Mis amigos adolescentes que cursaban en la escuela técnica lo practicaban. Reconozco haberme prendido en alguna “tocata” en la playa de San Bernardo, intentando aprender cómo era eso de jugar con una pelota ovalada y hacer pases con la mano. Recuerdo que un tío me hizo ver un partido entero de Los Matreros, atrás de la cancha del Deportivo Morón en Buenos Aires. Pero nunca sentí que el rugby tuviera algo que ver conmigo. Mi flacura y mi altura se sumaban, por eso en el club practiqué sistemáticamente fútbol y volley durante varios años. Además eso de que era “un deporte de animales practicado por caballeros”, para paso seguido denostar al fútbol, me molestaba sobremanera. Y lo del tercer tiempo como si fueran todos amigos, después de tener roces más violentos que en cualquier otro deporte, me generaba muchas dudas. En estas últimas décadas solo he visto algunos partidos de Los Pumas en los mundiales lo que me permitió aprender sus reglas, y no mucho más.
Todos sabemos que practicar un deporte es mucho más que una actividad física con eje en el cuerpo. Porque toda práctica es ineludiblemente social, y se entrama con muchos otros factores culturales, económicos y políticos. En ese sentido, hay deportes que son claramente de determinadas sectores sociales y no de otros. Por ejemplo, el polo, los deportes náuticos, y también el golf, aunque haya habido caddies que luego se transformaron en eximios golfistas. El rugby se inició de ese modo y se mantuvo hasta hace muy poco tiempo como deporte viril de los sectores dominantes. No se democratizó rápidamente como lo hizo el fútbol. El tan mentado -y fingido- amauterismo, seguramente contribuyó a ello. No es muy común encontrar su práctica en los clubes nacidos históricamente en los barrios populares.
Y entró decididamente en la picota luego de algunos hechos delictivos perpetrados en grupo por jóvenes rugbiers que encontró su máximo exponente en el asesinato de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell, hace 4 años este jueves 18. Pero ese no es todo el rugby, si es que el deporte en verdad tuviera algo que ver con el tremendo hecho ocurrido a la salida del boliche.
Hace un tiempo conocí el trabajo de Juan Manuel Aiello en la cárcel de Batán. Él se inició en el club Unión del Sur de Mar del Plata, y a los dieciocho años se fue a jugar al Belgrano Athletic de Buenos Aires para recalar posteriormente en el Club Cagliari de Italia donde estuvo durante doce años como rugbier profesional. Se retiró a los treinta y ocho años y volvió a Mar del Plata. Y quiso continuar en contacto con su pasión. Y se sumó en el 2011 a la iniciativa de la ONG Cambio de Paso, propiciada por el Juez Viñas que el año anterior había implementado el primer programa de rugby para los internos de la cárcel de Batán tomando como ejemplo una iniciativa similar en una unidad penitenciaria de La Plata.
“Es que hay otro rugby, no existe solo el que jugué yo. Hay iniciativas diversas de prácticas deportivas que no reproducen lo hegemónico. Por ejemplo está lo del rugby ability, para chicos y jóvenes con capacidades diferentes. Hasta tienen una liga, y un seleccionado nacional, Los Pumpas. Y también están Los ciervos, el equipo donde juegan muchachos que se asumen desde la diversidad sexual. Y los equipos de rugby femenino, en Mar del Plata hay al menos dos que yo conozco: Biguá y El comercial. También hay escuelitas de rugby en algunas barriadas y muchas iniciativas de llevar el deporte a los sectores populares, para que se lo apropien, porque el rugby no tiene nada de malo, sino todo lo contrario. Por ejemplo, en el 2015 me invitaron a jugar un partido en la Villa 31 por una iniciativa del fiscal Julián Axat donde participaron vecinos del barrio y gente vinculada con el poder judicial. Y por supuesto, está todo lo relacionado con el rugby en las cárceles”, cuenta Juan Manuel.
