Deseo, frustración, ímpetu, decepciones, desafíos, risas y llantos. La ebullición de sentimientos que atraviesa la adolescencia condiciona también el camino de los chicos que depositan esperanzas y cargas en las divisiones inferiores del fútbol argentino. Cada uno de esos miles de pares de botines es una historia particular en un universo que se hamaca entre la formación del futbolista y la contención de una persona que transita hacia la adultez. Porque, ¿transitar el fútbol juvenil es liberar la satisfacción por jugar al fútbol o significa debatirse con la tensión de encarar un desafío laboral a una edad muy temprana? El intento por llegar a ser un profesional de la pelota se teje en un ámbito que presenta hostilidades cada vez mayores.
Para Gabriel Rodríguez, coordinador de las inferiores de River, lo que predomina entre los chicos es “la presión por asegurar el futuro económico”, lo mismo que nota Ariel Paolorossi, quien a cargo de los juveniles de Lanús entiende que “se está perdiendo la pasión por ser futbolista, porque en muchos casos en lo que más se piensa es en ganar dinero”. Al frente del fútbol amateur de San Lorenzo, Fernando Kuyumchoglu asegura que están quienes “quieren llegar a primera pero sin detenerse en cómo lograrlo”, un desdén por la preparación que Alejandro Russo, coordinador de Racing, ejemplifica en el hecho de que “después de un entrenamiento son pocos los que quieren quedarse un rato más para buscar mejorar la pegada o algún otro aspecto”. Fernando Berón, responsable de la cantera de Independiente, recorta la cuestión porque “hay que dividir el fútbol juvenil menor del mayor”; entonces diferencia que “mientras en séptima, octava y novena división hay un mayor gusto por el juego en sí, lo que pasa en cuarta, quinta y sexta es que los chicos ven que otros de su edad ya están en el fútbol profesional y empiezan a ver el fútbol mucho más como un proyecto laboral”.
Las exigencias familiares, la rapacidad de los representantes y las propias demandas que nacen desde los clubes son factores que afectan el gusto por el juego. Los intereses que orbitan alrededor del fútbol no descuidan las divisiones inferiores. Hay presiones, y los chicos las sienten. Puntualmente en la formación, cada división entrena entre cuatro y cinco veces por semana en prácticas que se repiten con cierto tedio y sin generar atractivos para los chicos. Ese alejamiento de lo lúdico para alinearse en la dictadura de la obtención de buenos resultados cada fin de semana –algo que también impone su lógica en el fútbol menor- genera en ocasiones un prematuro hastío.
El contexto social erosiona también con fuerza el proceso formativo. “En la pensión de Independiente hay 60 chicos, que antes eran solo del interior. Sin embargo, eso cambio para incorporar también a chicos que son de la zona pero están en lugares muy vulnerables. Entonces viven en el club para poder alimentarse y descansar mejor que en un entorno que no les es favorable”, cuenta Berón. Kuyumchoglu destaca que “todos los chicos de San Lorenzo desayunan y almuerzan en el club” y que establecieron “un convenio con Fundación Huésped para orientaciones en los cuidados sexuales”. En River, Rodríguez resalta como “primordial y fundamental” el tratamiento psicológico, porque “los jóvenes traen aparejadas determinadas situaciones que sin el apoyo de profesionales nuestro trabajo de entrenadores se ve en aprietos”. Russo da cuenta de la problemática al desnudar que se multiplican “los casos de chicos con problemas por conflictos familiares y por adicciones con alcohol o drogas”.
