La Zanja de Alsina es una obra reconocida, construida durante el gobierno de Nicolás Avellaneda entre 1876 y 1877. Este sistema defensivo, que lleva el nombre del ministro de Guerra y Marina encargado de su implementación, consiste en fosas, terraplenes y fortificaciones. Esta línea fronteriza no solo fue un acto tangible que dividió la civilización de la barbarie en la pampa argentina, sino que también funcionó como metáfora para resaltar la diferencia entre el salvaje y el civilizado, representando al hombre europeo con su cultura grecolatina de siglos a cuestas.
En 1850, en el libro Montevideo o la Nueva Troya, resulta atractivo observar cómo el autor de novelas de aventuras, Alejandro Dumas, ve el Río de la Plata como una verdadera Zanja de Alsina avant la lettre. En este atractivo y entretenido panfleto, Montevideo simboliza la civilización, mientras que Buenos Aires representa a los salvajes.
Este libro se ha mantenido en gran medida en las sombras, sin ser reeditado en Francia desde su publicación en 1850 por la Imprimerie de Napoléon Chaix et Cie. Sin embargo, la obra tiene una importancia innegable, ya que marca un encuentro crucial para Dumas, quien se entrelaza con la idea de la que más tarde sería el héroe de la liberación de Italia: Giuseppe Garibaldi.
Los franceses y su literatura eran cifra de lo civilizado en las clases altas rioplatenses. Por este motivo, en el comienzo de Facundo o Civilización y barbarie en las pampas argentinas, Sarmiento relata que al dejar, en 1840, el país, escribe con carbón en una pared: “On ne tue point les idées” que más adelante manipulará la traducción como “A los hombres se degüella; a las ideas, no”. En ese comienzo, Sarmiento cuenta que el gobierno manda a llamar a “una comisión encargada de descifrar el jeroglífico, que se decía contener desahogos innobles, insultos y amenazas” y cuando “el gobierno” logra trasladarlo al español ni siquiera así esas bestias entienden que significa. La misma brutalidad que describe el “alumno ejemplar” de la Argentina sobrevuela las páginas del libro Montevideo de Alejandro Dumas.
En 1845, Sarmiento, mientras edita en la sección "Folletín" de El Progreso de Chile las traducciones de las novelas de Dumas, publica el Facundo. Cinco años después, el novelista francés, en la misma clave de lectura de civilización y barbarie -que funciona como un dispositivo desde el cual se construyó la literatura nacional- publica Montevideo o la Nueva Troya, reeditado en estos días por Marea.
En el prólogo de esta edición, el historiador argentino Daniel Balmaceda, aclara que la principal lección que nos deja el libro “es precisamente que para comprender, recrear y amar la historia, es necesario entender, recrear y amar cada una de sus versiones”. Además, destaca la valiosa labor del traductor Alejandro Waksman, a quien califica como “un buscador de tesoros”. En el Post Scriptum Waksman, precisamente, narra a la manera de un detective literario que persigue rastros olvidados, su búsqueda de ejemplares de este libro a partir de un dato encontrado en otra obra. Recorre librerías de usados y bibliotecas, reconstruyendo la genealogía del libro desde el original a partir de diversas traducciones. Se trata de un material interesante que revela la trama libresca detrás de esta historia literaria.
LA CUESTIÓN DEL PLATA
La obra de Dumas se alza como un panfleto ardiente con el mismo entusiasmo de las famosas aventuras literarias. En este libro el autor de Los tres mosqueteros narra la larga guerra que enfrentó a argentinos con uruguayos, cuando las fuerzas de Buenos Aires bajo el mando de Juan Manuel de Rosas sitiaron territorio uruguayo entre 1843 y 1851.
La "cuestión del Plata" es el punto de referencia central de esta narrativa, que aborda la posición de Francia respecto a Montevideo, una tierra que en el siglo XIX se consideraba "cuasi francesa", y que fue asediada desde 1843 por las tropas comandadas por el caudillo argentino Juan Manuel de Rosas. La obra fue inspirada por el general Melchor Pacheco y Obes, quien viajó a París para defender la causa de su país, y Dumas se embarcó resueltamente en este compromiso, utilizando su escritura para respaldar las luchas de los montevideanos.
Montevideo o la Nueva Troya está enmarcado dentro de la "Guerra Grande" que tuvo lugar en el Río de la Plata, entre el 10 de marzo de 1839 y el 8 de octubre de 1851. Inicialmente, se trató de una guerra civil oriental que se transformó en un conflicto regional con la intervención de Argentina (que también estaba inmersa en una guerra civil) y Brasil. El conflicto adquirió una dimensión internacional cuando Francia, Gran Bretaña y fuerzas extranjeras, incluyendo la Legión italiana de Giuseppe Garibaldi, se unieron a la lucha.
La Guerra Grande enfrentó a los blancos uruguayos liderados por Manuel Oribe (respaldados por los federales argentinos) contra los colorados, inicialmente liderados por Fructuoso Rivera y aliados con los unitarios argentinos, los brasileños y los europeos. El conflicto concluyó con la victoria de los colorados.
En el original y entretenido panfleto, el escritor francés ilustra las notables diferencias entre los porteños y los orientales, que se extienden en una serie de dimensiones culturales y personales, desde su relación con la tierra hasta sus ideales de perfección y características personales.
Para Dumas, los porteños tienen una conexión arraigada con la tierra, íntimamente ligada a su historia y cultura, mientras que los orientales no han tenido tanto tiempo para forjar una conexión profunda con la tierra, dado su relativamente reciente asentamiento en la región.
