Mezclao con Stavisky va Don Bosco y La Mignon,
Don Chicho y Napoleón, Carnera y San Martín.
Enrique S. Discépolo, “Cambalache”.
Lectoros, ores y oras: en un viejo monólogo, allá por los inicios del siglo XXI, solía decir que a mí no me preocupaba si alguien se creía (y decía que era) Dios (los psicóticos también merecen un lugar bajo el sol), pero que si pasaba un rato más tarde y veía a mil personas rezándole, ahí comenzaba a inquietarme. Ese chiste solía ser muy festejado. Sin embargo, hoy en día, no me animo a decirlo en público, y es posible que, si lo hiciera, la gente me mirase con expresión casi temerosa.
Hace menos tiempo, o quizás más, digamos en aquel lejanísimo noviembre de 2023, aseveré que “La Pubertad Avanza” no podía ganar las elecciones, que era imposible, pues eso significaría que, como sociedad, habíamos enloquecido. “Eppur si muove”, dicen que dijo Galileo; “sin embargo, ocurrió”, diríamos nosotros: pusimos a manejar el Estado a alguien que se propuso, y fue claro en esto, destruirlo. Algunos dijeron "y bue, es un cambio” como si dijeran “me pasé varios años comiendo, vamos a ver qué pasa si ayuno”, “me pasé varios años respirando aire, vamos a ver qué onda si respiro agua”, “me pasé muchos años tomando cerveza y haciendo pis, tal vez sea tiempo de invertir los caños”, “me pasé como 23 años en el siglo XXI, quizás esté bueno pasar unos añitos en el XIV… antes de Cristo”.
Otros dijeron “lo dice, pero no lo va a hacer” como si dijeran “todos mienten; entonces, para que no nos destruyan, elijamos a quien propone nuestra destrucción”. Vendría a ser como contratar al desratizador para que te haga la comida, o ir a un restorán cuando te duele una muela. O llamar a la policía para que les dé clases de matemáticas a tus hijos.
Y otros dijeron “con tal de que no gane el peronismo, que no pudo parar la inflación, votemos a quien representa a los que generan esa misma inflación, a quien va a hacer que vivamos mejor vendiendo todo lo que es nuestro. Si no nos alcanza para pagar el alquiler, busquemos a alguien que proponga que la felicidad es ser homeless, fané y descangayado”.
Finalmente, optaron por uno más peligroso que monarca con navaja, que cree que “Constitución” es una terminal de trenes a punto de ser privatizados, que “democracia” es el demo de un jueguito llamado “Cracia" (o sea, “gobierno”), y que “República” es una palabra del viejo modernismo, presta a reconvertirse en “Reprivada”.
En esa –seamos generosos y digamos “extraña”– percepción del mundo, todo, pero todo, puede ser desregulado. La ley, que estructura a las sociedades y a las personas (preguntadle a Freud si dudáis de mí), ya no es necesaria, puesto que no queda estructura alguna después de la motosierra.
Las leyes solían protegernos, advertirnos, ponernos límites y permitirnos un espacio de confianza en los demás. Lo prohibido habilita lo permitido. “Con esta no”, quiere decir, “con esta otra, puede ser”. Los neuróticos nos preguntamos por la ley, negociamos con ella. Los perversos reniegan de ella: “La ley vale para todos, pero no para mí”. Los psicóticos la niegan: “¿Qué ley? La ley no existe, yo soy yo y mis decretos de necesidad y urgencia".
Es cierto que va a haber menos estafas, pues las estafas no serán consideradas tales, sino “acuerdos entre dos personas para que una se beneficie y la otra se perjudique sin saberlo”… Esa será una nueva y aceptada forma de contrato. Un violento podrá demandar a su víctima por “haber puesto su cuerpo en el camino de mi puño con el objeto de culpabilizarme”; los farmacéuticos competirán con los quiosqueros, que en cualquier momento venderán “alfajores de clonazepam"; los jueces al principio no sabrán qué hacer ante una “ley” que muta más rápido que Mauricio después de las elecciones; hasta que, poco después, se sentirán liberados: al no haber ley alguna, podrán hacer valer en Tribunales el concepto de “perchè mi piace” ante un fallo dudoso y, si se llegase a apelar la decisión, el antiguo y siempre bien ponderado principio de “vaffanculo”.
No habrá por qué cruzar con luz verde ni detenerse con roja: de hecho, y de acuerdo a las nuevas subjetividades, se podrá establecer que “se cruza con luz siena y se para con luz fucsia”; que los semáforos no cuenten con luces de esos colores es un mero detalle del que se puede culpar al populismo, que se banca todo. “La Constitución no hace falta cuando hay crisis”, dice un funcionario que tuvo que saltarse varias leyes para conseguir su cargo, mientras sus colegas hacen descomunales esfuerzos para desarrollar esa crisis que haría innecesaria la Carta Magna.
En este premedioevo donde Cambalache y Yira, yira serían himnos al optimismo, no sé si “enloquecimos como sociedad”, pero sí puedo afirmar que las barreras que nos permiten delimitar lo absurdo, esas que bajan cuando se acerca el tren, se transformaron en “palos que obstruyen el tránsito a los seres libres”.
Alguna vez hubo en la Argentina (Estado que existía entre el siglo XIX y el XXI) personas que quizás intentaban acumular poder y riquezas pero también pretendían que existiera un país donde disfrutarlos. Pues bien: parece que: "colorín, colorado…".
Sugiero al lector acompañar esta columna con el video “Para el rico lo que es del pueblo”, parodia de Rudy-Sanz de aquel icónico tema de Piero: