Las y los argentinos cuentan con primer presidente economista pero, probablemente, no será el último. La profesión es reciente, aunque la función de consejeros del soberano sea muy anterior. La importancia que se otorga hoy a los economistas es inédita: han adquirido, en poco tiempo, un lugar excepcional en el campo de la política por una supuesta expertiz que fascina los cenáculos con exposiciones aparentemente complejas pero en realidad simples. Sin embargo, permito recordar que un título universitario no da autoridad.
Los medios de comunicación han otorgado a los economistas un prestigio que no merecemos, incluso en detrimento de la deontología y la ética. Nuestra autoridad científica ha sido exagerada por la completa ignorancia, salvo excepciones, de los problemas económicos por parte de los presentadores radiales o televisivos.
El resultado de la sobrevalorización de la economía en la esfera política es que Javier Milei haya podido hacer un show, que dio la vuelta al mundo, golpeando hasta destrozar una maqueta del BCRA, supuestamente principal causante de la inflación en perfecta complicidad con el presentador y el propietario del medio de comunicación sin dar la más mínima explicación teórica plausible. Se puede decir que Milton Friedman, el creador del monetarismo, hubiera desaprobado semejante propuesta. Este tipo de secuencias televisivas son una ilustración de la falta de ética de los economistas, pero también de los periodistas.
La base teórica de Milei
Milei se ha reivindicado como miembro de la escuela austríaca, lo cual ha sorprendido ya que es una rama muerta de la teoría económica agotada a principios del siglo pasado. Los “neo austriacos” a los que se refiere Milei no son economistas sino polemistas. Su literatura, que devino una doctrina, condena la acción económica y social del Estado pero es un invento de dos inmigrantes austríacos en los Estados Unidos a quienes la extrema derecha del Partido republicano en su cruzada contra Franklin D. Roosevelt durante los años 40, dio “cobijo y comida” a cambio de ideología.
La vieja escuela marginalista fue fundada en la segunda mitad del siglo XIX por Carl Menger que comenzó su carrera como periodista y consejero escriba del primer ministro del emperador y luego fue profesor. Su teoría afirma que los objetos no valen por el trabajo que contienen ni tampoco por su escasez, sino por su utilidad psicológica según las condiciones subjetivas personales a cada utilizador. No se pueden ni medir ni comparar porque las “satisfacciones” son personales. Los fundadores de la teoría marginalista no condenaban el rol del Estado, no eran opositores al emperador ni clamaban por ninguna libertad ya que de otra manera los hubieran encarcelado.
Menger se inspiró en la “ley de la utilidad marginal decreciente”, enunciada por un economista alemán Hermann Gossen, una transposición de la ley del rendimiento decreciente de David Ricardo a la demanda, pero en términos subjetivos. Sostenía que cuando una persona tenía hambre y le servían un plato de sopa iba a obtener una gran satisfacción con la primera cucharada pero que dicho placer disminuiría a medida que se vaya saciando con las cucharadas siguientes. Es la economía del plato de sopa. De su “ley” surgen las llamadas curvas de indiferencia en microeconomía que describen el supuesto comportamiento y elección del consumidor que con un presupuesto dado debe elegir una combinación de las cantidades de los dos bienes, mucho pan y poca manteca o la inversa es según!. En la década de los 50 de siglo pasado se utilizaron las matemáticas para describir el fenómeno. Y allí se acaba.
En 1944, Friedrich August von Hayek publicó en Inglaterra un pequeño panfleto cuya publicación fue facilitada por el servicio de propaganda de guerra inglés ya que había sido escrito por un austriaco que criticaba doctamente el régimen imperante en su no-país, ya que Austria no existía más. Una versión aligerada fue publicada en 1945, en varios capítulos sucesivos, por el Reader's Digest cuya tirada en esa época era superior a 600.000 ejemplares.
El texto de propaganda es pretencioso y falaz, ya que finge confundir la economía del bienestar con el estalinismo o el nazismo, ens un texto polémico estilo siglo XIX donde no hay teoría económica. Von Hayeck criticaba la modificación en la distribución del ingreso que, según él, no corresponde a un ideal de justicia ya que son "los fuertes (entiéndase los ricos) que deben oponerse al Estado” (sic). Esta formulación pone en evidencia que Von Hayeck deseaba ya sea engañar a sus lectores o no había comprendido que en el liberalismo los ricos aprovechan del Estado para aumentar su fortuna.
El punto central de su posición es que nadie debería ser obligado a pagar la seguridad social. Se oponía al principio de la mutualización del riesgo ideado por Beveridge, que es uno de los puntos básicos del sistema de la economía del bienestar, porque este sistema es superior al sistema individual y privado de cobertura. Todos nos enfermaremos y anhelaremos ser atendidos, y todos deberemos dejar de trabajar debido al envejecimiento pero necesitamos de ingresos. Se trata de riesgos colectivos y universales, que son menos costosos si son asumidos por el conjunto de la sociedad.
El cuento de la jubilación privada de las AFJP es de Von Hayeck. Puesto que el seguro es una apuesta entre el asegurador y el cliente la idea de una “apuesta” sobre la enfermedad o el envejecimiento no tiene sentido. En la mayor parte de los países del centro capitalista el sistema de mutualización del riesgo es el que dio los mejores resultados y es el predominante, incluso para von Hayeck que murió atendido gratuitamente durante meses, en un hospital de Freiburg im Breisgau, en Alemania, pagado por los alemanes.
El plan económico a demanda
Milei estudió en una de esas universidades privadas pero subvencionadas y asistidas por los impuestos de los contribuyentes que existen en Argentina. En la época en que Milei frecuentó la “casa de estudios” le enseñaron lo que sus profesores habían podido aprender en los periodos dictatoriales cuando frecuentaban la universidad. Recordemos que entre 1966 y 1983 hubo solo 3 años de gobiernos democráticos.
La teoría marginalista fue muy difundida ya que era casi la única que era “enseñable” en esos momentos de oscurantismo extremo para el país. Si Nixon decía que “somos todos keynesianos”, esa no era la opinión de Martínez de Hoz o de Llerena Amadeo que fue ministro de educación de Videla y subsecretario de Onganía. No es extraño que Milei se declare participe de la “escuela austriaca” ya que es lo único que le enseñaron.
La lectura detallada del programa económico de Milei muestra que solo tiene de “neo austriaco” el cierre del BCRA, idea pregonada por Murray Rothbard, otro oscuro polemista en economía fallecido en 1995. Ha abandonado dicho punto porque hubiera conducido al hundimiento del sistema bancario y ese tipo de broma puede funcionar en un programa televisivo pero hace palidecer a los capitalistas banqueros, industriales o financistas y también a los ciudadanos. Quedan en su programa las futilidades del tipo desarrollar el turismo privado, la economías regionales, enre otros, lo cual es puro relleno. El resto del programa son los ortodoxos 10 puntos del Consenso de Washington enunciados por el inglés John Williamson en 1989, economista despedido del Banco Mundial.
La única sorpresa en toda esta confusión es el llamativo silencio de la academia, y con algunas excepciones de las corporaciones y multinacionales que ven que se desmoronará la demanda global y comienzan a preocuparse por sus futuras ganancias ya que saben que la injusticia social que reclaman es una situación que lleva a una crisis del consumo y disminuirá sus beneficios. La ultra ortodoxia del programa económico del nuevo presidente producirá a una estanflación que hundirá la economía del país en la crisis.
* Doctor en Ciencias Económicas de l’ Université de París. Autor de “La economía oligárquica de Macri”, Ediciones CICCUS Buenos Aires 2019. [email protected]