Al Cholo lo embriagaba la ternura de ver a su hijo gateando en el patio. El leve sol de un mediodía otoñal le susurraba el cuerpo, la siesta lo llamaba a los gritos, tenía churros rellenos pedidos en la panadería de la vuelta y por la tarde en HD tenía tres clásicos de primera para ver en continuado. Eso era un placer de domingo, justo en domingo. “Es verdad que por culpa tuya no pude ser futbolista más tiempo, pero te vengo disfrutando a pleno gordita y no te voy joder con este rollo que ya superé desde que nació el pibe”, le dijo a su barriga. Había sido un jugador inolvidable, que transitó la gloria por las proezas de goles inverosímiles sin la necesidad de correr. Pero comer lo doblegaba sin resistencias y con las dietas empezaba y terminaba a las patadas. Fue el zaguero central que nunca pudo eludir y se despidió del fútbol con la promesa de alguna vez tener un hijo que perdure su fama.
Cuando la oportunidad se detuvo en su vida planificó el deseo, como si fuese DT del futuro de su hijo. La fortuna obedeció su solicitud para que el hijo tenga pito y no dudó en apodarlo Cholo ya desde bebé. Un poco en homenaje al Cholo Simeone y mucho porque con el mismo apellido llamaría la atención en las andanzas que le iban a esperar en las inferiores. Algunos meses después no había partido que no los tuviera a ambos de televidentes, la colección de sonajeros eran pelotas y los muñecos obligatoriamente futbolistas. Hasta tribunas en la cabecera de la cama le hizo armar con un carpintero amigo y los escarpines tenían unos tapones de colores.
Los primeros pasos de “Cholito” incluyeron el puntín y pronto el padre descubrió que su hijo era zurdo. Lloró como un nene. Pero el enanito empezó a ver el hombre araña y sacarlo de ese mundo fue una pelea que al Cholo empezó a ponerlo nervioso. El que soñaba como futuro crack le tiraba imaginarias telas de arañas a la pelota, en lugar de correr y patear se trepaba por el piso y lo único que miraba en la tele era la serie de Spiderman. Brotado, una tarde, le quemó todo la ropa arácnida para que el fantasma de Peter Parker se vaya de su mundo. El escándalo que sobrevino con su mujer fue una plancha al pecho y le quitó margen de maniobra con su hijo que ya no le daba tanta pelota ni él ni a la pelota.
Se acordó de una frase: “si no puedes con ellos úneteles”. Le pareció una mierda, pero se le vino a la mente mientras pasaba por la casa de disfraces donde la esposa lo mandó a comprarle todo el equipo nuevo del hombre araña para el pibe. “Con esta idea los cago a todos”, pensó y compró dos trajes, uno para su hijo y otro para el padrino. Vestir del hombre araña al padrino del chico, que era el 10 de la primera del club del barrio, fue clave. Exigirle que festeje los goles de cada partido de la liga con una mascara de la araña costó, pero funcionó. Todo se completó con visitas semanales del padrino, disfrazado del superhéroe, para hacer jueguitos que a la larga se convertirían en clases particulares de fútbol. Hizo de la fuerza del enemigo su propia fuerza y mientras tanto tejía la tela con la que arroparía la ilusión de ver a su hijo como futbolista.
Cuando la temporada de Peter Parker acabó, el Cholito se sacó los trajes y siguió con la pelota. En esos años, el entusiasmo del Cholo y el de su hijo ordenó el tablero futuro. El Baby, las inferiores de la AFA algunos avisos de los juveniles nacionales que estaba bajo observación, buen porte físico y un nombre que en el ambiente ya era conocido, los planes del Cholo para el Cholito estaban encaminados, sólo faltaba esperar.
Pero hubo otro pero y de golpe el pibe se cansó. La adolescencia le pellizcaba la mente con otras posibilidades y antes de llegar a la cuarta se bajó de aquel cuento que le escribía el padre. Ya no hubo trucos para convencerlo y Cholo tiró el toallón; vencido, frustrado y con una amargura que se le enroscaba en el alma. Tardó años en amasar y tragar su derrota, pero la disimuló, la escondió bajo la suela de sus botines ya sin tapones y empezó a olvidar el asunto.
De todos modos, cuando su hijo se recibió de profesor de historia y en el aula magna del profesorado le dieron el diploma de honor empezó a sentir que las cosas habían sido mucho mejor. Lo sintió en todo el cuerpo al ver que el Cholo sacaba de adentro del saco una máscara del hombre araña y corría hacia una de las esquinas del escenario para sacarse la camisa y la corbata y mostrar la camiseta blanca que decía “Para vos Papá”. Tenía las lágrimas a punto y no pudo retenerlas más, ¿cómo evitarlo?, sí ahí estaba el Cholo apoyando una rodilla en el suelo y levantando al diploma hacia al techo un festejo que su papá contaba que hacía cuando anotaba un gol. Conviene contar, finalmente, que el pibe también lloró cuando su padre parado sobre la butaca gritó “gooooooool” ante un centenar de personas que nunca se enteraron las razones del aquel extraño episodio.