Primera confesión: este texto es confesional. Y la primera confesión no es agradable: no me gusta la locura, no me simpatizan los locos. Para matizarlo: tengo una plena coincidencia con Juan José Sebreli en su rechazo a la romantización de la locura –sea en versión romántico artística, el loco como Medium, o en la reivindicación foucaultiana de los hombres infames, intratables para la Razón-; coincido con Sebreli acerca de que la locura no es parte del arte o de la filosofía. Baste haber visto enloquecer a un amigo o a un familiar para perder cualquier esperanza acerca de la belleza o la profundidad de sentido o la sabiduría o el grado de verdad de la locura. Y también rechazo la idea del “loco” o “loco lindo” adscripto a la disipación, a la creatividad copada, el loco soñador o utópico. Y, por último, pero no tan menor, la idea del loco como loquito pintoresco, de barrio, el zarpado, el bocón, el impredecible, el habilidoso. Ni Loco Gatti ni Loco Chávez ni Loco Houseman (¡perdón!¡perdón!).

Mi primer intento de abordar a Javie Milei fue cuando, obviamente, todavía no era presidente. Ya era candidato, digamos, testimonial. O eso me parecía a mí, seguramente porque había caído víctima de mis propios pensamientos. Yo pensaba desde bastante tiempo atrás que la fuerza que mueve al mundo después del dinero (“money makes the world go round”) es la negación. Las sociedades son negadoras. Y, desde luego, todo el proceso pandémico no hizo más que afirmarme en mi convicción. De la negación del virus o del peligro a la de las vacunas o la tierra redonda, las sociedades parecían no ponerse techo en su exhibición de negaciones. Yo me daba cuenta de que Milei era inevitable. Pero lo negaba. Yo lo vi arrasar en las PASO y pensé este está en su techo. Pensé que era… un juego. Lo negué tanto como sus votantes, que lo afirmaban negándolo. Nunca hubo un enredo así. Que si va a hacer lo que dice que va a hacer, que si dice lo que va a hacer, pero lo voto para que lo haga o no lo haga, que si es ultraderechista o liberal o libertario o… Ya es historia pasada saber o querer saber qué es Milei. Ahora Milei es presidente y punto.

Bueno, el asunto es que en ese momento yo había recibido el libro El loco: la vida desconocida de Javier Milei de Juan Luis González. Lo leía de a fragmentitos, de a ratitos, me provocaba rechazo todo el universo en el que estaba sumido el personaje, pero ahora vuelvo a ser sincero: no lo podía leer porque leerlo iba en contra del estado de negación en el que estaba embarcado, aunque en la superficie me la pasaba pensando en Milei (tratando de armarme una perspectiva política), varias horas por día.

Releo que escribí algo así como: ahora ya no tiene sentido penetrar en los misterios de la opacidad de Milei porque ahora Milei es presidente y punto. Pero resulta que Milei presidente es todavía más opaco que Milei candidato. Pienso en la figura del testaferro: no en términos delictivos sino en términos ontológicos: no en términos del que se limita a prestar su nombre sino el que está en lugar de otro. En su caso, yo precisaría: es el que está en el lugar de lo Otro. Ese lo Otro de Milei no es precisamente, una otredad hecha de las postergaciones de los desposeídos, de los desclasados, de los desplazados o de los marginados. Pero hay algo en su otredad que es la del outsider. Entonces (recurro a Viñas): hay una serie aquí; el testaferro, el outsider, agregaría, el aventurero, contracara del aventurero romántico de la política, el Che Guevara. Milei no es romántico. Pero algo tiene que ver con esa racionalidad que en su extremismo roza la sinrazón, dialéctica border del par Iluminismo-Romanticismo…

Como se ve, muchos tiros y poco y nada da en el blanco o en el centro. Ni de cerca. ¿Será que en el fondo lo sigo negando, y es imposible rodear tu objeto de pensamiento si todo el tiempo queda envuelto en una membrana de aceitosa negatividad por tu insistencia en mirar con poca luz para, en cierta medida, no ver bien adrede? ¿Será que no me interesa? ¿Será que no me imagino ni mínimamente sosteniendo una conversación sobre absolutamente nada con él?

Antes de su famoso Sexo y traición en Roberto Arlt, Oscar Masotta había publicado un artículo en Hoy en la cultura (septiembre de 1962) titulado “Seis intentos frustrados de escribir sobre Arlt”. Puede leerse en la introducción a los prolijos seis “intentos”: “La única nota que me era posible escribir sobre Arlt debería reflejar mi imposibilidad de escribirla. Yo había intentado varias veces escribir esa nota y varias veces mi intento se había frustrado. He aquí una selección ordenada de esas frustraciones”.

Locura como mancha aceitosa: en un momento googleo a ver si a algún otro desopilante se le ocurrió conectar a Milei con los “intentos frustrados” de Masotta. Lo más cercano que encuentro es un título de Independent en español en el que resuena el viejo espíritu futurista de los telegramas: “Argentinos frustrados se arrojan a los brazos del novato ultraderechista Javier Milei”. 

Frustración, novato, ¿lo nuevo? Vaya entonces este primer intento (frustrado, indudablemente, porque no arribo a una mínima hipótesis, así sea eso, algo muy relativo o esponjoso, y porque no estoy seguro no digo de completar seis, apenas uno más) de escribir sobre Milei, ¿el novato? Me deja, al menos, el consuelo de sentir que estoy atravesando el fantasma de la negación.

Lo que no significa que me sienta mejor.