Cirkuelgue es una compañía de circo bonaerense nacida en 2016 que integran Luisina Schwab, Federico Ignacio Díaz y Alejandro Andrés Nicolino. Su show de acrobacias, malabares y comedia no solo recorrió casi todo el país, sino que los hizo desembarcar en Arabia Saudita.
Aunque son originarios del oeste, donde está el agite, llevan su espectáculo a cualquier lugar donde rija la ley de gravedad, funcione el humor y exista la complicidad del juego. Tienen entre 27 y 30 años, y hace casi un mes se instalaron en Riyadh, la capital de Arabia Saudita, donde estarán hasta mediados de 2024.
En marzo del 2023 recibieron un subsidio del Instituto Nacional de Teatro (INT) que les permitió costear la producción de sus obras. En diálogo con Buenos Aires/12, cuentan esa ayuda les permitió avanzar en la profesionalización de la compañía, sumar materiales y alquilar una sala para poder ensayar.
Desde Arabia leen las noticias sobre Argentina y no hacen otra cosa que lamentarse. Saben que, si los proyectos de Javier Milei para la cultura avanzan tal y como lo imagina el libertario, su experiencia virtuosa no podrá replicarse y que el INT, directamente, dejará de existir. “Es algo fundamental que ayuda a la divulgación del arte. Nosotros ahora estamos lejos de Argentina pero nos preocupa mucho que los nuevos artistas no reciban apoyo, es algo muy triste”, asegura Díaz. Y agrega: “Cuando salís de Argentina te das cuenta de todos los derechos con los que contamos y quizá no lo valoramos. La cultura nuestra es riquísima y muy valorada en todo el mundo y sería un error dejarla en banda”.
El viaje
La propuesta de trabajar en Arabia Saudita les llegó por un mensaje a través de las redes sociales. Su actual manager, Maria Eugenia Rapacioli, se enteró de que en ese país estaban interesados en contratar un espectáculo de circo argentino y no dudó en proponerlos. Cuando logró convencerlos, Rapacioli se sumó al trío con una “mirada externa” que sumó a la perspectiva de la compañía.
“Tarugo” es el apodo de Díaz, quien afirma que “fueron un montón de pasos para llegar hasta acá”, y detalla: “Todos lo fuimos construyendo a través de las experiencias en los escenarios, con el tiempo todo se va escalando porque siempre tuvimos un objetivo claro, para crecer como artistas y personas”.
Ya en Arabia, y recordando los tiempos en que actuaba en los semáforos y recorría la costa argentina, cuenta que cuando recibieron la invitación para viajar no debieron pensarlo demasiado: “Nuestra profesión es así, nunca sabés en qué escenario podés terminar, hay momentos en que está re bien, y otros en los que estás con poco trabajo y es remarla”, cuenta Nicolino quien, durante los shows, se convierte en “Pejerrey”. Él nunca se había imaginado la posibilidad de estar con su monociclo en el centro comercial The Zone, donde cientos de personas se juntan cada fin de semana para ver las dos funciones en las que mezclan la acrobacia, el humor y los malabares circenses. Durante la semana, Cirkuelgue también visita las escuelas locales y realiza espectáculos en espacios privados. Una de las cosas que le hubiese gustado a Pejerrey, es armar en el país asiático algo parecido a lo que hacían en el Partido de la Costa, puntualmente en San Bernardo: una especie de semicírculo que les permitiera “tener a la gente más cerca, pero acá no se puede porque se unen las familias con las personas solteras y eso a ellos mucho no les gusta”, narra al dar cuenta de las enormes diferencias culturales que también debieron afrontar cuando tomaron a decisión de viajar a la otra punta del mundo.
A Luisina Schwab le dicen “Chichina” y es alguien que se enfoca en los detalles de la disciplina artística que eligió para expresarse y con el tiempo se transformó en su medio de vida. “El circo tiene algo mágico y es que lo podés llevar a un punto en que se transforma en algo universal, que trasciende un montón de cosas como religiones o culturas”, reflexiona, y sus compañeros coinciden con un movimiento de cabeza. Aseguran que, más allá de todas las diferencias, se encontraron con una sociedad “que recibe con los brazos abiertos al arte” y en la que se sienten cada día más cómodos.
“Ni bien llegamos presentamos un show, y tuvimos mucho cuidado respecto a lo que podía molestar y aquello qué no, pero con el pasar del tiempo fuimos agregando cosas, involucrándonos más y todo fue muy bien recibido", describe Díaz y concluye: "La gente participa, responde y lentamente se va generando esa complicidad que siempre buscamos en nuestras actuaciones”.
El idioma universal
Después de trabajar varias temporadas en la costa atlántica y de recorrer las provincias del norte y el centro argentino, además de algunos países limítrofes, Cirkuelgue llegó al otro lado del globo para encontrar lo que ellos llaman “el idioma del asombro”, ese capaz de hacer reír y ganarse los aplausos de personas que hablan otra lengua, un fenómeno capaz de volver innecesarias las banderas a partir de la fascinación.
“Hay algo que los niños comparten, ellos la pasan muy bien y se divierten con lo mismo que se divierten todos los chicos del mundo”, explica Nicolino. En ese punto, Schwab remarca que si bien son un poco más tímidos en comparación a la euforia que demuestran los argentinos, el público árabe se termina de descubrir “cuando se ve de cerca". Y agrega: "Ves sus sonrisas, los ves disfrutando y sentís que lo lograste, que estas transmitiendo eso que se propone transmitir el circo, que se disfruta siempre, en todos lados”.
Antes de que el semáforo se ponga en verde
“Ahora se ve algo mucho más profesional porque estamos del otro lado del mundo, llegando a un público único, pero todo nació de un sueño”, relata Díaz. “Este proyecto artístico comenzó haciendo malabares en los semáforos y en la calle, hasta que un día pudimos convertirlo en un trabajo”, recuerda y repasa las largas jornadas en la que se pasaron pensando en “cómo hacer de esto un estilo y un medio de vida”. Como en todo lo que hacen, destaca el camino compartido, como el que lleva adelante en el programa El Arte en tu Barrio, al que se suman chicos y chicas de las escuelas del municipio bonaerense de Morón. Y Nicolino agrega: “La esencia nace de un deseo de viajar y de hacer circo. Yo, personalmente, conocí el circo a través del goce y del disfrute. Viajando, con la mochila y trabajando en los semáforos”. Y agrega que “a través de eso te vas transformado pero la esencia es la misma, vas buscando nuevas maneras de contar, pero sigue siendo la misma base, con otros medios, con más herramientas, pero en el fondo es igual”.
La rama masculina de Cirkuelgue se conoció en un congreso en Paraguay en el que coincidieron. Allí trabajar juntos por primera vez en el lapso que la luz roja de los semáforos les otorgaba en las esquinas. Tiempo después hicieron su primera temporada en Bariloche y también en Chile. La última en sumarse fue Luisina Schwab, que se especializa en aros, suspensión capilar y acrobacias aéreas en tela. “Su llegada nos abrió muchas puertas”, aseguran sus compañeros.
Ninguno de los tres viene de una familia circense, cada uno se encontró con el arte en su camino en diferentes momentos pero coinciden en algo: jamás lo dejarían. “A todos nos nació el deseo del circo, una vez que entrás a este mundo no salís más porque es infinito”, dice ella que nació en Villa Tessei, en el municipio de Hurlingham, y antes de entregarse a las acrobacias aéreas estudió biología. “Podes aprender eternamente”, destaca. Al fin y al cabo, aseguran, de eso se trata: “Aprender, conocer y disfrutar”.