A poco más de un mes de asumir el gobierno es evidente que el presidente elegido democráticamente no cree en la democracia. Porque intenta avanzar con su pretendida “revolución libertaria anarco capitalista” a cualquier precio, sin atender otras opiniones y miradas que no sean la propia o la de sus asesores estrellas como Federico Sturzenegger y Patricia Bullrich, porque acosa a legisladores y jueces con amenazas para el caso que no aprueben sus reformas. El presidente descree de la política, confunde política con extorsión y pretende sustituir la argumentación con ejercicio de coacción y represión, según los casos y los destinatarios. Amenaza con descuentos a quienes hagan uso legítimo de su derecho de huelga, acusa a legisladores de estúpidos y coimeros y acuerda con su Ministra de Seguridad para que presione a los dirigentes sociales y sindicales con multas destinadas a amedrentar y cubrir presuntos gastos de desmesuradas y caprichosas medidas de seguridad.
Milei es un presidente que no acepta un principio que es pilar del sistema: la división de poderes. Aun cuando los distintos poderes del Estado funcionen de forma deficitaria, sin división de poderes no hay democracia posible. Tan indiscutible como que los problemas de la democracia se solucionan con más democracia y no con menos.
Poner palabras
Tampoco hay que perder de vista el discurso engañoso y perverso que se esconde detrás de las propuestas libertarias. La más grave estafa es, sin duda, el uso que se hace del vocablo “libertad”, desconociendo que su ejercicio es vacío, inocuo si no se acompaña con igualdad de condiciones y oportunidades, algo que en comunidad solo se sostiene a partir de mecanismos eficientes de principios y normas solidarias sustentadas por el Estado en representación de todas y todos. Lo contrario es como soltar a un zorro en un gallinero.
Otro caballito de batalla –y solo para poner algún ejemplo a la vista- es la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo con la que pretende embanderarse la ministra Bullrich emitiendo abundante cantidad de comunicados para reportar operaciones con nombres de fantasía que dan cuenta de capturas o secuestros de mercaderías ilegales. “Ruido para la gilada” se dice en el barrio. Mientras tanto se impulsa la privatización del fútbol mediante las sociedades anónimas deportivas y se anuncia la posibilidad de ingresos millonarios en divisas, ocultando que ese es un mecanismo conocido mundialmente como método de blanqueo de fondos carentes de trazabilidad y muchos de los cuales proceden precisamente del negocio del narcotráfico.
Las reacciones y ensayos de resistencia han surgido por sectores. Son imposibles de cuantificar y dimensionar por su cantidad pero también porque el aparato mediático corporativo –aliado de Milei y de LLA- hace todo lo posible para acallar cacerolazos, omitir anuncios sobre propuestas sectoriales varias y esconder infinidad de impugnaciones judiciales mientras se empeña en mostrar imágenes veraniegas de vacaciones felices, así sea para pocos.
Más allá de ello cada grupo o sector conoce lo que le atañe a su propio interés: la demanda o la impugnación judicial presentada por su área de actividad, su sindicato o la rama de la producción en la que se desempeña. La fragmentación no contribuye a ver todo su alcance. Si se pudiera recopilar y detallar todo esto por la sola sumatoria se podría tener una mejor dimensión del enorme daño que se está intentado causar a la sociedad argentina y que impactará sobre todo en los más pobres, en los descartados, en los jubilados, en trabajadores y trabajadoras.
No hay todavía coordinación en la resistencia y la oposición a las medidas. Cada quien defiende –como puede- su propia quinta y sus propios intereses. Más allá de la aparición de las centrales sindicales para alzar la voz contra el ajuste, a la dirigencia más evidente de la oposición política se le sigue reclamando por la falta de respuestas y posicionamiento público. Pero más allá de ello hay vacío de palabras que, por un lado, expliquen lo que está sucediendo (también con autocrítica) y por otro, así no aporten soluciones hagan visible (¿construyan un contra relato?) lo que le está ocurriendo, lo que están sufriendo muchas personas. El solo hecho de ponerle palabras al daño que se provoca puede actuar al menos como bálsamo para quienes lo padecen, pero servirá también para aproximar diagnósticos, iniciativas y quizás propuestas coincidentes. Se trata de poner a circular palabras que salgan al encuentro de otras palabras. Puede ser esa la contracara de la incapacidad de escucha, de la sordera libertaria que aturde la inteligencia democrática ciudadana.
El debate sobre la calle
Mientras tanto sigue abierto el debate sobre la calle como espacio democrático. Aferrado a un discurso que entiende que le ha dado crédito, el gobierno libertario se esmera en desplegar medidas para que la calle no sea un espacio público en el sentido democrático y –negando las formas conocidas de lucha de los sectores populares en la Argentina- añora las imágenes vistas en películas norteamericanas que presentan a diez manifestantes dando vueltas en una plaza mientras portan carteles con sus demandas. Ni los agricultores franceses se ajustan a esa estética contestaría que nos vende la televisión comercial norteamericana.
Por su parte las centrales obreras decidieron avanzar poniendo en marcha lo que más conocen y saben hacer: la movilización callejera. Los dirigentes saben que esa es su arma más poderosa y contundente y también lo que puede devolverles el centro de la escena en medio de un escenario de gran fragmentación.
Otras y otros dudan. Por motivos tácticos, de oportunidad o porque sin legitimidad o carentes de representación no están en condiciones de ponerse al frente de la demanda callejera y conducir. Temen al rechazo y al cuestionamiento.
El paro y la movilización del 24 de enero están en marcha y no hay nada que haga pensar que se puede dar un paso atrás. Se lo presume multitudinario, por la cantidad de las demandas y por el gran número de afectados y afectadas.
Pero más allá de las características que alcance la medida de fuerza, podemos estar frente a un punto de quiebre en el escenario político y social, que lleve a reconfigurar la correlación de fuerzas impactando tanto en la alianza gobernante como en las filas opositoras.
Aunque el debate sobre la calle como espacio público democrático continuará después del acto y la marcha al Congreso la semana próxima, casi nada será igual después del 24 de enero.