Nuevo índice de inflación mensual, caída del salario real, disparada de precios, etc. La crisis se ha vuelto la norma, no pasamos el invierno, vivimos en él. En este hábito se esconde una certeza: la crisis dejó de ser aquello que debe ser superado para convertirse en el lugar que habitamos. La crisis no es un momento, es nuestro topos.

Alberdi se retorcería en su tumba ante el intento de suspender la Constitución en función de la crisis económica que ellos mismos han alimentado. Desde luego, la inestabilidad, la falta de previsibilidad, la inconstancia, el cambio como virtud, el enseñar a vivir en la incertidumbre y disfrutarla, no es expresión de cinismo, sino una declaración de principios. Pero, además, no son condiciones logradas al azar, sino que vienen pensando y practicándose desde hace tiempo. La crisis como el modo óptimo para el gobierno de la sociedad.

En la edición de 2018 de Le monde diplomatique, el sociólogo Alexandre Roig decía lo siguiente en referencia al gobierno de Cambiemos en la República Argentina: “Por primera vez un gobierno induce una crisis profunda para cambiar un régimen de acumulación. En general, las grandes transformaciones económicas fueron producto de ciclos donde se incrementaban progresivamente contradicciones estructurales. Estas fueron contradicciones provocadas por el gobierno para favorecer a los sectores más concentrados y rentísticos”. Esta distinción es la que traza el vector de nuestro presente, no asumir la crisis como un elemento propio de la dinámica del Capital que lo reestructura y lo relanza, sino la crisis en un horizonte de mayor regularidad y constancia, no asociada a los ciclos económicos, más bien como plataforma a partir de la cual se conduce, se gobierna. Para el neoliberalismo no se gobierna con el fin de resolver crisis, sino que se gobierna a través y gracias a ella.

En 1959 uno de los referentes de la Escuela austriaca de economía, Ludwig Von Mises, dictó una serie de conferencias en Buenos Aires en la Facultad de Ciencias Económicas, invitado por el Centro de Economía Libre dirigido por Alberto Benegas Lynch padre, tanque de pensamiento encargado de la difusión del ideario austriaco en la región.

En una de dichas conferencias, Mises explica el origen del capitalismo echando mano, una vez más, al mito de la existencia de hombres laboriosos que se dedicaron a trabajar y ahorrar. En el origen del capitalismo no hay poder, política ni conflicto, hay “innovación”. La figura del innovador (emprendedor), tal cual es desarrollada por Mises, se encuentra anclada en la naturaleza de los hombres, fuera de toda historia, más allá de todo tiempo y lugar. No hay clases sociales, no hay campesinos expulsados de sus tierras, no hay producción deliberada de fuerza de trabajo libre, no hay conquista de América, ni colonialismo ni imperialismo, es el mito fundante del Capital. La ahistoricidad es un rasgo central de la propuesta de Mises: “Todas las categorías praxeológicas son eternas e inmutables”. En este relato, una gran situación crítica aparece como escenario a partir del cual se despliegan las fuerzas creativas y el despegue civilizatorio.

Wilhelm Röpke, representante de la Escuela de Friburgo, unos años antes planteó la idea de que nos encontramos atravesando una crisis que puede rastrearse sus orígenes en el Renacimiento. En 1942 publica el libro “La crisis social de nuestro tiempo”, la disolución espiritual y moral de la sociedad occidental. Frente a esta crisis, los remedios que se han planteado en el siglo XX han sido equivocados según el autor, por un lado la economía planificada y por el otro, el socialismo.

De este lado del charco, la mención a la crisis aparecerá de manera recurrente en los diferentes planes de estabilización económica del país a lo largo del siglo XX y, como podrán reconocer, cada uno de los remedios planteados conducirán a una crisis peor. Entre fines de 1955 y comienzos de 1956 Raúl Prebisch participará en la elaboración de un documento polémico para la Revolución Libertadora sobre la situación de la economía nacional y, en función de ello, plantea la necesidad de tomar medidas draconianas. El documento conocido como el “Plan Prebisch” se plantea una catástrofe económica y financiera que hace inevitable determinadas medidas. Jauretche es taxativo en su crítica a Prebisch: “inventa una crisis para justificar las medidas que después propondrá”. Entre los serios problemas que señala el funcionario cepalino, la inflación es una de ellas, explicada debido al exceso de emisión monetaria, una suerte de axioma que hoy seguimos escuchando. Sobre este problema señalará: “no hay país alguno que haya escapado a la inflación sin sacrificio”. A la enunciación de la crisis viene de inmediato la demanda de sacrificio y esfuerzo.

Prebisch, años más tarde, reconocerá que el diagnóstico sobre la situación económica realizado en sus informes fue exagerado, que la situación no era ni remotamente complicada. El acto de honestidad de Prebisch no hace otra cosa que confirmar la 'necesidad de crisis', de una bomba a punto de explotar, de una pesada herencia. Realmente poco importa si esta crisis es real o ficticia (para usar los términos del propio Milton Freadman en el prólogo a la edición de 1982 de su Capitalismo y libertad), lo que importa es que sea vivida y experimentada como tal.

