La historia del fascismo es también la de su banalización, ya sea por el abuso en la expansión de su semántica o porque disfruta del extraño privilegio de no ser tomado en serio. Hasta los mayores esbirros fascistas podían tener una comicidad inocente. El propio Mussolini gesticulaba de forma ostentosa, con el pecho hinchado, la barbilla levantada, la mirada estremecida, entregado a un dramatismo teatral de tenor de ópera. Quién iba a tomarse en serio a estos comediantes tan desvergonzados, tan demagogos, tan inverosímiles. Algo demasiado histriónico como para ser peligroso, se pensaba.
Hay momentos tontos en nuestra vida: esperando el subte, cortando la lechuga, escuchando que Davos es socialista. La ignorancia ya no se disimula. Se muestra sin complejos. A uno se le desactiva cualquier actividad cerebral cuando escucha estas cosas. Se detecta un profundo desconocimiento y amateurismo en un Gobierno que reconoce sin decirlo que “estamos de todos nosotros hasta los cojones”, aquella célebre frase del presidente de la Primera República española. Ahora va, ahora viene. Un pasito atrás, otro adelante. ¿Esto es así? ¿Se puede hacer? ¿Esto quién lo escribió? Señorías, hoy vamos a tratar la movilidad jubilatoria junto a los derechos de pesca del cornalito. No es serio.
No está en juego la racionalidad y su contrario sino una cierta metamorfosis de la idea misma de racionalidad, que ya no puede definirse cómodamente frente a su simple negación (cambio climático, igualdad de género, etc), sino más bien como un despliegue de fantasías delirantes que provocarían risa sino llevaran por dentro la semilla del odio, la crueldad, el deseo de institucionalizar el sufrimiento humano, la aniquilación de las normas y las garantías de los derechos adquiridos. Ese“megaladrillo” de DNU, que instrumentaliza la deshumanización del otro y la convicción obsesiva, neurótica, de que el otro siempre es una amenaza.
En esta obscena y absurda nueva Modernidad, que ya no es líquida, sino gaseosa, como la Pepsi, el “loco” Gatti sería un buen candidato. Cuando uno vota a alguien que tiene el sistema nervioso central fuera de sitio está manifestando que se reconoce en esa excentricidad. El ex arquero pidió, públicamente, el voto al presidente. Faltaría más. Está en todo su derecho. Lo digo porque lo que nos sobra es pasado, futuro es lo que nos va faltando.
En otros tiempos tuvimos gobiernos mentirosos, pero es la primera vez que nos gobierna una mentira. Uno no quiere ser “gente de bien” sometido al fogoso periodo de fe ciega en los operadores privados, en la creencia de que los mercados, y solo los mercados, tienen la llave mágica de la prosperidad. Uno quiere ser gente de bien defendiendo, incluso a contracorriente, el valor de la utopía, que ciertamente ha perdido su inocencia. Gente de bien para salir a buscar, enfrentar, comprender, desobedecer, resistir, sin olvidar que en la rabia, en la impotencia, en el fondo de la herida hay un gesto generoso hacia un futuro que espera, agazapado, para darle un nuevo mordisco a la esperanza.
(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979