Con la muerte de Luppi termina la historia de uno de los actores más representativos de la Argentina, con una trayectoria de más de medio siglo. El cine fue el medio donde dejó su marca principal.
Su primer papel de reparto lo obtuvo bajo la dirección de Rodolfo Kuhn. Pajarito Gómez, una vida feliz (1965), con guión de Francisco Urondo, narraba la construcción de un ídolo juvenil, en clara alusión al fenómeno de Palito Ortega. Luppi era uno de integrantes del aparato publicitario del cantante, personificado por Héctor Pellegrini.
La consagración llegó en el segundo largometraje de Leonardo Favio, filmado en Mendoza, El romance del Aniceto y la Francisca (1967). Luppi compartió cartel con Elsa Daniel y María Vaner, un triángulo amoroso que el director escenificó en un pueblo de provincia.
En La Patagonia Rebelde (1974), de Héctor Olivera, asumió el papel del gaucho José Font, más conocido como “Facón Grande”, uno de los líderes de la huelga reprimida por el Ejército en 1921. Fue uno de sus últimos protagónicos antes de que le cayera encima la censura.
La fructífera asociación entre Luppi y Adolfo Aristarain se forjó a partir de Tiempo de revancha (1981), una alegoría sobre el terrorismo de Estado, estrenada en plena dictadura cívico militar. El dirigente gremial que finge mudez para cobrar una indemnización decía mucho acerca de un país ocupado por sus propias fuerzas armadas. Una película tan perfecta y sutil que evitó la censura.
En Últimos días de la víctima (1982) Luppi y Aristarain adaptaron una novela de José Pablo Feinmann. El estreno en plena Guerra de las Malvinas no permitió que se le prestara atención. El killer Mendizábal representaba el ocaso de una dictadura en retirada.
Plata dulce (1982). Estrenada un mes después de la caída de Puerto Argentino, la película de Fernando Ayala se erigió como una crítica demoledora a la patria financiera. Luppi encarnó a un empresario que apenas sobrevive con su pyme y se obnubila por los negocios rápidos que le propone Arteche (Gianni Lunadei), el destinatario del insulto más famoso de la historia del cine argentino.
En No habrá más penas ni olvido (1983) Luppi se puso en la piel del delegado municipal Ignacio Fuentes, que resiste el asedio de la derecha peronista en plena interna durante la tercera presidencia de Perón. Basada en la novela de Osvaldo Soriano, fue el reencuentro con Olivera.
Una década después filma otra vez con Aristarain, Un lugar en el mundo (1992).
La consagración internacional definitiva para un actor ya reconocido en todo el mundo hispanohablante llegó con Martín (Hache) (1997), papel con el cual ganó el premio al mejor actor en el festival de San Sebastián.
Su última película con Aristarain, una relectura de Un lugar en el mundo, Lugares comunes (2002), se estrenó en plena crisis política e institucional del país, y en ella encarna la figura de un profesor de Letras que se jubila.