Habíamos ido de paseo a Mar de Cobo el día que la tromba marina arrasó Miramar. No fuimos testigos del manto de neblina que cubrió la ciudad mientras se desgarraban las persianas en los pisos altos de los edificios costeros, se hacían polvo algunos ventanales y las lonas y los fierros de las carpas volaban por el aire a tontas y a locas, pero a la mañana siguiente nos encontramos con calles que eran un tendal de palos de luz quebrados desde la base, veredas vueltas un reguero de esquirlas de vidrios. 

En los caminos del Parque de los Patricios los álamos desenraizados, partidos como por un rayo, contribuían con el paisaje de la devastación después de que las fuerzas del cielo se manifestaran sobre la felicidad del verano. Eran las cinco en punto de la tarde. Eran las cinco en todos los relojes cuando las cuatro tomábamos mate en Mar de Cobos mirando el horizonte abierto y empezaba el bombardeo de mensajes de amigues y familiares preocupades por confirmar que siguiéramos vivas. 

Como hasta el momento no sabíamos absolutamente nada, Lau, que era la única a la que le llegaba señal en aquel páramo solitario, entró a las noticias para ver qué pasaba. Entonces nos enteramos de dos cosas, una fue que en Miramar casi se había replicado el horror de Bahía Blanca y la otra que, al mismo tiempo, Fátima Florez había posteado una foto de su pie junto al del presidente para comparar tamaños, dado que corrían fuertes rumores de no haberle conseguido botas que le calzaran bien a la hora de pisar la Antártida argentina. 

Las dos noticias simultáneas le hicieron sacar a Lau la rápida conclusión de que formaban parte de una misma distopía, una cruel injusticia poética por la cual mientras el mundo se venía abajo a causa de un fenómeno climático llamado El niño en una zona balnearia también conocida como la Ciudad de los niños, la novia de un presidente de características infantiles al que se le sospecha un pie inadecuado para su edad, sacara un posteo semejante. 

Numi pidió mirar la foto porque no lo podía creer y aseguró que estaba trucada sin Photoshop, que la pareja había acomodado sus miembros en una posición tal que simulaban una diferencia forzada y que si fuera real, peor todavía porque significaba que, considerando la distancia visible entre uno y otro, el pie de uñas pintadas calzaría algo así como 24 mientras que el ancho de uñas amarillas, 53. La verdad es que me hinché un poco de los comentarios porque ocurriendo una cosa tan grave como lo de la tromba, lo último que me interesaba era hablar del pie de Milei, aunque les dije que entendía que tampoco es un dato menor que para la imitadora la preocupación por la pequeñez de una parte del cuerpo presidencial le ganara a un desastre natural y que habiendo techos arrasados en Bahía Blanca, el señor de la investidura hubiera concentrado su atención en la construcción de caniles para cuatro perros clonados. 

De pronto, después de tanta cháchara, me di cuenta de que no podíamos seguir perdiendo tiempo en una playa tan lejana habiendo dejado altas las persianas del comedor del departamento. No tenía idea de lo que podíamos encontrar de regreso si semejante viento que avanzaba a una velocidad de 150 km por hora se metía en nuestro comedor, así que les sugerí levantar campamento raudamente y cargar antes agua caliente en el termo en el mismo barcito donde lo habíamos hecho por la mañana. Grande fue la sorpresa cuando el empleado nos dijo que, como la nafta, el agua también había subido por la tarde (de $300, que ya era caro, pasó a $500). 

Este detalle fue el que le hizo saltar la térmica a Roi, quien le espetó al bar tender que si en estos tiempos los mortales le seguimos el tren de aumentos leoninos a las empresas, estamos todes en la lona, que más que nunca se requiere un poco de solidaridad. Pero el tipo ni se inmutó y esto la cebó al punto de que terminó diciéndole que ella no era una vieja loca que se anda quejando porque sí y que la culpa de la mega devaluación la tenían todos los pendejos como él que habían votado por moda a Milei sin tener la menor idea de lo que se les viene encima. 

Nos costó mucho calmarla, la angustia que viene acumulando desde la nefasta noche del DNU la hace perder el control cada tanto y a veces me da miedo que si se aprueba esto de la internación involuntaria que coló el presi en su paquete inmenso de medidas y desmedidas, la pueda meter de prepo en un manicomio algún familiar que no simpatice mucho con su lesbianismo o con su forma de ser (no quiero ir tan lejos, sé que a veces me pongo tremendista y como mi amiga también un poco paranoica). Durante aquel inolvidable dislate de Mar Cobo fue como si Roi le hablara a una pared porque le tocó un adversario de hielo que ni siquiera se sacaba los auriculares para escucharla. Sentí pena cuando subimos al auto y se largó a llorar como una niña -una más en el campo semántico de un día pueril-. Miré por el espejo retrovisor, estaba rendida entre los brazos protectores de Lau (yo creo que aunque son tan distintas, en el fondo siempre tuvieron onda). Ya en la ruta, empezó a caer una lluvia repentina y feroz que daba miedo. Ni un metro nos permitía divisar hacia adelante, parecía como si por un instante el futuro entero hubiera desaparecido.