Historias, urbanidad, crecimiento desmedido, inmigración, ferrocarril, literatura, misterios y mitos. Materia densa, popular y populosa que abraza a la Capital por tres de sus cuatro lados. Ahí está, en escena, el conurbano. Materia viva, plena de matices. Y en esa densidad, las posibilidades. Esa búsqueda, que empuja semana a semana a muchos hacia los pueblos de la provincia tras el aire campestre, puede encontrar también en esta cercanía urbana opciones de todo tipo: de lo natural a la historia, de la cultura a los parques temáticos y hasta algunos links arquitectónicos a solo un paso de la Capital.
EL LLAMADO NATURAL Entre lluvia y lluvia, esta primavera avanza y salimos buscando aire libre casi con desesperación. Rumbo al sur, en Berazategui se encuentra el ECAS (Estación Cría de Animales Silvestres), un parque que se inauguró en 1971 y que pertenece al Ministerio de Agroindustria provincial. Este predio al que llegamos es un puente hacia una sigla que se repetirá en este recorrido: Unesco. Es que tanto este parque como el Pereyra Iraola -al que iremos luego- fueron declarados Reserva de la Biósfera por esa organización. El ECAS se presenta como un “centro de cría y exhibición de especies de la fauna autóctona y exótica en semilibertad y en recintos ambientados”, y en la práctica es un interesante recorrido de 230 hectáreas con bosques y pastizales que se transitan en senderos para autos. Al estilo safari, la idea es no bajar del vehículo durante el paseo: avanzar entre animales –que van desde guanacos, búfalos, flamencos, carpinchos- tomando fotos y rodeando la laguna. También hay un sector que puede transitarse caminando (no todo es en auto en el ECAS) en una alternativa verde súper recomendable.
Los alrededores del ECAS son, justamente, otro espacio para revalorizar: el Parque Pereyra Iraola. Un enorme predio con flora autóctona como talas, ceibos, lianas, sauces, helechos y rastreras que crean un sotobosque, algo así como un bosque al ras del suelo. Es un buen lugar (y cercano) para la observación de aves, con más de 200 especies como cardenales, zorzales, loros, teros, benteveos, carpinteros, calandrias y golondrinas. Atrás del emblemático portal de piedra de la entrada frente a la Rotonda Gutiérrez –con sus almenas estilo de medieval– se abren los caminos internos. La arboleda se despliega plena de colores. Eucaliptos, robles, olmos y plátanos. Hay una sala de interpretación, por supuesto, un sector para picnics y caminatas.
De norte a sur y sur a norte, la reserva natural de Pilar es otro espacio verde protegido que merece atención: unas 300 hectáreas sobre el río Luján con un abanico grande de flora y fauna. Ya van 14 años de actividad, y el lugar se puede visitar con guardaparques y la ayuda de guías. Bordeando el río Luján a lo largo de varios kilómetros, tiene en su interior una laguna, pastizales y más de 150 especies de aves.
A TRAVÉS DEL TIEMPO Dos salidas –con rumbos norte y oeste– son viajes en el reloj y la distancia. Podríamos sumar el encanto clásico (de esplendor siempre fluctuante) de la República de los Niños, en La Plata, pero dos opciones alternativas permiten meterse de lleno en el pasado y los paisajes de otras latitudes. En González Catán, La Matanza, la aldea medieval Campanópolis brota misteriosamente en medio de uno de los distritos más poblados del conurbano. Una pequeña villa con espíritu de reciclaje que recrea la arquitectura de la Edad Media, trasplantada entre los siglos. Ésta es una historia que une un sueño personal con un resultado extravagante. La aldea nació de la cabeza de Antonio Campana, un hijo de inmigrantes que después de una enfermedad complicada decidió poner todo su tiempo y energía en este proyecto. Con restos de demoliciones, en un predio que supo ser un basural, cierto aire del Medioevo fue dándole vida a una enorme villa, extraña, magnética y simpática: pasajes y calles angostas y adoquinadas que viborean entre casas, fuentes, lagos, puentes, molinos, una capilla, la “casa proa de barco”, y mucho más. Los temas que atraviesan la aldea se relacionan siempre con el reciclado, por eso tiene sus museos de las rejas –hierro forjado, vitraux–, de la madera, o las casas “de piedra” y “de escoria”. Interiores cargadísimos, barrocos –el museo del hierro es un ejemplo claro– y paisajes abiertos y arbolados que son una buena opción.
