No puede dormir Látigo Coggi. Algo le pasa. No es que se haya despertado de una pesadilla. Tampoco es que haya obviado tomar algún ansiolítico. Lo suyo es algo raro. Quiere pero no puede, el hombre. Su mujer, Alicia Martínez, ya está acostumbrada, apaga el velador y se echa a dormitar. Sabe que, en algún momento, Látigo va a reposar. Tantas guerras, cerca de 180 entre las peleas como amateur y profesional, dejaron cicatrices y coletazos en su cuerpo, de seguro que sí. Un avezado de las redacciones se anima a diagnosticarlo: “El problema es que su cabeza sigue boxeando”. La aguja del reloj aguijonea el espíritu. Son las tres de la mañana y el campeón sigue esperando que se bajen las persianas. La historia se repite todas las noches. Y a 30 años de la obtención de la primera corona mundial welter junior de la AMB, Coggi ensaya un diagnóstico para su estado: “Los deportes de riesgo te dan una adrenalina que nunca más te vas a sacar del cuerpo. Yo me mataba a piñas todos los días en los entrenamientos. Guanteaba con amigos, pero las piñas dolían igual, ja. Tipo dos de la tarde arrancaba y le dábamos duro hasta tarde. Así, durante veinte años repitiendo la misma rutina. El cuerpo se acostumbra y cuando no tenés más ese ritual, te falta algo...”
-Eso es porque tu cuerpo está preparado para boxear...
-Estaba preparado para morir, hermano. Escuchaste alguna vez a alguien decir: “¿Vamos a jugar al boxeo?”. No, porque esto es un deporte pero no es un juego. El automovilismo tampoco es un juego. Vivíamos muy acelerados. Por ejemplo, si se me suspendía una pelea, tenía que irme de mi casa. Tenía dos caballos por ese entonces. Los ensillaba y cabalgando me iba a Luján. Estaba tres días y tres noches afuera de mi hogar de Brandsen y volvía. Si no optaba por irme, tenía que matar a alguien. Me decían dos palabras y ya discutía con medio mundo. El punto es que iba preparando un plan estratégico durante tres meses para destruir a un tipo. No es fácil entenderlo. Pero era así.
-¿Qué sentía un noqueador como vos cuando metía la mano? ¿Te dabas cuenta del efecto de inmediato o tenías que ver a tu rival?
-Yo le enseño a mis chicos que nunca le pierdan los ojos al rival. ¿Por qué? Por una simple razón. Porque los ojos son la ventana de alma. Si vos metés un golpe en las costillas y el tipo tiene los ojos llenos de lágrimas, quiere decir que le dolió. Entonces, ¿en dónde vas a pegar? ¿Al hombro? No papá, a las costillas. Yo subía al ring dispuesto a todo porque tenía un misil en cada mano. Podía terminar la pelea cuando... (Hace una pausa) No digo cuando quisiera, pero sí cuando se diera la oportunidad. Yo estudiaba a mis rivales. Las concentraciones con Santos Zacarías eran eternas.
-Pero en el 87, cuando ganaste el primer título mundial welter junior ante Patricio Oliva, habías visto muy poco del tano...
-Vi algunos casetes grandes (VHS) de Oliva ante Uby Sacco, quien para mí le había ganado. Ahí se veía que Patricio tenía la técnica muy depurada, era medallista olímpico (Moscú 80) y venía invicto. Para colmo, en los primeros rounds yo estaba muy amargado porque no había podido pegarle ni una cachetada. Y Zacarías no me decía nada. ¿Todo bien?, me preguntó en el segundo round. “Sí, Santos”. “¿Le duelen las manos?, me indagó. “No, no me duelen”, le contesté. “Entonces siga así, Coggi”. La puta madre, pensé, éste no me da ninguna indicación.
-¿Cómo hiciste entonces para noquearlo en el tercer asalto…?
-El segundo lo pierdo porque Patricio me hacía pasar de largo. Me pegaba tres o cuatro cachetadas y me ganaba el round. Cuando llego al rincón, Santos me dice: “Pibe, hay cinco centímetros que nos separan del título mundial”. “¿Cómo es eso Don Santos?”, le pregunté. “Usted cuando tira el swing, se queda corto. Tiene que ir más adentro, con la pierna derecha más adelante. Entonces ahí sí va a llegar”. Y así fue nomás. Zacarías lo planeo todo porque me dejó tirar piñas a propósito durante dos rounds, para que Oliva se confiara a mis movimientos mal ejecutados. Yo tiraba el voleado y pasaba de largo. Corregí ese defecto, le pegué ocho, nueve piñas y se cayó nomás.
-¿Cuál fue la mano que lo noqueó?
-Hace un año y medio estuve hablando con Patricio en Italia. Me dijo que yo ya lo había puesto nocaut con el primer golpe. Para mí, la mano que lo noquea es un cross de izquierda, después de una derecha. Cuando lo volteo, me le fui encima como chancho de las pampas. Y le tiré todo, incluso le fracturo la clavícula con la izquierda larga.
-¿Es verdad eso de que entrenabas tirando piedras, adoquines?
-Zacarías era un innovador, un visionario. Palermo había levantado todo el empedrado, para hacer asfalto. Entonces, una tarde, cuando llego al entrenamiento, me hizo levantar dos adoquines, de cinco kilos cada uno. Me obligaba a tirar trompadas soltando los adoquines sólo cuando el golpe llegaba al final de su recorrido.
-Pero la pegada, si bien se trabaja, tiene un alto componente genético...
