Queridísimos lectoris:
He de confesar que, últimamente, resulta difícil encarar estas columnas con el peculiar sentido del humor y del absurdo en el que me autopercibo. Y no es, quiero aclararlo, porque yo haya perdido tal sentido, sino porque, justamente, y valga la redundancia, es el sentido (en general, no solo el del humor) el que ha perdido el sentido.
Quiero decir: podemos no estar de acuerdo y disentir democráticamente sobre lo que significa, por ejemplo, un vaso, que nos sirve para aliviarnos la sed (si contiene líquido potable), para aliviarnos la miseria (si contiene monedas), para romperlo y sellar así un vínculo matrimonial (los casamientos religiosos judíos), para meter en él unos dados y jugar a la generala (a veces reemplazan a un cubilete), para brindar; y así podría seguir. Pero si tengo en mis manos un vaso y alguien se refiere a ese objeto como si fuera un mosquito, una zapatilla, un sánguche de chorizo, una horma de chédar o “el universo”, estaremos en problemas.
Además de coincidir en la percepción, necesitamos –me canso ya de decirlo– leyes que nos señalen qué está prohibido y qué no. Si nada está prohibido, nada está permitido. La psicosis niega la ley. La ley molesta a los psicóticos. Los perturba. Les recuerda que hay otro. A la larga, los confunde, los ahoga. Pero en general los psicóticos –hay excepciones– no llegan a cargos donde pueden decidir sobre el destino de los demás. Cuando lo hacen, se vuelven muy peligrosos.
Imagínense que, por ejemplo, gana las elecciones un hombre que se autopercibe pez. Como pez, se siente ahogado en esta atmósfera en la que respiramos los demás, ya que él respira en el agua. Entonces, decide inundar todo. Los demás nos ahogaremos (o compraremos tanques de oxígeno que sus amigos nos venderán, si somos ricos), pero él se sentirá “como pez en el agua” y podrá llegar a decir: “Aquellos que exigen aire se oponen a nuestro progreso porque, ‘como todos saben’, los peces de bien son los que logran progresar y evolucionar", con esa lógica ictícola de que “el grande se come al chico y listo, sin asociarse y formar rebaños como las ovejas o piaras como los cerdos que por eso nunca avanzan”. Luego, decreta que, en adelante, todos y todas viviremos bajo las aguas, y “al que asome la cabeza, duro con él”. Como ficción, mediocre. Como realidad, aterradora. Pero tranquilo, lectore, nadie nos puso aletas ni branquias…, todavía.
Entiendo y respeto el resultado de las urnas, pero no puedo dejar de sentirme enojado con todos y cada uno/a/e de quienes optaron por “un cambio” porque, como no aguantaban más la inflación, ¡votaron por quien la triplica!
Y que nadie disculpe a “los adolescentes y jóvenes que no sabían”. Si no saben, pueden preguntar. Y no puedo creer que quienes saben discernir entre una cerveza y otra, y elegir la que desean, no averigüen lo necesario para distinguir entre un candidato y otro. O votar en blanco si ninguno los convence. Pero muchos votaron a quien puede decidir –y lo hará- que no tengan más acceso a la cerveza, cuyo precio se puede multiplicar por 200, o más allá.
Occidente está en peligro, lo han dicho en Davos. Está en peligro porque un gobierno puede reclamar, “democráticamente” la suma del poder público para… no hacer nada. Está en peligro porque un profesor de pimpón, un mercenario autopercibido y un peluquero pueden provocar una reacción de defensa nacional. Seguramente, fue la presencia del peluquero lo que encendió la alerta, dado el extraño peinado que luce el presidente.
Occidente está en peligro, porque luego de haber batido el récord interno de papelones nacionales, nuestros autoritarios electos empezaron a exportarlos al mundo. Está en peligro porque un perro muerto puede dirigir nuestra economía y decidir que no solo respiremos agua, sino que comamos huesos. Está en peligro porque el Parla-mento está en vías de ser transformado en el Obedece-mento. Está en peligro porque nuestro Augusto César se presentó en pleno Coliseo para decirles a los líderes del mundo que eran una manga de zurditos del colectivismo, mientras que, en su opinión, para lo único que sirven los colectivos es para aumentar las tarifas. Está en peligro porque en cualquier momento declara la guerra con los Pokemones que quieren apoderarse de nuestro litoral, y eso solamente porque en la Patagonia hay un litigio entre mapuches, chinos, chilenos, israelíes y alfacentaurinos para invadieron, y está siendo “defendida” por los heroicos magnates que la “ocuparon” para salvarnos. Está en peligro porque no sabe que los verdaderos enemigos no tienen patria, etnia o creencia que los defina.
El que nos puso en este lugar fue el voto zombi: el voto “yo no sabía, y en Tiktok me dijeron que a mí no me iba a pasar nada”. No sé ustedes, pero yo seguiré buscando alguna bocanada de oxígeno, porque…, qué sé yo…, el agua es para cuando tengo sed.
Sugiero al lector compañar esta columna con el video estreno de Rudy-Sanz “Romance del asador y el carnicero”, versión actual de un hermoso clásico español: