Si el gobierno de Mauricio Macri fue reconocido como el gobierno de los CEOs por la cantidad de funcionarios de esa extracción, el de Javier Milei bien podría ser reconocido como el gobierno de los tuiteros, desde el presidente para abajo.
Esto no sólo se manifiesta en que realmente sean tuiteros y tuiteras con mayor o menor predicamento, sino que la gramática que opera la gestión de gobierno es la de X (ex Twitter). En otras palabras, las características de la comunicación (pero sobre todo la gestión) de gobierno se basan en la chicana, la agresión gratuita y desmesurada, la argumentación ad hominem ante la falta de argumentos concretos, la falta de sustancia en las acciones o el abuso de cuestiones ramplonas puestas en primer lugar, lo que habitualmente llamamos "humo" (besos con su pareja, caniles para sus perros, tamaños de pies, etc).
Así, vimos como el presidente insultó a la periodista Silvia Mercado que claramente no hizo nada más que compartir una información que tenía sobre los perros del susodicho -digamos de paso que no se trata de alguien con cosmovisiones adversas al nuevo gobierno, pero no es el punto-. Del mismo modo, Milei atacó a un conjunto de actores, actrices y artistas por expresar sus posiciones sobre las propuestas normativas que elaboró alguien para otro gobierno y que éste tomó como propias y que afectan el mundo de la cultura. También se enfrentó a Lali Espósito por haber dado shows en eventos provinciales y se enfrascó en una discusión con una cuenta fake del gobernador de la provincia de Buenos Aires. Luego le reenvió a la cuenta oficial sus devaneos con el fake (?). Mientras tanto, ¿quién gobierna?
Pero esta lógica no se agota en el presidente. El vocero Manuel Adorni aplica las mismas lógicas. Se burla de periodistas o chicanea planteando sus opiniones personales o simplemente desinforma. Pero no conforme con ello vemos que buena parte de los nuevos funcionarios provienen de extracciones similares, como Guido Orlandi designado en PAMI (que celebró el Covid y su impacto en las muertes de personas de tercera edad) o Francisco Sánchez y sus posiciones radicalizadas y modos desbordados (como haber pedido pena de muerte para CFK) para alguien que estará a cargo de la Secretaría de Culto. Sin mencionar los papelones del anterior responsable de redes Iñaki Gutiérrez o las expresiones violentas de Espert.
El problema es que da la sensación que quienes motorizan estas intervenciones están convencidos y convencidas de que la realidad se restringe a un intercambio discursivo chicanero, violento y abusivo. A algo espectral que no debe ser necesariamente real o verdadero, la nunca bien ponderada posverdad. Pero ahora son gestión de gobierno. Son quienes deben llevar adelante acciones que mejoren la vida de la gente y de esas medidas no hay noticias. Lo que sí aparecen, por ejemplo, son organizaciones de PyMEs que celebran al gobierno y que luego se comprueba son inexistentes. Espectros. Y una enorme capacidad de daño económico que pareciera no importar a nadie.
Tanto las medidas implementadas hasta aquí (devaluación, quita de subsidios, eliminación de controles, etc) como las propuestas (DNU 70/23 y ley Ómnibus) no poseen una sola disposición que atienda las necesidades urgentes de la población y sólo han profundizado la inflación. Asistimos desde hace poco más de un mes a las intervenciones públicas (dentro y fuera del parlamento) de funcionarios y funcionarias que sólo logran demostrar ignorancia sobre los diferentes temas de su cartera. Pero, eso sí, con una soberbia propia de quienes arrastraran un baúl lleno de logros pasados. No sería el caso.
Ya vimos durante gobiernos anteriores cierta enarbolación de humo (desde los vuelos a la estratósfera, pasando por el subtrenmetrocleta hasta el polo audiovisual en la Isla de Marchi) pero, parafraseando a Abraham Lincoln, se puede vender humo a mucha gente un corto tiempo, a unas pocas personas durante mucho tiempo, pero no se puede vender humo a mucha gente durante mucho tiempo.
Pero lo más grave es que este gran simulacro de gobierno viene acompañado por el gesto prepotente y soberbio. Algo que no se condice con la responsabilidad de quien gobierna o porta una representación institucional. La violencia política discursiva es la antesala de la escalada de violencia política que puede terminar en un intento de asesinato como sucedió con la ex vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Es urgente que las nuevas autoridades tomen conciencia del rol social que les toca y se desplacen a modos y gramáticas propias de la vida democrática.
* Vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA