Hay personas que dedican su vida entera a observar cosas. Pasan los minutos, las horas, los días, los meses y los años mirando a su alrededor. Se pierden en la observación. Viven para ella. Lo que ven, todo el tiempo, es un sinfín de imágenes, de combinaciones de tonos y figuras. Y algunas de esas personas, además, fotografían esos lugares en los que se mueven, intentan registrar la luz, el color, las acciones de las personas o algo de todo lo que está rodeándolos. Con esas fotos hacen obras, generan estilos, reinventan el mundo, crean una ficción de la vida cotidiana. Es decir, son autores. Esos son los casos de Alejandro Kuropatwa, Guillermo Ueno, Alberto Goldenstein y Bruno Dubner, cuatro artistas fotógrafos que con sus obras imprimen una relectura del mundo real y logran devolver un aura especial a esos instantes de observación insignificante.
Actualmente, en la Fundación Larivière se puede visitar la exhibición La sed, una muestra que reúne obras de estos cuatro artistas fotógrafos. Con curaduría de Lara Marmor, esta exposición pone en convivencia estas imaginerías muy diferentes, cuatro puntos de vistas que dan cuenta de las diferencias que puede haber incluso en el lenguaje fotográfico. No es una exhibición que intente dar cuenta de cuáles son los puntos en común entre Kuropatwa, Ueno, Goldenstein y Dubner, sino más bien la manera en la que construyen sus individualidades. Cada uno con sus características singulares logró crear una manera de fotografiar específica, una forma particular de ver y relacionarse con sus contextos.
Lo que aparece cuando se recorre La sed son una serie de interrogantes por la fotografía en sí misma. Quizás no sea la manera de hacer obra lo que une a estos artistas, sino más bien las preguntas que rodean a la práctica. Desde la foto perfecta sacada en un estudio por Kuropatwa, hasta el detalle de una mesa capturado por Dubner, pasando por el color estallado de Goldenstein y las luces tenues de Ueno; todo tipo de dudas y dilemas surgen de la convivencia de estas obras ¿Qué es una fotografía? ¿Cuándo una foto es buena? ¿Tiene sentido hacerlas, capturarlas? ¿Cuándo un fotógrafo es un artista? Estas son algunas de las preguntas que flotan en La sed, que existen en la conversación invisible que hay entre estos cuatro artistas.
Las respuestas no abundan en esta exhibición. Las obras parecen perderse en esas dudas y existen en tanto se mantenga la discusión. Lo que sí hay –tal vez sea esta la única certeza que puedan ofrecer estos artistas– es una oposición a la tradición, al canon, a la fotografía pensada como una práctica con una utilidad específica. Las obras que están en la muestra son una defensa de la dispersión, incluso las de Kuropatwa, que son retratos clásicos hechos en estudio de personas sonriendo –las personas son muy distintas entre sí y hasta hay un perro posando–. En La sed lo que menos importa son las fotos.
Los cuatro artistas que integran esta muestra tienen una manera muy particular de mirar y registrar el mundo. La fotografía es un punto de contacto entre ellos, pero lo que cada uno hace con esta disciplina es bastante diferente. Si bien hay relaciones entre la producción de Kuropatwa, Ueno, Dubner y Goldenstein, lo que cada uno hace es muy particular. A lo largo de los años de producción, cada uno fue definiendo un lenguaje propio, una gramática intransferible.
Mientras estuvo vivo y produciendo, Kuropatwa logró entrelazar la fotografía comercial con aquella que hacía como obra. La serie que se exhibe ahora en la Fundación Lariviere da cuenta de eso. En "Solo sonrisas" aparece el trabajo en el estudio, la sesión de fotografía de moda, el uso comercial de la práctica, pero también todo aquello que se vincula a creación de una obra de arte: el capricho, la incorrección y la fantasía. Ese es el lenguaje de Alejandro Kuropatwa, un idioma capaz de hacer convivir todo lo que aprendió para hacer fotos de catálogos –como los que hacía para la empresa de cosméticos de su familia, Vía Valrossa– con una sensibilidad propia de la práctica artística.
Durante los años noventa, Kuropatwa y Goldenstein se ocuparon de reformular la escena de la fotografía. Mientras que Alejandro unía en sus obras esos dos universos, Goldenstein imprimía en la fotogalería del Centro Cultural Rojas un punto de vista que se corría de la tradición que se había construido durante décadas, esa que defendía la foto en blanco y negro por sobre el color y que también priorizaba el aspecto temático de las imágenes. La propuesta de Goldenstein, que se mantiene hasta la actualidad y que se puede ver en la serie que exhibe actualmente en La sed, atenta contra eso y defiende la incorrección, el encuadre deforme, la saturación del color, la performance de pararse en el medio de una situación con una cámara para registrar lo que está pasando. Lo que importa en la obra de Goldenstein no es la foto o la imagen que se muestra, sino las decisiones que se tomaron para llegar a esa situación.
