Mire doña Soledad,
póngase un poco a pensar,
doña Soledad,
qué es lo que quieren decir
con eso de la libertad.
A. Zitarroza
La participación comunitaria (PC), se comporta como una frase polisémica o cargada de una serie de sentidos que hasta pueden oponerse. Cuando se intenta escribir sobre este tema lo primero que aparece son preguntas como: ¿qué se entiende por PC?, ¿quién define que es participar?, ¿es una actividad, un desarrollo teórico, ambas, ¿cuáles son las formas de participar?
En esta construcción, desde las preguntas, surge la comunicación como “uno de los principales sostenes de la participación en comunidad” (Uranga, 2021).
En todos los procesos de participación, la comunicación es parte ineludible del desarrollo. La cuestión es qué tipo de comunicación se quiere establecer, o mejor, cuales son los objetivos a comunicar. Como plantea Gumucio (2001) hablando de salud, si el objetivo es empoderar la comunidad, la comunicación debe ser horizontal, dialógica, alternativa.
La PC necesariamente debe pensarse desde la comunidad atendiendo y entendiendo las formas de participar singulares y particulares que tiene cada comunidad, inclusive núcleos más pequeños (colectivos) dentro de esta. Si esto es así los comunicadores, siguiendo el planteo de Gumucio, deben abandonar “la neutralidad para convertirse en actores del desarrollo”.
Alfaro Moreno (2000) propone una síntesis entre la comunicación popular, donde lo importante es la comunidad y no el individuo, y una época actual “donde los sujetos son constreñidos a una gran reflexividad, replegándose hacia sí mismos y al proyecto propio en medio de un proceso de desterritorialización (sin fronteras) y de hibridación de las culturas”.
La meritocracia individualista es entonces desafiada por una comunicación popular que se construye desde el respeto a la otredad, a los saberes y culturas, costumbres, formas de comunicación, formas de pensar el proceso salud-enfermedad atención cuidado (PSEAC) sin perder la posibilidad de amalgamar con nuevos conocimientos y herramientas diagnósticas y terapéuticas, sobre todo desde la promoción de la salud y la prevención de la enfermedad, que pueda ofrecerse desde el Estado en cualquiera de sus niveles.
Sin embargo, aún en esta época, la comunicación está impregnada de colonialidad, es decir, “en una colonización del imaginario de los dominados” (Quijano en Torrico Villanueva, 2018).
El colonialismo tiene como objetivo la explotación para el saqueo. Es en este paradigma donde se desarrollan diferentes métodos para colonizar que, en definitiva se pueden resumir en dos, la cruz y/o la espada. Es decir, la colonización cultural, religiosa, de la vida de relación comunitaria o la imposición por la violencia. En América se usaron y usan ambas. En ambas la comunicación o la no-comunicación fueron básicas.
Dice Dieterich que “la destrucción de la identidad es conditio sine qua non de un sistema estable de dominación”.E n consonancia Torrico Villanueva plantea un concepto muy interesante sobre el proceso de colonización y es el de la des-humanización del otro, de la otra. Esta des-humanización permite, entre otras cosas, actuar sobre el/la des-humanizada/o con reglas que en su lógica no respetan los derechos humanos planteados como universales pero tampoco los derechos consuetudinarios de los pueblos colonizados.
Esta deshumanización continúa casi exactamente igual aunque políticamente más correcta, menos visible salvo cuando el poder real desea deshacerse de alguna figura molesta. En este caso primero se demoniza, se deshumaniza y luego se puede eliminar casi sin consecuencias sociales y/o judiciales. Como ejemplos el intento de asesinato de Cristina Fernandez de Kirchner el primero de setiembre de 2022 y el intento de asesinato de Francia Marquez, vicepresidenta de Colombia, en enero del 2023.
En ambos casos la comunicación masiva a través de los grandes medios de ambos países se encargaron de la etapa previa, demonizar las personas y hacerlas perder su condición de humanas. Estos medios de comunicación ya no representan posturas filosóficas/ideológicas respecto de la realidad y cómo abordarla, sino intereses económicos/financieros nacionales y transnacionales cuyos objetivos, en Latinoamérica, son los bienes naturales extraíbles y no renovables (commodities), ergo, la colonización.
¿Qué se puede hacer? Deconstruir; y esto significa cuestionar lo dado, lo instituido. Preguntar crítica y creativamente desde un sujeto comunitario e histórico.
Es desde este lugar donde la comunicación deja de tener un sentido de colonización para pasar a tener un rol liberador. También es desde aquí donde la participación de la comunidad debe dejar de juzgarse de acuerdo a cánones academicistas de lo que significa participar y evaluar certeramente cómo participan las personas y colectivos en sus comunidades, cómo se comunican.
La comunicación desde esta perspectiva, los comunicadores, primero escuchan, reflexionan, aprehenden y luego comunican, traducen lo que la comunidad transmite con lo cual se produce un diálogo reflexivo que no queda en lo particular o singular sino que adopta la posibilidad de una comunicación más general, pública y tal vez con la chance de instalarse en la agenda del gobierno.
A partir del golpe civil-militar-eclesiástico del 76, siguiendo con Menem, Macri y actualmente Milei, se intenta operar un cambio cultural donde desaparezca lo comunitario y surja el/la sujeto/a individual, meritocrático/a, desconectado/a.
La calle, la ruta, las plazas revalorizan la comunicación/reflexión interpersonal, intercomunitaria, la recrean. A partir de allí surge la necesidad de que otras y otros se enteren, la necesidad de empoderarse, de emerger como actores, de poder participar. Si el pensamiento colonial y extractivista se produce puertas adentro, la decolonización se expande por las calles, las toma, se comunica en ellas, se visibiliza, se instala. Como plantea Marita Mata, se “están haciendo visibles las realidades silenciadas”.
* Médico