Esta nota comienza cuando en una edición pasada del Suplemento Soy publica un perfil de Juliana Scaglione, conocida como Furia, la líder de Gran Hermano como un personaje femenino, queer, sin pelos en la lengua ni en la cabeza, amada por su controversial estilo y su maníaca producción de contenido para las cámaras.
Su imparable ruptura de la cuarta pared tiene atrapado al pueblo argentino, es tendencia por semanas en las redes sociales y desde el ingreso en La Casa ha sido salvada una y otra vez por el electorado 9090. El uso de las cámaras, esos ojos claros iracundos, esa utilización de una gramática disruptiva se vuelve atrapante, pero puede asociarse también al hombre que nos complica la vida a diario.
Quizá esta nota empieza antes, cuando la filósofa y editora de Rara Avis, Julieta Massaccese, formula entre unos tragos y jingles políticos, la teoría según la cual Javier Milei es un evil queer. El villano queer que, luego de muchos obstáculos en su camino de héroe, consigue el poder. Pero ¿Por qué queer?, me desespero, como si queer fuera mi propio espejo liso y sin fisuras y por supuesto, algo bueno, bello, beato, genial, solo que un poco raro. ¡Si soy el legítimo ciudadano queer, no puede serlo también un fascista! ¿o sí?
La filósofa empieza a enumerar con los dedos: outsider, sin hijos humanos, en favor de la familia interespecies, la pornografía, el trabajo sexual, y hasta tal vez del incesto y la pedofilia, llama a su hermana “el jefe”, discriminado desde pequeño por loco, golpeado por sus padres con quienes pasó mucho tiempo sin tener contacto, eyectado por el orden normativo de la casa y el trabajo.
En efecto, se yergue como elemento heterogéneo que llega a la cabeza del Estado a través de la capitalización de su estilo peluca y cuero negro ante los sets televisivos, mediante el sostenimiento y empoderamiento de una estética alternativa, moderna, viral, actualizada en las ondas del mercado y del celular, como si fuera más joven de lo que realmente es, tira beboteo en la selfie y estuviera a la altura del siglo XXI.
Y ya estoy convencido, el señor presidente pasa por la agenda queer y aunque duela en el corazón, y sea un conservador, un hombre blanco, heterosexual, es también el freak al que le allanamos el camino, al que los trolos de este mundo, encima, muy poco unidos, lo pueden adorar. Furia, la participante de Gran Hermano, es una de ellas. ¿Milei nos robó el desacato? ¿Furia hizo de la autodefensa feminista bisexual un correlato de odio por la suma de poder público? ¿La subversión sexual se metió entre las filas de la mano invisible? ¿La visibilidad LGTIQ nos nockeó?
¿La mano onanista atada a la cama en el siglo xix seguirá atada según el proyecto decimonónico de gobierno? ¿El pensamiento mágico sobre el mercado es también una especie de positivismo en tanga en el que cayó la comunidad LGBT?
Ante estas paradojas, y esta caída en lo mas absurdo, la agenda queer cercana a un liberalismo civil se roza demasiado con el liberalismo económico, que nos destruye, primero pienso en el fenómeno de GH como una expresión de la voluntad popular que expresa nuestra época. Un sondeo. Una pequeña muestra. Si la edición de Gran Hermano en Argentina puede ser expresión de la afectividad popular, en el año 2001 se marcó como la edición más importante por el impacto que consiguió en la historia de la televisión nacional, con la inolvidable Soledad Silveyra de conductora y la locura por la rubia Tamara Paganini y Marcelo Corazza, procesado actualmente por corrupción de menores. El Big Brother del año se caracterizó por una movida sosa, sin líder carismático y la búsqueda de una armonía aburrida, sin sobresaltos, pocas palabras y una buena onda casi hipócrita.
Y este verano de 2024, fiel a nuestros tiempo político, está signada por la irrupción de Furia, el personaje queer que hace pocos días atrás en una comida espetó ¿¡quién votó a Milei?! "Sin lugar para los tibios", dijo. Y en el extremismo, contra toda moderación, es también el gesto punk arrebatado y vuelto superfluo ante la falta de análisis en las estructuras de opresión. ¡¿Quienes votaron por Milei?!, les increpa Furia con la mano en alto, y se suman Alan, el machirulo lechoso, y entre otras, la lesbiana salteña, Lucía Maidana, hija entre diez hermanos de una familia ultraconservadora.
Lucía Maidana, la lesbiana salteña con cara de culo, ocupó el trending topic cuando enfrentó a Emmanuel, el presunto puto malo. Torta ortiva vs Trolo peluquero. Un clásico. Lucía le fue al cruce porque la marica mete cizaña y chisme. Y en el medio, como juez de la verdad escupida, Furia. Ya otra persona -Catalina Gorostidi-, se había hartado de Ema, y le gritó ¡puto!, enojadísima, y terminó siendo eliminada. Emanuel sacó la carta de puto sufrida y los años de homofobia en su piel para ganar, y ¡ganó!
Los televidentes lo salvaron y eliminan a Cata la médica pediatra furiosa y afónica, que usa la violencia para defender a los más débiles. De hecho, según un carpetazo le partió una botella en la cabeza a un tipo que violaba a su hijo. La pediatra oncológica, ante encontrar los signos de abusos de un paciente, habría perdido el control. Pero el insulto “puto” no se le perdonó, y la corrección política, los límites de la violencia legítima, y lo disruptivo están trazando unos rumbos que no están definidos y tal vez nos toque, compañeres.
Aunque tengamos una paja inmensa, un cansancio impregnado desde octubre, parece que tenemos que construirnos como los cuadros políticos queer que nos faltan en favor de la osadía que requiere la contemporaneidad violenta que nos tiene azorados, casi inmóviles.
Vamos chicas, que la pasamos bomba en el kirchnerismo, que salíamos a protestar porque una pizzería no le gustó mi besito, y pedíamos el derecho al consumo, ahora es hora de algo mas grande, ya ni podemos comprar un pancho y una coca, ni tenemos derecho a vivir en nuestra tierra, vamos que esa es hoy la mayor de las osadías. ¡Al paro general!