Hay ciertas verdades que cargan con el peso de la crueldad y la sospecha. Una extraña sequía acecha a todo un pueblo con la demoledora fuerza que tienen las maldiciones. Sea cual fuera el origen de esta desgracia, el pensamiento mágico, la desesperación, o la fe, una vez que la ciencia resignó su voluntad, encuentran un recodo para instalarse y conspirar contra la razón. En situaciones así suele esperarse la aparición de un mesías, alguien que sea capaz de producir el milagro. ¿Y después? El surgimiento de ese mesías encarna por un lado aquello de que el conocimiento es poder; pero por sobre todo el destino trágico del mensajero, en el sentido clásico del término. De esta manera surge el primer clima de tensión que logra el escritor Marcelo Rubio en El Llovedor, su nueva novela.
“En verdad, El Llovedor me llevó a indagar varias obsesiones que acumulo desde hace algún tiempo. Primero quería contar una historia sobre la locura, cómo se enfrentaba a la locura a mediados de 1800, donde no se conocía el psicoanálisis y los límites entre sanidad o enfermedad era muy delgados”, dice Marcelo Rubio, escritor y periodista, conductor desde muchos años del programa radial Kriminal Mambo por AM 530; como autor ha publicado cinco libros de cuentos, entre ellos Bajo el signo de Eva y El largo viaje; y las novelas El Cristo roto, La leyenda del santo volador y Lo que trae la niebla. “Por otro lado quería trabajar un texto con una armonía puntual, no quería que se lo leyera de manera equilibrada. Entiendo a la escritura como un hecho artístico y tengo la idea, tal vez poco fundada, de que el hecho artístico no responde a los esquemas de equilibrio donde dos fuerzas se encuentran y se anulan, sino que se rinde a una instancia vinculada con la armonía. Aquella armonía que fue descubierta por Pitágoras, una armonía que consiste en el choque de dos fuerzas, que no se anulan, por el contrario, dan origen a una tercera que es superadora de ambas y eleva la obra. El trabajo más intenso de El Llovedor fue el de darle armonía al texto, que las palabras y las ideas fueran generando una armonía, incluso que las oraciones y los párrafos, al vincularse, lograran un efecto superior en el texto”.
Esa armonía a la que refiere Marcelo Rubio se da a partir de la gran variedad de tramas que permite la estructura de la novela junto a una interesante mezcla de géneros, el realismo mágico y el terror. En un pueblo donde todos conocen a todos, pero nadie confía en nadie, vive Elba, una mujer viuda e introspectiva, amante de la música, especialmente de Bach, su piano pareciera conectarla con otro plano de lo real; pero lo cierto es que la sequía amenaza con hacerlo desaparecer todo, incluso los pájaros mueren en pleno vuelo. “Los pájaros comprendieron lo sucedido y perdieron la fe antes que ella. La vida es una ecuación de errores. Ella, testigo de tantas agonías, no los condenó. Lo más peligroso de esas aves era cuando, con la angustia en las plumas, pretendían volar. Daban vueltas en círculos imperfectos, a cualquier altura, hasta que caían en picada. Otras veces no volaban, elegían estar un buen rato bamboleándose en alguna rama seca, ofreciendo una queja sin música. Luego se desplomaban”. En este clima apocalíptico surge un hombre que tiene un oficio muy particular: puede hacer llover.
Las implicancias conspirativas que entretejen los vínculos con los pueblerinos, inaugura una segunda trama que construye como personaje a El Llovedor cuando el lector accede a sus propios escritos: “Recorría la salina desde la mañana mientras mi madre, Paulina, trabajaba para pagar la mesa. Así fue mi infancia, sol y sal. Se parecen y, a veces, le juro, son lo mismo. De mi padre sólo supe, por años, que viajaba, que iba de un pueblo a otro. Con sinceridad, tardé en entender qué trabajo hacía. ¿Cómo entiende un chico que hacer llover es un trabajo? Puede conocer esos secretos ya de más grande. Me explicó cada ritual para hacer llover: ´Ese es mi trabajo y me pagan mucho para hacerlo. Su bisabuelo fue un cacique Aimacha que se casó con una mujer blanca y de ahí nació mi padre, Nemuceno, él me enseñó el secreto de las lluvias´”. Lamentablemente, un día, Elba es convocada a la reunión para definir la contratación de los servicios de El Llovedor y sin querer termina escuchando algo indebido. Por querer evitar que suceda lo que escuchó, comienza la tragedia, una historia de horror, de locura y desesperación.
“Otro desafío que tomé, o creo haber elegido, es el de un escenario más amplio, un escenario múltiple, vinculado con los lugares donde vivió Elba, la protagonista, los sitios que recorre, el poblado, el lugar donde se asienta El Llovedor. Por último, mi idea fue que el título del libro en verdad no sea el protagonista de la historia, y que la excusa de contar una larga sequía que amenaza con destruir un poblado sea, justamente eso, una excusa y el tema central vaya por otros caminos”, dice Marcelo Rubio. “Tengo la leve idea de que el pesimismo consiste en una serie de acciones todas equívocas que conducen a un error fatal y total. En este texto nadie hace las cosas para que salgan mal. Por el contrario, todos trabajan en pos de que los hechos lleguen a buen puerto, pero algo, un hecho fuera de las manos de los personajes, se sale de lugar y causa eso, una tragedia, que también es fatal y total, pero la diferencia es en cómo se enfrentaron las situaciones”.
El Llovedor es también una novela que bien puede leerse en clave política, si entendemos la desesperación que lleva a un pueblo a buscar una solución mágica, a un iluminado, a un tipo que nadie puede asegurar que sea honesto y diga la verdad. Pasarán los años y El Llovedor, esta extraordinaria novela de Marcelo Rubio, debiera poder generar algún paralelismo, acaso vincular la elección de aquel pueblo con hechos recientes de nuestra historia.