La cuarta temporada de True Detective comienza con una cita. "Porque no sabemos qué bestias sueña la noche cuando sus horas se hacen demasiado largas para que incluso Dios pueda estar despierto". Es una frase que tiene dueño: Hildred Castaigne, personaje principal y narrador de "El reparador de reputaciones", uno de los cuentos de Robert W. Chambers que integran su más importante creación: El Rey de Amarillo (1895). No en vano la nueva showruner de la serie de antología creada por Nic Pizzolato hace ya diez años elige reverenciar ese tímido destello del aura de su predecesora. Issa Lopez, guionista y directora mexicana, se hizo cargo de esta reinvención de la serie estrella de HBO y de conducir el regreso a la televisión de Jodie Foster a través de un territorio inquietante pero conocido, aquel que emerge de las sombras del horror cósmico modelado por H. P. Lovecraft. Foster da cuerpo a Liz Danvers, una policía que hace pie en ese mundo helado y violento. Sagaz, atormentada e implacable, su criatura llega a la televisión luego de una larga travesía por una noche eterna.
La última vez que Foster asomó en los sets televisivos era apenas una adolescente y todavía no había vivido el suceso de Taxi Driver, la obra consagratoria de Martin Scorsese en el Nuevo Hollywood de los 70. Los epígonos televisivos de la sugerente Bob & Carol & Ted & Alice en 1973 y de la exitosa Luna de Papel en 1974, una breve aparición en el drama médico Medical Center (1975) y algunos capítulos especiales en la antológica ABC Afterschool Specials eran apenas los antecedentes de la joven actriz cuando su interpretación de la prostituta Iris la catapultó a la fama. Después de Scorsese llegó Alan Parker tras la cámara de Bugsy Malone (1976), luego la repentina adultez en su sorprendente actuación en Acusados (1988), y por último la consagratoria El silencio de los inocentes (1991), con aquel dúo con Anthony Hopkins entre seducción y canibalismo. El policial, la noche y los asesinos salvajes que forjaron su fama temprana parecen regresar como marco de este anunciado regreso, no solo a la pantalla chica sino también a una nueva etapa de su carrera, con el pelo plateado, las arrugas visibles, la fortaleza inexpugnable.
Elizabeth Danvers, su atormentado personaje de la nueva True Detective, se nutre de aquellos orígenes. La mirada fija, la atención concentrada, las reacciones inmediatas, sin dudas ni arrepentimientos. Lo descubrimos en el instante de su aparición, en su entrada a la estación de investigación Tsalal en Alaska donde un grupo de científicos ha desaparecido misteriosamente. Es el tercer día de oscuridad en el Ártico y un misterio inexplicable revoluciona Ennis, esa ciudad ficticia modelada en tantas otras que pueblan aquel territorio sumergido en la nieve y la soledad. Danvers baja de la camioneta policial, busca sus anteojos sin éxito, sigue el ritmo lejano de una canción de los Beatles que suena en un televisor con las imágenes de Matthew Broderick en plena danza en Un experto en diversión (1986), de John Hughes. "No podemos apagarla", le aclara su asistente obnubilado por los acordes de "Twist And Shout" a todo volumen. Danvers descorre un cortinado, encuentra el escondite de los controles y restituye el silencio en el lugar. "No soy fan de Los Beatles", aclara con cierta soberbia. Hay que ponerse manos a la obra.
Cuando apareció la primera temporada de True Detective, allá por 2014, el mundo de la televisión todavía estaba en el apogeo de su era dorada y el arribo de Nic Pizzolatto como guionista y creador supuso un aire fresco para las ficciones que intentaban llevar a la pantalla chica los hallazgos de la literatura y la estética madura del cine. Novelista con un paso breve como guionista por el equipo de The Killing -una de las versiones pioneras del nordic noir en Estados Unidos-, Pizzolatto llegaba con variadas inspiraciones: el horror cósmico de Lovecraft y Chambers, los hallazgos inquietantes de la Twink Peaks de David Lynch, los espacios y narrativas del gótico sureño. Desde esa cuna diseñó una lógica dual con dos detectives que ofrecían el péndulo entre la creencia y el escepticismo, el humor de las buddy movies y un análisis subterráneo del heroísmo masculino heredado de Vietnam y en crisis en los comienzos del nuevo milenio. La serie se convirtió en un éxito y en un ritual para sus fanáticos, sus pistas despertaban reflexiones y conjuros, las cifras de audiencia superaron los 10 millones de televidentes en el final. ¿A dónde ir después de semejante fenómeno?
