Lucrecia Mastrángelo terminó de rodar casi en las fiestas su nueva película, Amor Trava, que cuenta la historia de Aurora, una chica trans de 19 años que está en plena transición. El acercamiento -inmersión- que hace esta documentalista rosarina en la vida de su retratada la llevó también a conocer sobre la cultura ballroom, que tiene un par de años de desarrollo en Rosario. 

Con la participación de artistas de esa cultura, como Ayelén Becker, la película no tiene fecha de estreno -el rodaje se apuró al recibir dos de las cuotas de la vía digital del Instituto de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA)-, y con un presupuesto “ajustadísimo”, comenzó esa primera parte de la aventura de filmar desde Rosario, siendo una directora mujer, y con una mirada política inclaudicable. El antecedente más cercano es El laberinto de las lunas, una exploración poética sobre las maternidades trans estrenada en 2019 que viajó por Festivales de todo el mundo. “Tiene una llegada que no prescribe”, dice Lucrecia sobre la película que se vio en Francia, en Nueva Zelanda y todavía le piden desde distintos lugares del mundo.

“Esto empieza hace dos o tres años, después de haber terminado El laberinto de las lunas y haberme encantado con la comunidad travesti-trans, seguí conectada y seguí yendo a verlas, a disfrutar cada vez que había una presentación, estuve también trabajando en el archivo de la memoria trans, ayudando a hacer algunas entrevistas a travestis viejitas, para colaborar”, cuenta Lucrecia sobre el germen de esta nueva película. “Ahí apareció la idea de otro documental. Conocí a Aurora Sánchez, que es una adolescente que está transicionando y empecé a entablar el vínculo que hago siempre para poder investigar y adentrarme en las historias. Así que allí conocí a la mamá, fui a la casa, empecé a construir este vínculo y a ella le gusta el baile, ha hecho danzas, casi termina la secundaria en la escuela de artes Nigelia Soria, después terminó en un EEMPA y hace danza contemporánea. Dentro de eso, ella encuentra en el ballroom, una disciplina la que abraza y le encanta y paralelamente a eso yo me tuve que ir también abrazando y encantando con esto que sucedía en Rosario”, relata su acercamiento hacia un movimiento que se hizo más visible a partir de la pandemia, y que inicialmente trasegaba plazas, a veces el parque Urquiza de Rosario, y luego ha tenido algunas ediciones con el apoyo de la Universidad Nacional de Rosario.

La vida de Aurora era inescindible del ballroom, así que Lucrecia tuvo que aprender, y también tendrá testimonios que acerquen a todas las personas de Rosario a una cultura que la mayoría desconoce. “Un ballroom es una forma de militancia también, es una pasarela, donde hay categorías, hay jurades que califican distintas poses y pasadas. Para explicarlo, en la película, hay una compañera travesti que cuenta que se inició en la década del 60 en Estados Unidos y que viene de los negros, las personas más vulneradas, que no tenían otra manera de encontrarse que en la clandestinidad, hacer pequeñas muestras entre ellas”, describe Lucrecia el mundo que será esencial en su película. Además de la casa de la protagonista y su madre, y de algunos fragmentos en la calle, entre otros, dos de las jornadas de rodaje se dedicaron, específicamente, a estas performances, y se filmaron en el Complejo Cultural Atlas de Rosario.

La cultura ballroom levanta la idea de comunidad, desde su inicio, en Estados Unidos, que implicaba además la convivencia en casas, donde las travestis más jóvenes eran acogidas por madres. “Hay una idea de comunidad muy fuerte, se protegen, son muy solidarias entre ellas, hace poco hubo un festival que se llamó Nación Trava, organizado por Morena García, Karla Ojeda y fui a escucharlas porque están gestando nuevas teorías, nuevos conceptos sobre cómo llamarse, cómo nombrarse y cómo habitar esta sociedad que ya ha fracasado en su forma heteronormativa”.

