Cuando se conocieron los detalles del DNU del presidente Milei y luego los de la Ley Ómnibus, confirmamos que no había sector de la sociedad argentina que no fuera dañado. Como una bomba atómica que arrasa con las personas, las instituciones, las tradiciones y los bienes materiales e inmateriales de la sociedad. Hubiera sido muy raro que la cultura no cayera en las generales de la ley (y del decreto). Es difícil saber con exactitud qué quiso hacer el gobierno de Milei con medidas que no le ahorran presupuesto y que impedirían que llegara dinero verde y fresco a la Argentina. Aunque no podemos descartar que detrás de la estupidez e ignorancia que exhiben con orgullo el presidente y su entorno haya un plan de destrucción y castigo.

En estos días pudimos ver cómo referentes del mundo de la cultura explicaban a diputados algo que los legisladores ya deberían saber: la importancia de las industrias culturales y lo barato que le sale al Estado tener una marca país fuerte con la exportación de películas, arte, música, libros. ¿Qué diputado puede ignorar algo tan básico? Y, sin embargo, hubo que decirles que está bueno tener un cine propio, una literatura nacional, artistas reconocidos aquí y en todas partes.

Esa defensa apasionada y genuina de nuestros artistas, debo reconocer, me hizo un poco de ruido. Entiendo que al presidente Milei solo le interese el éxito y al dinero, pero se supone que los diputados tienen --o deberían tener-- más claro el lugar de la cultura en un país. ¿Qué defensa esgrimiríamos si no hubiéramos ganado nunca un Oscar? ¿Qué pasaría si nuestro arte no trascendiera las fronteras? ¿Y si los escritores argentinos solo fueran leídos por un público moderado o mínimo? En su mayor parte nuestro arte es pequeño, no recibe Oscars, ni llega a la bienal de Venecia, ni está en los primeros puestos de los rankings de Spotify y es mayoritariamente leído por un público local (a veces nacional, en otros casos regional, como lo demuestran las muchísimas editoriales de las provincias que no consiguen difusión en el resto del país). ¿Sería por eso menos valioso? ¿Habría que cuidarlo menos? ¿Sería menos grave si se lo destruyera? No, no y no.

De que este gobierno pretende acabar con nuestras industrias culturales no hay dudas. Ni siquiera le interesa el hecho de que gran parte de la cultura argentina se autofinancia de manera ingeniosa. Desde hace años las redes sociales se convirtieron en una usina de odio hacia las instituciones estatales que promocionan las actividades culturales o el desarrollo de estudios sociales y científicos. Ese desprecio por el saber o la creación repercutía en los medios afines. El Incaa y el Conicet fueron los enemigos favoritos de los trolls, odiadores e ignorantes que hicieron grande a Milei. Y quien dice el Incaa, dice los demás institutos artísticos, el Fondo Nacional de las Artes, las bibliotecas populares.

Si el DNU y la ley Ómnibus tienen autores muy definidos según el empresario que se favorece, el ataque a la cultura es un premio al trollaje libertario, cuyo mayor contacto con la creación artística ha sido la invención de memes y la conversión de Milei --Photoshop mediante-- en un Adonis tan ridículo como vergonzoso. Son los que pedían sangre, muerte y destrucción. A uno de ellos lo pusieron de vocero presidencial, al resto le regalan la ruina de las industrias culturales.

Hay algo que Milei y sus colaboradores probablemente intuyen sin poder definirlo claramente, pero que también está en el centro de su decisión de destrozar la creación artística nacional: la cultura iguala y da herramientas. Permite que el chico o la chica que sueña con ser pintor, fotógrafo, poeta o músico pueda utilizar su arte para transformarse y transformar el mundo que lo rodea. Intuyen que una persona que lee libros de una biblioteca, escucha un concierto de rock o de música clásica en un espacio público, que visita gratuitamente un museo o ve una obra de teatro en el club de su barrio, se enriquece de una manera que ellos no pueden controlar. ¿Alguien enriqueciéndose por fuera de la especulación financiera? Eso los enfurece. Son como la reina de corazones de Alicia en el País de las Maravillas, pero un poco más hijos de puta.

Ahora bien: ¿qué hubiera pasado si Milei no se hubiera metido con el Incaa, con la ley del Libro, con las bibliotecas populares, con el Instituto Nacional de Teatro y con los demás organismos del mundo cultural? Exactamente lo mismo: una cultura devastada. Tendríamos un arte rico en reconocimiento, pero en un país de pobres. De hecho, la cultura ya está rota. Porque no sirve de nada que una película argentina gane un Oscar si después la gente no tiene plata para pagar Prime o la entrada al cine para verla; porque no sirve de nada que haya un precio fijo de los libros si los lectores no pueden comprar el arroz o el aceite; porque no sirve de nada que tengamos el teatro más creativo del continente si al espectador no llega a fin de mes.

De las exposiciones que se escucharon en el Congreso, fue el del director Gustavo Postiglione el que más vinculó la cultura con la realidad social que vivimos. En un momento de su exposición dijo: “¿Saben que las bibliotecas populares a las que quieren hacer desaparecer son un espacio de contención social y comunitaria?¿Qué tiene de bueno limitar la voz de un músico al desfinanciar el Inamu? (...) ¿Es más caro que en una ciudad como la mía, Rosario, una sala de teatro, un taller en una biblioteca popular, logre rescatar a un pibe de un barrio de la periferia?¿O preferimos cerrar los teatros, las bibliotecas y que ese pibe trabaje en un búnker, para después ir a buscarlo, reprimirlo, torturarlo y asesinarlo, amparados en una nueva ley de obediencia debida? Legisladores y legisladoras, ¿ustedes quieren pagar ese costo?”

En un país normal, lo que quiere hacer Milei con la cultura y el arte sería un escándalo. En el estado actual de la realidad argentina, es una maniobra distractiva para dividirnos y obligarnos a defender solo una parte de lo que están atacando. Porque no están destrozando una industria en particular, ni siquiera la cultura. Están destruyendo el país. Es cierto que le prendieron fuego a la biblioteca, al televisor y al tocadiscos, pero en realidad están quemando toda la casa.

 

Postiglione termina su exposición echando luz sobre las motivaciones del gobierno actual y con una pregunta, que es también un desafío para todos los que desarrollamos actividades artísticas e intelectuales: “Shakespeare en Hamlet dice que la función del artista en una sociedad es poner un espejo frente a esa realidad (...) Ese espejo es nuestra identidad, el lugar donde reflejarnos y reconocernos. Pero esta ley pretende romper ese espejo o hacerlo desaparecer para que de esa manera perdamos nuestra identidad, perdamos nuestra soberanía. (...) Este proyecto de ley pretende borrarnos, pero el arte ataca con armas nobles. Diputados y diputadas: escuchen y voten en concordancia con esa sensibilidad, que seguramente muchos y muchas de ustedes tienen. Porque cuando el arte ataque, ¿quién resistirá cuando el arte ataque?”