Mientras tanto, hacia el norte, rumbeamos a Benavídez, en el Tigre. Y otro pórtico. Otra vez algo suena a medieval. Detrás de esa entrada se esconde el más reciente Torrepueblo, una miniciudad que recrea el aroma de la Toscana italiana. El proyecto combina lugares para vivir con la posibilidad de la visita de fin de semana. Las callecitas permiten sentirse caminando por Florencia o Siena, y desembocan en una plaza seca donde se pueden comer pastas, pizzas, o parar un minuto a tomar un helado o un café. Diego, uno de los responsables de este proyecto, dice que la inspiración nació de algunos en rincones de Venecia, y de otros lugares. El pórtico por el que entramos, por ejemplo, es hijo del estilo de Castelnuovo di Garfagnana, un pueblito en Lucca. Un rompecabezas de detalles de la bella Toscana medieval.
EL CÓDIGO UNESCO La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, que regula los listados de patrimonio a nivel mundial, puso sus ojos en lugares muy cercanos. Un mini trip con la Unesco como denominador común nos lleva primero hasta La Plata. La Casa Curutchet es, desde el año pasado, Patrimonio de la Humanidad. Se trata de la única obra en toda Latinoamérica del arquitecto francés Le Corbusier. En el centro de la ciudad y frente al emblemático bosque, es una casa extraña, blanca y angulosa que hoy es la sede del Colegio de Arquitectos de la Provincia. Y aunque está ocupada, puede visitarse sin problemas, subiendo por su rampa de acceso y bordeando el enorme árbol al que el edificio abraza en su interior. Esta casa fue un encargo del doctor Pedro Curutchet al arquitecto a finales de los años 40 y es –explican en la visita– una síntesis de los principios enunciados por Le Corbusier, puestos en práctica en un terreno atípico y pequeño.
Joaquín me recibe en la puerta de entrada y es quien me acompaña en el recorrido. En realidad, ofrece una charla que resume todos los detalles de la obra, y luego el paseo es completamente libre. Después de esa entrada, una rampa lleva a un hall y luego al que supo ser el consultorio de Curutchet. Vidrio, luz, una planta baja libre y ese tronco en el centro: un árbol en el corazón del terreno, que atraviesa todos los pisos y decora, con su copa, la terraza. En la casa Curutchet el flujo es permanente: solo es cuestión de estar allí unos minutos para que un nuevo visitante aparezca parado en la entrada. En la charla aparece también el nombre del emblemático Amancio Williams, el encargado de la parte “práctica” y operativa de esta casa, otro genio de la arquitectura argentina. Sintetizando, la casa Curutchet es interesante para visitantes curiosos, y un imán para futuros arquitectos.
Otro de los caminos en torno a la Unesco puede llevarnos otra vez al norte: la Villa Ocampo, en San Isidro, es sede del Observatorio de esa organización. El recuerdo de Victoria Ocampo sobrevuela esta hermosa casona por la que pasaron figuras fundamentales del siglo XX. La propia Victoria donó esta propiedad a la Unesco en 1973 para que contribuyera “en un espíritu creativo vital, para la promoción, el estudio, la experimentación y el desarrollo de las actividades que integran a la cultura, la literatura, las artes, la comunicación social y la paz entre los pueblos”. La casa es un atractivo en sí mismo; detrás de este portón en la calle sin salida en la que estamos, en Beccar, el mundo se abre en capas. Más de treinta mil visitantes por año pasan por estas habitaciones y bibliotecas pisadas antes por Graham Greene, Albert Camus, Aldous Huxley, Le Corbusier, Octavio Paz, Gabriela Mistral, Indira Gandhi, Antoine de Saint Exupéry, en visitas a la anfitriona. Historia pura.
Además, hasta el mes de diciembre se puede visitar en la Villa la muestra Máquinas Para Habitar: Cultura, Ciencia y Ciudades Sostenibles, que cierra nuestro círculo de una manera perfecta: se trata de un viaje por el vínculo entre Le Corbusier y Victoria Ocampo. Cartas, dibujos del arquitecto, y planos y fotos originales de la casa. Del norte al sur, un enlace virtual para reconstruir un costado importante de la arquitectura del siglo XX.