Por otra parte, Dumas aclara que Buenos Aires está marcada por vastas llanuras, casas distantes, escasez de agua y madera, lo que influye en un carácter sombrío y pendenciero entre su población. En contraste, Montevideo goza de un entorno más idílico, con arroyos, árboles y viviendas cercanas, lo que contribuye a una actitud más abierta y hospitalaria.
La mirada maniquea del escritor francés sostiene que los porteños idealizan al indio a caballo como su ideal de perfección, mientras que los orientales aspiran al europeo enfundado en su traje como su símbolo de perfección.
Dumas describe a los porteños como más imaginativos y emocionales, fluctuando entre exaltaciones y apaciguamientos con facilidad, mientras que los orientales son vistos como más sosegados y resueltos en sus acciones y proyectos. Los porteños por su parte compiten por ser los más elegantes, mientras que los orientales se enorgullecen de su valentía. Y en términos de belleza, las mujeres porteñas se consideran las más bellas de América del Sur, mientras que las mujeres de Montevideo se destacan por su variedad étnica y sus formas maravillosas.
Dumas (como la hace Sarmiento en el Facundo) se detiene a describir la persecución y el exilio de las clases sociales altas de Buenos Aires debido a la opresión de Rosas. Las personas buscaban refugio en Montevideo para escapar de la represión y la violencia: “las altas clases de la sociedad tan maltratada comenzaron a huir de Buenos Aires y, para encontrar un refugio, dirigieron sus miradas al Estado Oriental, donde la mayor parte de la ciudad, proscrita, fue a buscar un asilo”, describe Dumas.
El novelista destaca la solidaridad y generosidad del pueblo uruguayo hacia los emigrantes argentinos, quienes llegaban en masa. Menciona cómo los habitantes de Uruguay acogían a los refugiados, proporcionándoles alimentos, dinero y ayuda para establecerse: “Las personas habituadas a todos los goces del lujo se adaptaban a los más humildes menesteres, ennobleciéndolos tanto más cuanto esos trabajos estaban en oposición con su estado social” y continúa: “Fue así como los más notables apellidos de la República Argentina figuraron en la emigración”.
Dumas menciona algunos nombres destacados de la República Argentina que formaron parte de esta emigración y a todos les pone una aposición positiva: “Lavalle, la más brillante espada del Ejército de su país; Florencio Varela, su más bello talento; Agüero, uno de sus primeros hombres de Estado; Echeverria, el Lamartine del Plata; Vega, el Bayardo del Ejército de los Andes; Gutiérrez, el feliz cantor de las glorias nacionales; Alsina, el gran jurisconsulto e ilustre ciudadano, todos ellos estaban entre los emigrantes, como estaban también Sáenz Valiente, Molino Torres, Ramos Mejía, los grandes propietarios; como estaban, además, Rodríguez, el viejo general de los ejércitos de la independencia y de los ejércitos unitarios; Olazábal, uno de los más valientes de aquel Ejército de los Andes, del cual dijimos que Vega era su Bayardo.”
Este extenso listado demuestra el conocimiento de Dumas de la historia del Río de la Plata, pero, el novelista señala permanentemente que la hostilidad de Rosas hacia el Estado Oriental es por la hospitalidad otorgada a aquellos que eran perseguidos por él en Argentina.
Estos hechos descriptos por Dumas suceden durante la corta tercera presidencia de Uruguay del general Fructuoso Rivera, quien es presentado como una figura opuesta a Rosas en términos de inclinaciones hacia la civilización y generosidad política. Rivera se destaca como un hombre de guerra valiente y comprometido con la defensa de su país frente a amenazas externas.
La figura que demoniza Dumas en su descripción -como si fuese Fernando Mondego, el antagonista que traiciona al héroe Edmundo Dantes en El conde de Montecristo- es la de Juan Manuel de Rosas, el gobernador de Buenos Aires. Su ascenso al poder y su transformación a lo largo de su vida son narrados con detalle. El narrador describe la cachetada a su madre por la cual el caudillo a los quince años debe abandonar su hogar, se detiene en su llegada al poder en 1830, respaldado por los gauchos a pesar de la resistencia de la ciudad. Aunque inicialmente intenta adaptarse a un estilo de vida más civilizado, explica Dumas que el gobernador de Buenos Aires se encuentra atrapado entre dos mundos, enfrentando la burla de la civilización y las dudas sobre su conversión.
Si bien Rosas es descrito como un hombre de aspecto europeo con cabello rubio, ojos azules y voz dulce, su reputación de cobardía es universal, y se le atribuye un comportamiento cruel y sádico. Dumas milita en este entretenido libro por la civilización oriental, contra la barbarie porteña.
Finalmente, el escritor expone que Rosas consolida su poder de manera autoritaria, eliminando a opositores y traicionando incluso a quienes lo habían apoyado anteriormente. Su comportamiento extravagante, que incluye disfrutar de bromas pesadas y confituras, añade una capa adicional a su compleja personalidad.
Entre estas bromas Dumas narra: "Cierta noche en que debía cenar a solas con un amigo, escondió el vino destinado a la comida y dejó solamente en el aparador una botella de aquella famosa medicina llamada Leroy, a cuya celebridad no le falta más que la de haber sido inventada en el tiempo de Molière. El amigo vio la botella, gustó su contenido al que encontró un sabor agradable, y se bebió íntegra la botella mientras cenaba. Aquella noche, el amigo creyó morir. Rosas rio mucho. Si el amigo hubiese muerto, Rosas se habría reído más todavía".
Me imagino que Dumas habrá pensado que los porteños brutos, cercanos al tirano, no entendían francés y no eran lectores de su obra y que cuando su panfleto fuese traducido, tampoco entenderían su significado.