Unos pocos años más adelante, el 29 de junio de 1959, el entonces ministro de economía de Arturo Frondizi, Álvaro Alsogaray pronuncia un discurso por Canal 7 que pasó a ser conocido por unas de sus frases más impactantes. En dicho discurso expresó: “Lamentablemente, nuestro punto de partida es muy bajo. Muchos años de desatino y errores nos han conducido a una situación realmente crítica y estos errores provienen de mucho tiempo atrás. Es muy difícil que este mes puedan pagarse a tiempo los sueldos de la administración pública […]. Las medidas en curso permiten que podamos hoy lanzar una nueva fórmula: ‘Hay que pasar el invierno'”. Punto de partida crítico para el sacrificio y el esfuerzo que, en la propuesta del ministro se resumía en la poética frase: pasar el invierno.

Pero lo que debía ser una primavera, no tardó en convertirse en un nuevo invierno. En el primer mensaje de Celestino Rodrigo en LRA Radio Nacional como responsable de la cartera de Economía, el 2 de junio de 1975, dice: “Creo haber sido claro. Yo no me engaño ni puedo engañar a nadie. La situación económica que tomamos como punto de partida de nuestra gestión es grave. Las medidas que vamos a implementar serán, necesariamente, severas, y durante un corto tiempo provocarán desconcierto en algunos y reacciones en otros. Pero el mal tiene remedio”.

De vuelta, a los pocos años Ricardo Zinn afirmará: “Desde hace muchos años la palabra crisis flamea por encima de nuestras cabezas, condiciona los razonamientos de corto plazo e impregna la afectividad nacional. Nada más placentero –aún dentro de su dramatismo- que aceptar que el país está en crisis porque una crisis es una mutación grave de las circunstancias habituales y precede a un colapso o a una salvación [...] …cuando la crisis se presenta al final de una decadencia hay que verla como un esperanzado colapso natal que servirá, no para sobrevivir, sino para revivir”. Tener esperanzas en el colapso es una frase despojada de todo humanismo, la imposibilidad de reconocer el costo humano de ese quiebre. Finalmente, apela al sacrificio y la espera: “La aceleración destructora del país, no se modificará de un día para otro. Los indicadores económicos deberán seguir empeorando para obtener el necesario saneamiento sobre el cual se pueda construir un proceso de crecimiento autosostenible”. La clave para resolver la situación de decadencia es la necesidad de que la misma continúe empeorando. Reconocemos hoy los ecos de este pasado donde el tiempo, la temporalidad, se reinscribe como la gramática de nuestras vidas bajo un devenir donde pasado, presente y futuro comienzan a ser indistinguibles. Inyectan sufrimiento para evitar, según su óptica, sufrimientos mayores.

Se trata de una recurrencia en los planes de estabilización, en los discursos que preceden o explican determinadas medidas económicas o en los anhelos de los propios economistas. Es el caso, más cercano en el tiempo, de un alumno ejemplar de Milton Friedman que publica el 10 de julio de 2017 en la red del pajarito: “Deseo que venga una crisis peor que en 2001 para que Argentina achique el Estado, los impuestos y los sindicatos. Por las buenas, nunca se dará”. Miguel Boggiano, amigo de Milei, acompañaba sus palabras con la imagen de un cielo tormentoso y aterrador.

En esta línea Milei carece de filtro: “Va a haber una estanflación, porque cuando hagas el reordenamiento fiscal eso va a impactar negativamente en la actividad económica”, en otras palabras, habrá crisis y la produciremos nosotros con el llamado “reordenamiento fiscal”. Con la amenaza de una crisis mayor justifican sus crisis, así como el pharmakon inocula partes controladas del problema para evitar el desenlace de la enfermedad. Sin embargo, la crisis que piensa el neoliberalismo no es superable, es un permanente presente al ser su condición de posibilidad y, al mismo tiempo, condición de su reactualización. Por ello, la crisis hay que producirla, hay que incentivarla. No es aquello que interrumpe el devenir normal de las cosas, es la condición de funcionamiento para la sociedad que estos muchachos proponen. No refieren a contradicciones del capital que pretenden ser acolchonadas por medio de políticas de Estado, sino a la producción de crisis por medio de decisiones de gobierno que garantizan negocios privados a partir de bestiales transferencias de ingresos vía licuación de salarios, rapiña de bienes comunes y privatizaciones de empresas públicas.

En los últimos días el Procurador General del Tesoro, Rodolfo Barra, coronó su intervención en el Congreso con la siguiente sentencia: “Si hay crisis económica, no va a haber Constitución vigente”. Menuda forma de ratificar el ethos conducente del actual gobierno: producir crisis y suspender la norma jurídica, generando las condiciones mismas para fracturar la República y la división de poderes. Las experiencias autoritarias, por mucho que les pese, no están filiadas con las economías planificadas sino con la caída de las instituciones de la República. Como supo decir Alberdi en sus Bases, si “…la democracia, entre nosotros, más que una forma es la esencia misma del gobierno”, es en el Congreso de la Nación donde se expresa la misma. Por ello hoy se encuentra en ese Congreso, no un comportamiento formal, sino una responsabilidad esencial de obturar un camino de degradación social y decadencia democrático-republicana abierto por el actual gobierno. Contrariamente a lo sostenido por el Procurador del Tesoro, frente a la crisis económica, la vigencia incondicional de la Constitución Nacional siempre.  

*UNR-CONICET. Director del CIGE.