Una roca lutita de grano muy fino, color limo, con el fósil de una hoja labrado en la piedra hace al menos 300 millones de años. Eso es lo que sostiene en la mano un joven estudiante de geología. También muestra diversos cuarzos rosados mientras explica que las piedras son como las personas: no hay dos iguales aunque, técnicamente, correspondan al mismo género. Tiene esas y varias piedras dispuestas sobre la mesa. Muestra un fragmento de lava solidificada y otro de magnetita y otro de rodocrocita. “Esta es la piedra nacional”, aporta una joven geóloga a su lado. Un chico de unos diez años mira la piedra con desconfianza. “Pero si es nacional, debería ser celeste y blanca”, apunta con total sentido común. El desafío parece dejar encantada a la geóloga que responde: “Claro que sí, pero la historia viene por otro lado”. Y entonces cuenta que la mina Capillitas, de Catamarca, es la única del mundo donde las rodocrocitas forman estalactitas puntiagudas y larguísimas. “Por eso es la piedra nacional, porque no hay otra formación semejante en ningún lugar”, explica la geóloga. Entonces el chico le pide a su madre que le saque una foto con esa rodocrocita que, ahora sabe, es tan importante
Todo esto ocurre bajo el sol de un sábado a la tarde en el Parque de la Ciencia, en Godoy Cruz y Paraguay. A lo largo del parque hay diversas mesas donde muchos chicos y chicas jóvenes muestran objetos llegados de la naturaleza y explican asuntos complejos sobre el tiempo, el azar, el modo en que un metal se transforma o el tránsito que hacen las mareas y su vínculo con la luna. No son poetas ni son magos. Son los próximos científicos de nuestro país, que en este momento están en estado de alerta y movilización porque nadie les ha dicho hasta ahora qué pasará con su trabajo.
A grandes rasgos, así se puede explicar el conflicto que atraviesan 72 estudiantes universitarios del Programa de Formación en Educación y Comunicación de la Ciencia que funciona en el Centro Cultural de la Ciencia (C3). Lo que sucede es que el programa de actividades de verano ha quedado en una nebulosa y en consecuencia, también están en stand by las becas de estos jóvenes, aunque ningún integrante de la nueva gestión se ha presentado para explicar lo que pasa. “Nosotros nos encargamos de coordinar todas las actividades del Centro Cultural, incluso las estivales. Es decir, recibimos al público, les ofrecemos visitas guiadas. Ahora debería empezar la programación de verano. Pero nadie nos informó hasta ahora si se harán o no. Por eso estamos haciendo esta jornada en el Parque, porque el C3, nuestro lugar habitual de trabajo, está cerrado. Y porque ninguna autoridad del nuevo gobierno se ha comunicado con nosotros”, explica Lola Fainstein, estudiante de Ciencias Biológicas de la UBA.
Un programa para divulgar la ciencia
El programa comenzó a funcionar en 2016 a través de un acuerdo entre el entonces Ministerio de Ciencia y Tecnología como instancia de formación para estudiantes avanzados de carreras científicas y artísticas de tres universidades: la UBA, la Universidad de Quilmes y la de 3 de Febrero. A su vez, el edificio donde funciona el C3 es parte del Polo Científico Tecnológico de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que la entonces presidenta Cristina Kirchner inauguró en 2011. Casi en el mismo momento de su apertura, a fines de 2015, el C3 estableció un convenio con las universidades mencionadas para formación de jóvenes científicos a través de este Programa interdisciplinario que también incluye a estudiantes de Historia, Ciencia Política y Arte.
El objetivo del programa es establecer una mirada transversal de la ciencia y acercarla a todo público. El resultado es altamente positivo: más de 250 mil personas de todo el país y turistas visitaron el C3 el año pasado, un número récord de asistentes para este centro cultural que se encontraba abierto al público con entrada gratuita todos los fines de semana, de viernes a domingo, y recibía a estudiantes de escuelas de martes a jueves, mientras que los días lunes ofrecían capacitaciones. En los últimos cuatro años, recibieron a casi 40.000 estudiantes de más de 1.000 escuelas primarias y secundarias de todo el país.
