El progreso de la ciencia aporta su cuota de éxito todos los días, evitando así todo tipo de dificultades que el mundo encuentra, pero también crea otras nuevas, y no menores. En un texto anterior, discutimos las cuestiones éticas que surgen ante la creciente invasión de la IA (Inteligencia artificial), que genera tanta exaltación como inquietud.
El ser humano siempre ha experimentado reveses, retrocesos, miedos, con respecto a lo que lo impulsó a crear, a inventar y especialmente cuando se trataba de criaturas capaces de simular algo vivo, es decir, movimiento, funciones relacionadas con las pulsiones, pero también la palabra.
Se dice que Miguel Ángel, ante la perfección de su Moisés acabado, le dijo sus famosas palabras: “Perché non parli?” (¿Por qué no habla?) y, ante su silencio, se dice que lo golpeó con un martillo en la rodilla en un ataque de rabia. El deseo de insuflar vida a lo inerte, a lo inanimado, siempre ha existido en la humanidad, mucho antes del advenimiento de la ciencia. Sin embargo, las creencias y las religiones rechazaron o incluso prohibieron tal plan.
Fue sólo con el Siglo de las Luces que la creación de autómatas androides se convirtió en una verdadera locura al ir más allá de estas prohibiciones. Gracias a los avances de la física y a las innovaciones técnicas resultantes, se crearon todo tipo de autómatas, cada uno más ingenioso y llamativo que el anterior.
Esto es lo que inspiró a escritores, como Diderot, que estaba fascinado por El flautista, creado por Jacques Vaucanson, y a la que se refiere en su Encyclopédie escrito con d’Alembert. A menudo recurría a la referencia del autómata, que, para él, no podía reducirse a una mera metáfora, sino a algo que era mucho más que un logro técnico, es decir, la cosa listo para moverse, como escribió sobre las estatuas.
También estaba E.T.A. Hoffmann, especialmente en su cuento «El hombre de arena» que Freud utilizó para su trabajo sobre lo ominoso, Unheimliche, y que Lacan retomó para su extracción del objeto a de la imagen i(a).
En este cuento, el héroe, Nataniel, ha temido desde niño que le saquen los ojos. Freud interpreta esta fantasma como un sustituto de la ansiedad de castración. Lacan, por su parte, ciertamente considera este aspecto y, en consecuencia, la ausencia que representa en la imagen, es decir, esta ausencia que se señala en la imagen como (–φ), pero sin embargo va más allá al retomar su esquema óptico y afirmar una presencia más allá de la imagen, una presencia que se escribe ‘a’.
Nataniel, loco de amor y deseo por Olimpia, no se da cuenta de que ella es un autómata. Declara a todo aquel que quiera disuadirlo de este amor: «Es sólo en [Olimpia] que he recuperado mi ser», es decir, su doble, como lo mostrará Lacan. Ahora bien, no es tanto Olympia quien produce una inquietante extrañeza en Nataniel que luego se convierte en pánico, sino más bien la proximidad ignorada del objeto a, esta presencia en marcha en su fantasma de que le saquen los ojos.
Es este objeto, los ojos ensangrentados que han caído al suelo, el que el padre del autómata le arroja, gritando que son los suyos los que le han sido robados para Olimpia.
Como lo definió Lacan a propósito del Edipo, el momento de angustia, “es la imposible visión que te amenaza, de tus propios ojos en el suelo”.
Más cercano a nosotros, evocaré una película reciente que está siendo noticia, para ciertos diarios como Le Monde. Dejar el mundo atrás pone en escena el fin del mundo, después de un ataque cibernético. Una inquietante extrañeza se apodera poco a poco de todos los personajes que se encuentran en una especie de puerta cerrada, una mujer misántropa, su marido, un hombre cobarde, otro con tendencias paranoicas y tres jóvenes, preocupados, encerrados en sus caprichos o en sus gadgets.
Asistimos, pues, a ese sin salida que no es sólo el del creciente caos exterior, sino sobre todo el de la fragilidad del lazo social. Cada uno ignora su angustia y, por lo tanto, la prisión de su fantasma, sustituyéndola por sus miedos de los que otros son responsables.
Frente a este espectáculo, como frente a tantos otros que ofrece la actualidad de nuestro mundo, ¿podemos alegrarnos de que sólo el discurso analítico dé refugio a la angustia para que pueda ser tratada de manera diferente a como lo hace el discurso que nos rodea? Sí, y a eso es a lo que apostamos para un mayor discernimiento.
Bibliografía:
Freud S., “Lo ominoso”, Obras completas, tomo XVII, Buenos Aires, Amorrortu, 2003.
Lacan J., El Seminario, libro X, La angustia, Buenos Aires, Paidós, 2016, pp. 53-60.
*Del Blog de Psicoanálisis Lacaniano. 2023-12-17