La asistencia social y los gabinetes psicológicos tienen su correlato en el estudio. Banfield es uno de los clubes que exige a sus juveniles buen desempeño escolar. El club del sur del Gran Buenos Aires tiene su propio colegio para que los chicos no gambeteen las aulas después de pasar por las canchas del predio de Luis Guillón. Hugo Donato, a cargo de la coordinación de inferiores del club, decidió suspender a dos jugadores titulares por tener materias con notas bajas y las reacciones familiares fueron disímiles. “Uno de los padres se enojó porque entendía que yo estaba perjudicando el crecimiento futbolístico de su hijo. Eso muestra un poco las cosas con las que tenemos que lidiar en inferiores”. Donato apunta que es un desafío generar la consciencia necesaria para incorporar que la instrucción escolar “sirve para el crecimiento intelectual y el desarrollo intelectual sirve para saber manejarse bien afuera de la cancha y entender mejor el juego”. En este sentido, asegura que hay “tres aspectos indispensables para que un chico llegue a profesional: lo primero es el razonamiento concerniente al entendimiento del juego, después es fundamental la técnica de pase y recepción, así como también el modo de perfilarse, y finalmente, dentro de ese conjunto, el desarrollo físico que se necesita para competir en el alto rendimiento”.
La técnica individual y el entendimiento de cada puesto se forjan en divisiones juveniles, porque la posibilidad de desarrollo se da en ese proceso continuado y encuentra muy pocas posibilidades de trabajarse en la vorágine del futbol profesional. “Los chicos tienen que entender que se van a equivocar y lo que tienen que hacer es intentar de nuevo. Es clave evitar la frustración por algo que no sale. Los entrenadores tenemos que bancar esos errores y ayudar a superarlos”, propone Russo. En tanto, Kuyumchoglu resalta la importancia de cada etapa: “Se necesita de un proceso en el que se haga todo el recorrido en inferiores y después haya una permanencia de al menos seis meses en Reserva. Ese es el ideal para insertarse en el profesionalismo. Hay casos excepcionales en los que de la sexta un chico llega a primera de un salto, eso es algo que debería evitarse porque en muy pocas ocasiones eso sucede de una manera favorable”.
“En el fútbol juvenil se trabajan todas las áreas: lo técnico, lo táctico, lo físico y lo psicológico. No se puede descuidar ningún aspecto, porque no alcanza sólo con jugar bien para llegar a profesional”, alerta Berón. En la etapa decisiva del recorrido juvenil, el futbolista en formación, todavía un adolescente, tiene que asimilar conductas como la alimentación adecuada y el descanso necesario. En la era de la instantaneidad, los chicos se manejan de una forma ligada a una realidad muy atravesada por la tecnología de las comunicaciones, con todo lo que eso implica, a favor y en contra.
En las divisiones inferiores la meta llegar a primera división no solo es para los jugadores, sino que muchas veces también son los propios entrenadores los que pretenden una escalada que los posicione en el círculo mayor. “Parecería que cada vez quedamos menos formadores”, se lamenta Paolorossi en relación a que muchos técnicos usan las inferiores como plataforma para lanzarse al profesionalismo. “Hay que tener vocación para estar en un lugar en que no se gana buen dinero ni se tiene exposición en los medios. Creo que lo ideal es tener distintos especialista, para el fútbol infantil, para el juvenil y para el profesional”.
La ilusión de ser profesional también está ligada a la dictadura de los cuerpos. Las búsquedas están orientadas hacia determinados biotipos, sobre todo entre los arqueros, zagueros y centrodelanteros, posiciones en las que estar por debajo de los 1,80 metros significa una pesada hipoteca en la carrera por llegar a ese destino de tribunas llenas y cámaras de alta definición. Si bien el desarrollo de la técnica individual comenzó a prevalecer en todas las canteras, el portento físico no dejó de ser un requisito. Los campos de juego están en mejores condiciones que años atrás, pero el índice de lesiones aumentó por la competitividad, las presiones y inestabilidad emocional que rodea al fútbol. Russo reconoce que “fortalecer el aspecto físico es algo necesario”, aunque advierte que deben tomarse los recaudos necesarios “con médicos y nutricionistas de acuerdo a la madurez de cada cuerpo, porque a un chico que no completó su crecimiento se le puede generar un problema importante”.
Los recursos y la dedicación de los clubes al fútbol juvenil se incrementaron notoriamente, pero también creció la presión sobre los protagonistas. Un aspecto todavía difuso es la zona gris de coordinación entre las inferiores y el plantel profesional; ahí el desafío es encarar proyectos integrales. Mientras tanto, cargando las proyecciones de los mayores y a veces incluso con responsabilidades de adultos, los chicos se deban entre el juego, la gloria y la salvación económica.