Pizzolatto no se quedó quieto y en la segunda temporada cambió la brújula. De las tierras pantanosas de Luisiana se fue a la soleada California, y su nueva inspiración se forjó en el neo noir de los 70, el cine de William Friedkin y Paul Schrader, la literatura de Thomas Pynchon y el infierno corrupto de Cosecha roja se transformó en una mezcla de paraíso fiscal y zona liberada, colonizado por disputas intestinas y negocios turbios. La experiencia no cuajó, todos resultaron desilusionados y True Detective parecía perder su magia y su mitología. Los años de descanso y reflexión concluyeron en un expectante regreso cuatro años después con una nueva dupla de detectives y un nuevo caso espeluznante. Mahershala Ali y Stephen Dorff encarnaron la reinvención de los logros de la primera temporada bajo una nueva identidad: tres líneas temporales, un narrador poco fiable, los escenarios de la región de Ozark, rocosos y consumidos por la más cruda pobreza. En ese corazón de la América profunda, un crimen ritual traía de nuevo los signos del Rey de Amarillo.
Primero el gótico sureño, luego el neo noir, por último la apariencia de un cuentos de hadas macabro que conjura la pluma de Stephen King y la popular estética del true crime dejaban al futuro con demasiados interrogantes. ¿Y ahora qué? ¿Cuál era el rumbo de una nueva temporada que no haya aparecido en las anteriores como referencia, cita o guiño esporádico? Pizzolatto dejó su lugar a una nueva creadora que fue a buscar un inesperado y lejano origen: el nordic noir. El policial helado de Escandinavia que impregnó las ficciones de este nuevo siglo encontró en las tierras de Alaska y las tensiones entre colonizadores y pueblos originarios un territorio fértil para imaginar una nueva ficción. Ennis es el pueblo fantasma, una población consumida en sus luchas ancestrales, corroída por la desocupación y el alcoholismo de su población, la violencia convertida en moneda corriente. Un paraje inhóspito durante la larga noche del invierno. Una ceremonia de horror que culmina en un grito de muerte.
"La esencia de True Detective resulta de cómo el horror se encapsula en el interior de la narrativa propia de la serie negra", declaraba el domingo pasado la ejecutiva de HBO, Francesa Orsi, a The New York Times, confirmando su atracción por el cine dirigido por Issa López y la convicción de que era la indicada para conducir una nueva entrega de la serie de antología. La película que más la sedujo fue Vuelven (2017), una fábula sobre cinco niños que sobreviven a las disputas entre la policía y los narcos, guiados por los fantasmas de los muertos en la llamada 'guerra contra la droga' en el corazón de México. Allí había un indicio de esa amalgama entre los tropos del terror, sus fantasmas y apariciones, y la crudeza de la violencia callejera en un presente candente. Las detectives serían dos mujeres, Jodie Foster y Kali Reis, una mujer blanca y otra descendiente de los habitantes originarios. Entre ellas, un caso irresuelto que regresa del pasado, la culpa y la imposible redención. La misteriosa desaparición de ocho investigadores de la estación Tsalal las obliga a compartir la búsqueda de la verdad. En esta tierra o en el más allá.