Para Lucrecia, esta filmación es también una forma de integrarse bajo “el paraguas de la Nación Trava, su diversidad, su amplio colorido”.


Filmar las vulnerabilidades

La primera película que dirigió Lucrecia fue un trabajo de tesis al egresar de la Escuela provincial de Cine en Rosario, se llamó De carne y sueño, y era la historia de una mujer que tiene un centro comunitario, Lola Mora, en el extremo sur de Rosario. “Hasta hoy la sigo viendo, se llama Nora Rachid y me enseñó a mirar la pobreza. Fue un trabajo que tuvo muchos premios y con Nora empecé a coproducir, hice dos o tres películas, que eran mediometrajes documentales en video, porque era la década de los 90 y allí era muy difícil encontrar a los hombres más empoderados, estaban las mujeres haciendo ollas populares, saliendo afuera”, rememora aquella primera experiencia.

Con Nora sigue en contacto, como con todas las protagonistas de sus películas. “Es tremenda, a mí me cambió la cabeza y hasta el día de hoy sigo teniendo vínculos con cada persona que ha hecho mis películas, porque somos como familia. Ahora ella está un poco enferma, pero la visito… Ella me manda mensajes por whatsapp, me pregunta ¿cómo estás amiga? Y ahí me doy cuenta de que estoy metida en un montón de cosas y que necesito refugiarme en esos afectos, que hay que darle tiempo a esas cosas”, pondera.

En 2010, Lucrecia Mastrángelo estrenó Sexo, dignidad y muerte, un documental sobre el asesinato político de Sandra Cabrera, la dirigente de AMMAR que recibió un tiro en la nuca en enero de 2004. En 2013 se metió en la Unidad 5 de mujeres de Rosario para hacer Nosotros detrás del muro.

Con el documental de Sandra, Lucrecia empezó a “mixturar algo de lo poético, de lo artístico, dentro de estas historias tan crudas”. Su propuesta es encontrar un lenguaje que le permita matizar “ese fondo al que llevo al espectador, la sordidez”. Aclara que es una búsqueda enfrentar a quienes miren sus películas con esa realidad, “para incomodar, no para mostrarte todo lindo”. Y esa búsqueda tiene como contrapartida cómo llevar a quienes miran a “volar”. “Ahí es donde aparece la ficción o alguna bailarina, como en la película de Sandra Cabrera, que nos va a contar la muerte, pero desde un lugar artístico. En el laberinto estaban los niñitos que andaban por un laberinto binario y que después se bañan de colores, y acá también va a aparecer una performance, que tiene que ver con poemas de Morena García, una escritora travesti de Rosario. Ella va a narrar sus poemas y en el mientras tanto va a aparecer una performance de algunas bailarinas del movimiento Kiki Rosario, que son bailarines trans, no binarios, que decidimos entre ellas y yo hacer una especie de coreografía simbólica”. Con el ballroom mostrarán “ese colorido que es impresionante”.

La decisión de rodar fue también un salto al vacío. “Lo hicimos con un subsidio del INCAA, de la vía digital, que nos van pagando en cuotas, hasta ahora nos llegaron sólo dos cuotas que es con las que filmamos e hicimos un montón. Ahora, si vamos a seguir cobrando las cuotas que faltan, no lo sabemos, esto va a ser a pulmón, la postproducción lleva como un año. Por eso, nos pellizcamos porque no podemos creer que estemos filmando, con lo que son los costos. Llegamos con lo justísimo”.

Para Lucrecia es importante subrayar el trabajo de la montajista, Verónica Rossi. “De partida desgrabamos todos los testimonios y ahí yo empiezo a hacer una edición en papel y voy subrayando lo que más me interesa o por donde quisiera que vaya la narración y después me junto con Verónica Rossi, que tiene una sensibilidad extrema para estas cosas y empieza a ver todos los crudos. Ella ve todo y te devuelve una significación de la película que es maravillosa”, cuenta el proceso de trabajo. Cree que el director -o la directora- “no puede hacer todo, está bueno dejar esta opción a un montajista que la mire desde otro lugar, que le genere otro sentido”.

