus raíces en las primeras operaciones ideológicas llevadas a cabo por la última dictadura cívico-militar que repetía incesantemente en el marco del terrorismo de estado: “achicar el Estado es agrandar la Nación”. Durante la década menemista-cavallista se completó el desguace estatal imaginado por los dictadores y se incorporó el componente de farandulización y mediatización de la actividad política que llega hasta nuestros días. A pesar de los esfuerzos contrahegemónicos desplegados durante los años kirchneristas, el individualismo neoliberal que abreva en los rasgos antiestatales y antipolíticos ya mencionados es una característica central de la cultura hegemónica del presente.
Estas parecen ser algunas de las razones que explican el acompañamiento electoral a la propuesta “anarco-libertaria”: una buena parte de la sociedad, desguarnecida frente a los abusos de los poderes económicos y descreída de las intenciones distribucionistas de parte de la clase política, optó por las soluciones mágicas propuestas por el ahora presidente imaginando que sus efectos indeseados no iban a afectarla.
Otra buena parte del apoyo electoral se ha basado en aquella parte de la sociedad que sueña con barrer con los vestigios de un peronismo residual y deshilachado. Como sea, la fábula del librecambio y el ajuste automático de los mercados ha llegado al poder por la vía democrática. Sin tapujos, y sin la hipocresía de la experiencia macrista, anuncia tiempos dolorosos para las grandes mayorías como sufrimiento imprescindible e ineludible para llegar a la tierra prometida de una sociedad desregulada y desestatalizada.
Un experimento social
La sociedad argentina se dispondría entonces a transitar hacia un experimento desconocido en las sociedades capitalistas occidentales hasta el momento: las relaciones sociales y económicas funcionarían sin ninguna forma de encuadre regulatorio generado por algún tipo de instancia estatal. Este reduccionismo privatista e individualista de las relaciones sociales que descansa en el absurdo del contractualismo del siglo XVIII, arrojaría a los ciudadanos a una inédita experiencia de la vigencia de la ley del más fuerte que rememora los inicios del capitalismo industrial en la Inglaterra victoriana.
Sin embargo sabemos que, como en aquellos comienzos, la faceta represiva de la instancia estatal resulta imprescindible para el “libre funcionamiento de los mercados”. La desestatización tiene su límite inevitable en el despliegue represivo frente a aquellos que intenten invocar sus derechos frente a las nuevas medidas presidenciales. Paradoja - ¿hipocresía? – presente desde los inicios del acople del liberalismo con el capitalismo ya alertada por Karl Polanyi: las personas son libres para vender su fuerza de trabajo y celebrar contratos, pero no para asociarse y realizar planteos en conjunto frente a los poderosos que fijan las pautas de esos contratos. Extraña y sesgada aplicación de los principios liberales de libre asociación y autonomía de los individuos.
Lo que no debería dejar de llamar la atención es que esta pretensión refundacional de una sociedad cuya economía funcionaría sin regulaciones estatales podría tener el efecto paradojal de hacer claramente visibles los intereses concretos de los factores de poder de las distintas áreas de la economía.
Es decir, un experimento social con un Estado reducido a sus funciones represivas y asistenciales que desmantela uno de los mecanismos de ocultamiento claves para el funcionamiento de la acumulación capitalista: aquel que en buena parte del siglo XX permitió la existencia de funciones estatales distributivas sin poner en cuestionamiento los parámetros centrales de la lógica de acumulación del capital. En otras palabras, sin la participación y regulación estatal, la esfera económica quedaría en una suerte de “intemperie” frente a la mirada ciudadana, dado que podrían visibilizarse las distintas formas y mecanismos de apropiación del excedente y su acumulación desigual en forma oligopólica.
Parece que resultaría complicado en una situación de repliegue casi total de la esfera política estatal seguir planteando el justificativo del supuesto bien común como sostén de las exorbitantes ganancias empresariales en rubros claves como los alimentos, medicamentos, salud, educación y servicios básicos. Sin embargo, los personeros del régimen lo están intentando, con la complicidad de su aparato mediático-propagandístico, con un cinismo y desparpajo que no deja de sorprender. Especialmente cuando no se inmutan al intentar mostrar las “ventajas” que tendría para la ciudadanía adquirir alimentos o medicamentos que no cuenten con certificaciones oficiales respecto a la fiabilidad de sus componente o alcances y funciones entre los cientos de ejemplos que esta pretensión desregulatoria implica.
¿Cómo se sostiene una acumulación del excedente tan transparente e inequitativa? Por un lado, con represión frente a los esperables reclamos de los sectores afectados en combinación con importante dosis de neofilantropía y asistencialismo. Adicionalmente, como ya he expresado, es preciso detenerse y profundizar en el rol imprescindible que jugará el entramado mediático-empresarial justificando tamaña pretensión refundacional.
Éste ya ha cumplido una función fundamental en la vehiculización de los valores individualistas y antiestatales que presenta buena parte de la sociedad argentina. Como ejemplo podemos verificar que, sin pausa y con insistencia, viene planteando hace décadas el remanido recurso ideológico del imprescindible ajuste fiscal y retracción del Estado que conduciría al futuro promisorio prometido.
Veremos cuánto alcance tiene en su función placebo las publicidades de recortes de “onerosos” gastos en medialunas y choferes. ¿Es todo un enigma cuánto será la capacidad de tolerancia de una sociedad fragmentada y profundamente desconfiada de sus instituciones? Sin embargo, frente a la resignación acrítica y el hiperindividualismo del sálvese quien pueda no hay dudas que el único camino es la recomposición de una amplia coalición progresista, nacional y popular que detenga esta peligrosa “fujimorización” que asoma en el horizonte.
Cuesta encontrar el optimismo para confiar en que los actores políticos, sindicales y de las distintas organizaciones sociales dejen de lado razones corporativas y se decidan a confrontar en práctica y discurso las falacias y verdaderas pretensiones de esta nueva experiencia del capitalismo criollo.
*Sociólogo