Luego del tiro del final de Los imperdonables –quizás el último gran western de la historia, hasta que la historia demuestre lo contrario– Clint Eastwood dedica la película “a Sergio y a Don”. Los cineastas Sergio Leone y Don Siegel marcaron a fuego al Eastwood actor –dibujando una parte esencial de los contornos de su figura cinematográfica en los spaghetti westerns del primero y en un puñado de títulos del segundo, particularmente gracias al personaje de Harry, el sucio– y señalaron algunos de los caminos que el Eastwood realizador tomaría a partir de su ópera prima, Obsesión mortal (Play Misty For Me). Es interesante que la figura de Siegel vuelva a recordarse por estos días gracias a una nueva adaptación de The Beguiled, la novela de Thomas Cullinan que acaba de ser llevada al cine por Sofia Coppola, apoyada en parte en el guion que Irene Kamp y Albert Maltz escribieron para el film de 1971. Interesante porque El engaño (así se la conoció en su momento en nuestro país) no parece ser, a priori, la película más representativa de un director usualmente ligado a la dureza y sequedad extremas, a una masculinidad a prueba de balas, a un fálico “make my day” en eterno loop. Las aventuras amorosas del soldado interpretado por Eastwood en plan seductor y las chicas pupilas y sus maestras son la prueba máxima de una lucha entre los sexos que pone en duda esa supuesta superioridad del macho siegeliano.

Representante de la última generación de directores estadounidenses forjados a la sombra de los grandes estudios durante los cuatro lustros de mayor esplendor –los años 30 y 40– Donald Siegel nació en Chicago en 1912 y fue un muchacho Cambridge durante su juventud, estudiando en la prestigiosa universidad británica antes de instalarse definitivamente en Los Ángeles. Montajista, asistente de dirección, realizador de un par de cortos patrióticos durante los últimos meses de la Segunda Guerra, debutó como director de largometrajes en 1946 con El veredicto, un olvidado film de investigación criminal producido por Warner Brothers en el que, sin embargo, supo dirigir a dos de los mejores actores secundarios del estudio: Sydney Greenstreet y Peter Lorre. Allí, en estado embrionario, es posible intuir un universo donde reinan el cinismo y la hipocresía y los héroes solitarios parecen ser los únicos capacitados para sobrevivir, aunque las cicatrices se multipliquen en sus curtidas pieles. Durante la década siguiente, le seguirían varios westerns, noirs y crime films de presupuesto moderado, coronados en 1956 por uno de los grandes clásicos de la ciencia ficción y el horror de los años de la Guerra Fría, Invasion of the Body Snatchers, obra cumbre de la paranoia que ha sido leída desde todos los extremos ideológicos imaginables.

Si bien nunca dejó de trabajar durante la década siguiente, dándose el lujo de dirigir a “duros” de la talla de Lee Marvin o Richard Widmark (y de colaborar por primera vez con Eastwood en el drama de fugitivos y perseguidores Mi nombre es violencia), los años 70 terminarían de cimentar su fama con dos largometrajes: la comedia del oeste Dos mulas y una mujer (obra maestra de la buddy movie, pionera en el emparejamiento de hombre y mujer como dupla central) y la enormemente exitosa Harry, el sucio, celebrada y vilipendiada en partes iguales en el momento del estreno. Como respuesta a algunas acusaciones de fascismo, el propio Siegel declaró en una famosa entrevista de aquellos años que se consideraba a sí mismo como “un liberal. Me inclino hacia la izquierda y no hago películas políticas. La idea era contar la historia de un policía duro y un asesino peligroso. Lo que mis amigos liberales no entendieron es que el policía es, a su manera, tan malvado como el francotirador. Me han echado de casi todos los lugares en donde he trabajado. Me molesta la autoridad”. En última instancia, el soldado norteño interpretado por Eastwood en The Beguiled es tan “malvado” como ese grupo de mujeres que desean a toda costa su cuerpo y su espíritu, un choque de magnitudes estelares en un universo microscópico contenido en sí mismo.