-Todos pegamos, eh. Cuando recibo el cinturón de diamante en el 93 por parte de la AMB, en Estados Unidos hicieron una prueba para medir la potencia de los golpes. Yo tenía una de las manos más veloces del mundo. Tommy Hearns tenía 40 kilómetros por hora con el directo de derecha. Y mi uppercut de izquierda también viajaba a 40 kilómetros por hora. Además, 372 kilos llevaba ese golpe. Todos esos kilos van centrados en los cinco centímetros que mide un puño. Si chocás con eso, no tenés chance.
-¿Por qué boxeabas, Coggi?
-Primero y principal, yo nací boxeador. Segundo, le prometí a mi viejo que iba a ser el mejor del mundo en lo que supiera. Eso fue a los 13 años. Mi viejo estaba ciego. Y se le caían las lágrimas por debajo de los anteojos porque no tenía para darnos de comer. Lo recuerdo con mucho afecto a mi papá Domingo. Al final, no estaba ciego, tenía cataratas, cuando empecé a ganar peleas, Zacarías me ayudó para operarlo.
-A diferencia de otros boxeadores, vos nunca renegaste de las bolsas que te pagaban...
-Con mi mánager nunca firmé un contrato. El Negro Rivero (famoso mánager de boxeadores) me dijo: “Pibe, si vos me querés joder yo te voy a arruinar porque tengo facultad y calle”. Y yo le respondí: “Si usted me jode, Rivero, yo le saco las tripas porque soy paisano”. Nos dimos la mano, rompimos el contrato y segu imos trabajando de palabra. Los boxeadores no somos empresarios. Y los amigos del campeón empiezan a aliviarte el peso del dinero. En esa época eran otros valores. A Maradona lo vendieron en diez millones de dólares. ¿Hoy, cuánto valdría Diego?
-En su libro, Vila dice que pediste una locura (un millón de dólares) para enfrentar a Julio César Chávez padre, así se caía la pelea...
-Yo estaba peleado con Vila. Pero la historia tiene otra lectura. Yo hablé cara a cara con Julio Chávez en Las Vegas. “Dejémonos de mejicaneadas, Juan, y peleemos entre los dos así ganamos mucha lana”, me dijo. Y nos dimos la mano. Chávez iba a cobrar dos millones y yo un palo. Pero después me quisieron descontar los impuestos y mi bolsa bajaba a 600 mil dólares. No acepté.
-¿Cómo analizás a la distancia la pelea con Eder González, en la que estabas noqueado y terminaron el round antes?
-Yo estaba noqueado en Tucumán, en el otro mundo. El cagón fue González que me debía haber matado y no lo hizo. Yo no me podía mantener parado. Conozco lo que pasó porque vi los videos por televisión. A mi Cherquis Vialo y Vila me dieron con un caño, cuando yo lo único que hice fue llegar al rincón y decirle a Rivero: “Si me sacás, te cago a trompadas”. Apenas sonó la campana, le tuve que pedir a mi técnico que me levante.
- Spada, tu técnico, te mantenía parado agarrándote de los pantalones mientras tu rival te pegaba…
-Todo lo que vos quieras. Sí, se hizo trampa. ¿Qué querés que te diga? ¿Pero fui yo el culpable?
-¿Y quién fue el culpable?
-La campaña la hace sonar el Roña Castro, que le roba el fierrito al timekeeper. De eso me enteré después. Todo lo que pasó, no lo sé. Eso sí, Rivero estuvo muy inteligente, cuando Atocha (el entrenador de González) sube al ring, antes de que termine la cuenta, le empieza a exigir a los jueces que lo descalifique. Ellos entraron a festejar antes de que termine la cuenta. Merecían una descalificación. Lo que digan los demás me “frega”. Yo estaba en otro mundo, si me llevaban a mi casa, me iba.
-Igual lo noqueaste en el séptimo.
-Me desperté en el quinto y en el séptimo lo puse nocaut. En Las Vegas pasó lo mismo en el 94: pierdo el primero, pierdo en el segundo, me cortó en el tercero. Dije: “Plata o mierda”. Y gané. En la vida, hay oportunidades. El tren pasa una sola vez. Yo tuve la suerte de tener un mánager como Rivero. Después de haber perdido el título, me consiguió dos peleas más por la corona, que recuperé. Ahí me hice una leyenda. Alcancé el éxito, pero fundamentalmente la gloria.
-¿Qué es el éxito? ¿Qué es la gloria?
-El éxito es ganar, disfrutar, hacer guita para luego perderla. Es algo pasajero. La gloria, en cambio, es otra cosa: se consigue y se mantiene viva, dura para toda la vida. Yo tuve la suerte que se parara el país para ver una pelea. Eso es la gloria, viejo. Vos no tenés idea lo que es que suene el himno argentino, en Tokio, con 45 mil japoneses en el estadio.
-Tenés la gloria, pero la pasaste mal…
-De pibe fui ayudante de albañil, panadero, barría la cuadra y me ganaba el pan para llevar a mi casa. Cazaba liebres. Fue una infancia hermosa, me enseñó a vivir, me enseñó a ser fuerte. Mi mayor riqueza fue haber tenido mi buena pobreza. Porque después me agarró el corralito y perdí 300 mil dólares: iba a poner un galpón para criar gallinas. Si no hubiera sido pobre antes, me hubiera pegado un tiro.
-La última, ¿cuándo te diste cuenta que eras zurdo?
-Cuando repetí primer grado. No podía escribir porque me obligaban a escribir con la derecha. Iba a la escuela 74. Siempre cuando voy a pescar, paso por ahí y me acuerdo que me escapé por la ventana para no estudiar. Me parece que la habilidad la tenía sólo para la zurda
Y vaya si tiene razón.