Todo esa paciente construcción se encuentra ahora en una situación incierta. La suspensión del programa de verano del C3 derivó en la presentación de la renuncia, el pasado 5 de enero, de la titular de Museos, Exposiciones y Ferias del ex ministerio de Ciencia y Tecnología, Guadalupe Díaz Costanzo. El centro de divulgación quedó, desde el cambio de gobierno, bajo la órbita de la subsecretaria de Ciencia y Tecnología, Paula Nahirñak, quien depende de la Secretaría de Innovación, Ciencia y Tecnología que integra la estructura de la Jefatura de Gabinetes de Ministros.
El conocimiento como política de Estado
El trabajo de estos becarios es pago. Sin embargo, aún se les adeuda el mes de diciembre. Para paliar la situación, en varios casos las universidades recurrieron a sus propios fondos. Pero se trata de una medida de urgencia que, de todos modos, no logra completar la retribución monetaria y que tampoco, obviamente, puede sostenerse en el tiempo. “La idea es mantener el diálogo con las nuevas autoridades. Porque aquí estamos, porque queremos hacer este trabajo que nos gusta y nos forma acercando a la gente a la ciencia. Y porque queremos que se reabra el C3”, dice Fainstein, mientras muchas personas de todas las edades desafían el calor para participar de esta jornada de divulgación.
En una de las mesas, un grupo de biólogas les muestran a unos chicos el modo que combinan agua y sal dentro de un tubo de ensayo para medir los niveles de salinidad de los mares. Como además de ser formadas, son ingeniosas, mezclan el agua con colorante para tortas. Entonces los tubitos se transforman en pequeños arco iris. Más allá, los becarios armaron una biblioteca heterogénea con libros como El azar y la necesidad, del biólogo francés Jacques Monod, Discurso del método de Descartes o Abc de la relatividad, del filósofo y matemático Bertrand Rusell. Mientras algunos paseantes se guarecen bajo los árboles para leer, en otro lugar del predio se arma una ronda donde científicos, científicas y expertos en investigación dialogan con la gente. Entre ellos está Rodrigo Laje, investigador del Conicet que trabaja en el área sensomotora; la doctora en Química Valeria Edelsztein, la antropóloga María Inés Carabajal y el politólogo Pablo Méndez. “Yo pensaba que los científicos era gente medio rara pero son como nosotros”, le susurra un hombre a quien quizás sea su nieto, que les ha preguntado a estos expoertos por qué tantos científicos insisten con que la Tierra es plana, dando lugar a un debate muy animado. Por ahí cerca, hay varios afiches pegados en los blindex del C3 donde se lee: "La ciencia no es cara. Cara es la ignorancia".
Mientras los becarios y becarias sirven agua, le cuentan a la gente cuál es el problema que están atravesando en torno a sus puestos laborales y al programa de verano. Además, reparten en QR para escanear una petición en Change. Org llamada “No al Cierre del Programa de Formación en Comunicación de la Ciencia. No al Cierre del C3”. Allí se lee: “Como participantes del Programa de Formación en Comunicación Pública y Educación de la Ciencia, desarrollado en el Centro Cultural de la Ciencia (C3), queremos transmitir nuestra preocupación e incertidumbre frente a la situación en la que se encuentra nuestro espacio de trabajo y formación. Somos más de 70 estudiantes de universidades nacionales que ejercemos nuestra labor de educación y comunicación de ciencia como guías del museo, y solicitamos la reapertura del Centro y la reanudación de nuestro programa, así como también el pago por el trabajo realizado durante el mes de diciembre de 2023”. Y en un párrafo final, agrega: "Es nuestra tarea la comunicación, promoción y difusión de la cultura científica y, en este momento, nos encontramos con nuestro lugar de trabajo cerrado y con nuestro programa de formación repentinamente suspendido". Hasta ahora, el petitorio ha recolectado unas 4500 firmas.