En este sentido, la propuesta de Ueno parecería ser una continuación de ese programa. Sin embargo, la particularidad de sus fotografías no radica tanto en el uso del color o en lo deforme del encuadre –características formales que sí son definitorias en la fotografía de Goldenstein–, sino la luz. Hay un tipo de iluminación que le pertenece únicamente a Guillermo Ueno. No hay otro artista que tenga esa luz, ni que habite esos espacios. Con su práctica, Ueno convierte todo en silencio y sutileza. Una bolsa de plástico o una cocina abandonan su pretendida normalidad para transformarse en lugares misteriosos, preparados para ser descubiertos en cuclillas.
La obra de Dubner es la obra de quien encuentra el tesoro, del tipo que avanza sobre los misterios que hay en la vida cotidiana y encuentra una pequeña piedra preciosa donde todos vieron un pedazo de carbón. Las fotos que presenta en La sed son esos detalles que cobran valor en el momento que son fotografiados: las raíces de un árbol o una mesa de hierro con un abrigo encima. Dubner encuentra el todo en la nada, en lo olvidado, en lo “no fotografiable”. Las imágenes que este artista trae a esta exhibición funcionan como una reparación histórica de esos recovecos. Dubner señala eso que pasamos por alto. El brillo del detalle insignificante.
Todo esto genera que se produzcan diferentes humores y estadios al interior de la propia exhibición. Recorrerla es naufragar en un mar donde los cambios de la marea son completamente impredecibles. Es como meterse en la cabeza de una persona con trastorno de personalidad múltiple: diferentes facetas de una misma cosa, que es la fotografía.
Alberto Goldenstein funciona en esta exhibición como el centro gravitacional, el sol alrededor de donde giran el resto de los planetas –Kuropatwa, Ueno, Dubner–. Esto sólo sucede por algo netamente azaroso: todos lo conocen a él, pero no necesariamente entre sí. Lo que se establece en La sed es un mapa de interlocución, una pequeña red conceptual de quién habla con quien. Sin embargo, hay otras relaciones posibles que también se pueden establecer cuando uno mira las fotografías de estos artistas, por ejemplo, en la manera que se vinculan con las personas.
En el caso de Goldenstein y Ueno, ellos son artistas que están presos de las acciones de la gente que los rodea. Las escenas que retratan están condicionadas por lo que están haciendo aquellos que tienen alrededor. Ellos parecerían soltar la cámara en medio de una situación para después desaparecer, correrse de lo que sea que esté pasando. Ueno y Goldenstein no opinan, señalan. No buscan la foto, la encuentran. La contraparte de esta pretendida liviandad es que están atados a esos movimientos ajenos. Las fotografías que Goldenstein exhibe en La sed –tomadas durante la feria de arte de Art Basel, Miami– no serían lo que son sin aquellas decisiones incontrolables. En el caso de Ueno, ocurre algo similar, en tanto la vida cotidiana que registra, ese mundo íntimo que aparece en cada una de sus fotografías, se configura por cosas sobre las cuales no tiene control. La habilidad de estos artistas radica en la manera en la que construyen un lenguaje propio con palabras que desconocen, con un idioma que no controlan.
Lo que ocurre con Kuropatwa y Dubner es todo lo contrario. El control de la imagen y de las acciones es total. Por un lado, los retratos de estudio reunidos en "Solo sonrisas", la serie de Kuropatwa, son un elogio de la obsesión: es Alejandro diciendo sonreí más, sonreí menos, mirá para acá, mirá para allá. Nada está suelto, todo está bajo control. Con Dubner ocurre lo mismo, primero porque no hay personas en sus fotografías y segundo porque su ojo apunta en una única dirección, hace un recorte muy específico de aquello que está mirando. No hay azar en sus imágenes blanco y negro, ni tampoco en el retrato que hizo Dubner de Karina Peisajovich. Con ver la foto es suficiente para escuchar el: “A ver, ahora mirá a la cámara”.
La sed, una muestra de Alberto Goldenstein, Guillermo Ueno, Bruno Dubner y Alejandro Kuropatwa –con curaduría de Lara Marmor– puede visitarse en la Fundación Lariviere (Caboto 564, La Boca, Buenos Aires) de jueves a domingos, de 12 a 19. Gratis.