“Hay dos pabellones de rugby en Batán, el Paka Paka, para los que tienen entre dieciocho y veintitrés años y el Oktubre para mayores de esa edad. Cada uno tiene entre quince y veinte muchachos, y la mayoría no jugó el deporte cuando estaba afuera. Ahí se arma una convivencia basada en un pacto grupal y comunitario a partir del deporte, donde prima la amistad y la confianza. Los internos obtienen identidad para ese mundo tan anónimo que es la cárcel, dejan de ser los presos para ser jugadores de rugby. Los conecta con la infancia, con lo lúdico, con el binomio sacrificio-premio. ¿Y cuál es el premio? Mejorar su salud, cuidarse, obtener una rutina, cierto orden vital, mostrarle a los hijos que hacen cosas positivas. Y además de la práctica deportiva, quienes están en esos pabellones tienen que trabajar o estudiar, incluso algunos hacen ambas cosas. Eso nos llevó hace dos años a implementar la primera cooperativa de trabajo registrada en el servicio penitenciario de la Provincia de Buenos Aires que se llama Oktupak por la combinación los nombres de los pabellones de rugby, donde quince internos y otros tantos ya liberados hacen trabajos en herrería y jardinería. O sea que la siguiente etapa de auténtica rehabilitación después del rugby es el empleo.”
“Es que el rugby tiene muchos valores positivos. ¿Vos sabés que el mejor jugador de la cancha puede ser uno que no haya tocado la pelota en todo el partido? ¿Y que el tacle es lo más altruista que pueda existir, porque te tirás hacia delante inmolándote, exponiendo tu físico con el hombro para derribar al adversario y un compañero tuyo después es el que se lleva la pelota, y no vos? Además, se trata siempre de pasar la pelota, no de tenerla. Eso implica renunciar al protagonismo, confiar en el otro, asumir un objetivo colectivo más allá del lucimiento individual y también aceptar una limitación de la agresividad, porque aunque sea un deporte de roce tiene normas muy estrictas para limitar los impulsos, no se puede hacer cualquier cosa”.
Mientras lo escucho pienso en la renuncia pulsional que se va internalizando a medida que se practica el juego. Y la satisfación grupal puesta en la meta diferida.
“Cuando entreno a los muchachos, luego de una jugada, les pregunto: ¿Qué pasó? ¿Qué hiciste? O sea les hago poner palabras a movimientos muy instintivos, que por lo general son puro impulso. Y así se va comprendiendo con la mente lo que el cuerpo hace solo, casi sin pensar. Y de ese modo los preparás para lo que puede volver a ocurrir en el próximo partido. Porque de eso se trata, de aprender a resolver problemas que se presentan en forma espontánea, como la vida misma”.
Le pregunto qué opina sobre la lupa que se puso sobre el deporte en los últimos tiempos: “Es que venimos de dictaduras, de una sociedad machista que aún promueve la virilidad a toda costa. A mí me molesta mucho cuando escucho hablar de “los valores del rugby” como si fueran sagrados o superiores a otros deportes. Ahí se juega lo selectivo, lo clasista y lo supremacista, pero no es todo el rugby, ni siquiera son la mayoría de los que lo practican asiduamente. ¿Vos sabías que el rugby es el deporte que tiene más desaparecidos? Por lo que pasó con el club La Plata. Eso demuestra que tiene los valores colectivos y altruistas como te conté. No todo es tan lineal, ¿no?”
Me quedó pensando en todo lo que atraviesa a lo deportivo. En los que nunca lo jugaron estando afuera y ahora lo aprenden adentro como vehículo de integración social. En los que lo jugaban afuera y ahora están adentro, y activaron sus impulsos agresivos y exhibicionistas afuera de las canchas. Pienso en algunos de los valores que promueve nuestra sociedad actual, más allá del deporte que se trate. Ojalá todos los que están adentro y afuera puedan practicar el otro rugby. Y que el otro rugby sea el que se vuelva hegemónico de aquí en más.