No tiene miedo de definirse como directora de “cine político” o “cine militante”. “Siempre estuve en esta cuestión de trabajar contra el prejuicio, que es muy difícil, depende mucho de la educación, con una mirada más humanizada sobre el sujeto protagonista, la sujeta protagonista”, define su forma de trabajo. Cuando piensa en documentar una historia, sus “personajes” no son “un objeto para mí a investigar, sino que es parte del proceso”. Por eso, en esa forma de trabajo, se va deconstruyendo y se va transformando en otra persona en cada película. “Es una cosa también personal que recorro”.

A Lucrecia no le interesa hacer un cine estetizado, sino que lo plantea como una herramienta de transformación. “Desde lo social me parece que el cine está para transformar, es una herramienta para mí de militancia de visibilización de personas que ya están vistas por la sociedad. Lo escuché el otro día a César González, que decía que no es correcto que estén invisibilizados, están visibilizados, lo que pasa es que hay que cambiar la forma de mirar a estos colectivos, a estas personas vulneradas”, apunta.

Por eso, en los procesos de producción de sus películas, uno de sus objetivos es “no hablar por otros”, sino que “la voz, lo que hay que decir, el guión se construye con otros, que te van mostrando cómo seguir. Siempre antes de terminar la edición les muestro algún crudo, les digo si esto va por acá o va por allá, no es lo que yo quiero decir porque no estoy en esos zapatos, entonces trato de que sean contados lo más fielmente posible”.

La coyuntura política se puso hostil, y contar en estas circunstancias la historia de una joven travesti es también una apuesta para sostener los derechos de un colectivo históricamente vulnerado. ¿Cuáles son sus miedos a partir del cambio de gobierno nacional? Lo responde desde el proceso de rodaje. “Hicimos el testimonio con la mamá de Aurora y fue muy conmovedor, en muchos momentos ella se quebraba, cuando yo le preguntaba sobre el futuro, qué espera para Aurora. Una es un poco más grande, hemos vivido otros momentos de caos político en el país. Entonces, una imagina lo que se viene y no se avizora una ampliación de derechos, pero por lo menos seguir sosteniendo los que ya se tienen”, postula.

Aurora, su protagonista, es acompañada por su mamá en la transición. Algo que muchas travestis no tuvieron a lo largo de la historia. “La mamá es una luchadora de la ESI, es docente, da clases en séptimo grado. Esto está puesto también en la película, esta necesidad de la ESI, que está tambaleando. Creo que les jóvenes tienen que poder resistir a estos embates y después ir por más, por supuesto, pero en este momento no podemos permitir que sean arrebatados los derechos”, sostiene.

Además de sostener que debe mantenerse el Instituto Nacional del Cine y la ley que ampara la actividad, Lucrecia está empeñada en “la importancia y la necesidad de tener la ley de cine en la provincia de Santa Fe, porque eso nos resguardaría mucho, porque a veces la gente no se da cuenta, pero yo pensaba cómo, con una idea mía que surgió hace dos años, y que la fui trabajando, hoy está habilitando a que 15, 20 personas estén trabajando y cobrando este dinero del INCAA, es fundamental que el Instituto de Cine no se cierre y siga subsidiando películas, pero que esté la ley en Santa Fe es algo que no se puede seguir esperando, nos va a dar mucho más espacio para producir nuestras películas”. En ese sentido, recuerda que “esta identidad, esta memoria, es necesario que quede, sobre todo trabajar con gente de Rosario, técnicos y artistas de Rosario, eso es fundamental, porque no es fácil ser mujer, directora de cine y en el mal llamado interior. Querer hacer cine desde ese lugar es muy difícil”.