La evidente inspiración del primer guion de Lopez fue La cosa (1982) de John Carpenter -basada en la novela ¿Quién anda ahí? de John W. Campbell-, y junto a esa fábula terrorífica sobre unos científicos consumidos por una horrible aparición en la Antártida, también el cómic 30 días de oscuridad (2002) de Steve Niles y Ben Templesmith, sobre una colonia de vampiros que visita un pueblo de Alaska para alimentarse durante la larga noche del invierno. Lógicamente la cáscara del relato se inspiró en las narrativas nórdicas, desde la saga Wallander de Henrik Mankell hasta las series Forbrydelsen (2007-2012) y Bron/Broen (2011-2018) que pusieron de moda aquella vertiente del policial. "¿Sigue siendo True Detective?" fue la pregunta clave de la entrevista del Times a Issa López. "La cuarta temporada conserva los elementos esenciales de la serie: dos detectives, enredados en terribles secretos y sumergidos en un paisaje que expresa su oscura vida interior". Esos detectives son ahora dos mujeres, ambas con un pasado que las persigue, con un presente que no las deja en paz.
Kari Leis interpreta a Evangeline Navarro, una detective reconvertida en policía de calle, atormentada por la muerte de su madre y los desvaríos de su hermana, tironeada entre sus orígenes Iñupiaq y su integración a la comunidad blanca. Pero es Jodie Foster el personaje más inquietante, cuya vida interior resulta un extraño laberinto como el que aparece dibujado en la piel de las víctimas. Como todos los detectives del policial contemporáneo, su angustia existencial es la que nutre su instinto febril para dar con la resolución del misterio. Tanto en la desolada Tsalal, en la que sus miembros dejaron todo como si hubiesen sido el objetivo de una repentina abducción, como en los confines de ese desierto helado, poblado de cadáveres dispuestos en una danza macabra. Pero, además, su vida personal está signada por el sexo casual con todos los hombres de la región, por una relación conflictiva con su hijastra, por la memoria esquiva a la raíz de sus propias culpas. Noche a noche, Liz dispone la evidencia en hilera como los retazos de su propia vida fragmentada, pasado y presente se igualan, la noche y el día no se diferencian.
"Cuando leí el guion me di cuenta que era muy bueno", revela Foster en la entrevista con The New York Times. "Me dio mucha curiosidad el pasado del personaje, sentí que tenía mucho que aprender para interpretarla, y cuando conocí a Issa [Lopez] sentí que ella tenía en claro lo que quería pero que también contaba con un espíritu colaborativo". En virtud de esa apertura, Foster pidió envejecer a su personaje y dejar el liderazgo en manos de la figura de Navarro, que inicialmente iba a ser latina pero sus raíces se hicieron nativas para dar representación a los pueblos originarios de Alaska. La relación entre ellas, que comienza nutrida de la tensión por un caso irresuelto que regresa con la forma de una lengua humana abandonada en la estación Tsalal, evoluciona hacia una sociedad compleja pero fructífera, alimentada por las posiciones encontradas dentro de la fuerza y también por el contrapunto entre el racionalismo de Danvers y la conexión de Navarro con el mundo de los muertos.
Foster ofrece en su creación ciertos matices sobre los personajes femeninos de las nuevas narrativas policiales, como Kate Winslet en Mare of Easttown, Anna Friel en Marcella, o Sofie Gråbøl como la pionera Sarah Lund de Forbrydelsen. Es una mujer madura, con una sexualidad explosiva y un costado esquivo al inicio, que se torna sombrío y manipulador con el correr de los episodios. A diferencia de su ejemplar Clarice Starling, asombrada por el mismísimo hallazgo de su propia oscuridad en el espejo que le ofrece Hannibal Lecter, Danvers persigue a los más temibles criminales como presas propias, nunca como el retrato invertido de su propia obsesión. Para vivir enterrada en la mugre y el hielo ha construido algo más que una coraza que protege sus sentimientos, que aísla sus emociones de cualquier exposición. Se ha convertido en una cazadora furtiva, custodio de sus propios misterios hasta el límite, dispuesta a resistirlo todo, a nunca dejarse vencer. Foster habita esos fantasmas como nunca antes, con sus vitales arrugas, su pelo plateado, sus ojos siempre alerta. El mal no descansa pero ella tampoco, siempre va a estar esperándolo.